XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

CATEQUESIS DE JESUCRISTO SOBRE LA IMPORTANCIA DE LA  IGUALDAD  DE LOS SERES HUMANOS (EN Mc 7, 31-3)

La palabra de Dios en Is 35, 4-7 , anuncia que nuestro Dios vendrá como vengador del pecado y nunca del pecador; como justiciero para restaurar, salvar  integralmente al ser humano. Restauración que nos invita a colaborar en ella, evitando todo tipo de favoritismos en favor de una determinada persona, invitándonos a tratar a los demás según justicia y equidad,  en Sant.  2, 1-5.

Pero la auténtica y verdadera restauración de cada uno de nosotros es obra primordial de Jesucristo, como lo escuchamos en el evangelio donde Él actúa de una manera decisiva y maravillosa a favor de una persona sorda y  muda. Jesucristo con gran poder vino a nosotros  revistiéndose de órganos  capaces de tocarnos a fin de que nosotros y sobre todo,  los que no tienen esperanza se acerquen a él, y tocando su humanidad podamos recibir los beneficios de  su divinidad: Pues el Señor tocó  este mudo con el dedo de su cuerpo, El Dedo de Dios es el Espíritu Santo; porque al meter su dedo en los oídos del enfermo se abren por medio de los dones del Espíritu Santo, sus oídos para escuchar y su corazón a la obediencia de su  Fe (San Gregorio Magno, homilía sobre Ezequiel 1,10, 20); a continuación  se acercó a él y tocó su lengua. En este punto del relato, se realiza por medio de los dedos que tocan al enfermo, el contacto con la divinidad intangible; liberó la lengua del mudo y abrió las puertas de sus ojos. Es decir, el arquitecto del cuerpo y el artífice de la carne se acercó a él como se acerca a nosotros, y con su voz maravillosa perforó sin dolor los oídos obstruidos, los hizo capaces de escuchar la voz del Evangelio y la voz de sus hermanos (Latancio, Instituciones Divinas 4, 26).

La boca, que estaba cerrada sin poder pronunciar una palabra, elevo una alabanza en honor de aquel que había hecho fructificar su esterilidad, generando en él la palabra. El que concedió a Adán el poder hablar poniendo fin al silencio y sin necesidad de aprender, concede a los mudos hablar con facilidad una lengua que se aprende con dificultad escuchar, vivir y alabar el Evangelio de Jesucristo  (San Efrén el Sirio, Himno sobre Nuestro Señor 10 ) .

También Jesucristo nos enseña a los que predicamos el Evangelio a realizarlo con  corazón,  preparación, diligencia y fervor muy grandes. Y así evitar el quedarnos callados ante los ataques al hermano por su condición social, y cultural (San Agustín, El Consenso de los Evangelistas 4, 4, 5).
Hermanos acerquémonos más frecuentemente a Jesucristo que busca siempre nuestra completa restauración, escuchando su  evangelio y comunicándolo a los demás en el trato de igualdad que Él

† Felipe Padilla Cardona