2012-09-12 L’Osservatore Romano
El coeficiente intelectual hecho ceniza: el diario «Le Monde» del 8 de septiembre recoge los resultados de un importante estudio publicado en la red el pasado 27 de agosto por la Academia Americana de Ciencias (National Academy of Sciences) acerca de los resultados de las investigaciones sobre los efectos en las capacidades cognitivas a medio y largo plazo de jóvenes que fuman cannabis, «la sustancia ilegal más consumida en el mundo». Investigadores neozelandeses y anglosajones siguieron durante dos decenios a 1.037 individuos nacidos entre 1972 y 1973 en un estudio que se ha definido «prospectivo».
Y aquí se encuentra la primera novedad: hasta ahora han sido muy raros los estudios que hayan seguido precisamente “en perspectiva” y durante muchos años a un número tan elevado de personas. Si por un lado eran bien conocidos los efectos cognitivos del humo de cannabis como trastornos de la memoria, de la atención, de la concentración, falta de motivación, por otro —subraya el autorizado diario francés— estaba poco estudiada la vulnerabilidad del cerebro de un adolescente ante esta droga.
Los datos impresionantes del estudio son esencialmente dos. En primer lugar, se constató una disminución de la función intelectiva medida con el coeficiente intelectivo hasta ocho puntos entre quienes comenzaron a fumar cannabis más precozmente, es decir, en la adolescencia, convirtiéndose luego en fumadores habituales —«al menos cuatro veces por semana»— durante un largo período. De esa función intelectiva inferior se dieron cuenta no sólo los investigadores, sino también los amigos y los miembros de la familia de los muchachos afectados.
El segundo dato alarmante es que «la interrupción o la disminución del consumo de la droga no pudo restaurar completamente las capacidades intelectivas». Dicho de otra manera, el daño es resultado irreversible y con recaídas importantes para la vida diaria de los muchachos.
De hecho, el principal interés del estudio es el de haber demostrado «la interacción del cannabis con el desarrollo cerebral» que —recordémoslo— es incompleto más o menos hasta los veinte años. Si se piensa que, al menos en Francia, «el 24 por ciento de los jóvenes de 16 años fumó cannabis al menos una vez al mes en 2011», es fácil deducir la amplitud y la gravedad del fenómeno. Y eso sin contar con que diferentes estudios han documentado con amplitud otros datos inquietantes.
Por poner sólo un ejemplo, «el riesgo de desarrollar una depresión es cinco veces más elevado en caso de abuso de cannabis en el adolescente» escribe Amine Benyamina; «el riesgo de que se manifieste un síndrome de ansia es doble» en los mismos casos, escribe Sandrine Cabut; e incluso graves patologías psíquicas como la esquizofrenia parecen aparecer con más frecuencia en quienes utilizan esta droga, a menudo definida superficialmente “ligera”.
Datos como estos inducen a reflexionar a quien tal vez vive en una ciudad más o menos grande y se encuentra frecuentemente con muchachos, también en su trabajo. Si se piensa en la delicadeza del proceso de maduración personal de un individuo joven no se puede dejar de asombrarse pensando en qué mar de estímulos visuales, auditivos, afectivos y, a veces, tóxicos el joven tiene que vivir continuamente.
¿Cuál será el resultado de este continuo aturdimiento, por lo general con finalidades comerciales, al que lo somete nuestra sociedad? Es probable que los efectos, a menudo en medio de la indiferencia general, vayan más allá de lo que puede revelarnos el simple examen del coeficiente intelectivo y que marquen a fondo todo el desarrollo de la persona.
Ferdinando Cancelli