I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15,1-11:
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis, y en el que estáis fundados, y que os está salvando, si es que conserváis el Evangelio que os proclamé; de lo contrario, se ha malogrado vuestra adhesión a la fe. Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto; después se le apareció a Santiago, después a todos los apóstoles; por último, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo. Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído.
Sal 117 R/. Dad gracias al Señor porque es bueno
Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. R/.
«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa.»
No he de morir, viviré para contar
las hazañas del Señor. R/.
Tú eres mi Dios, te doy gracias;
Dios mío, yo te ensalzo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 7,36-50:
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió: «Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debla quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó: «Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo: «Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
II. Compartimos la Palabra
Cristo murió, fue sepultado y resucitó al tercer día
San Pablo, que no conoció a Jesús en su trayecto terreno, recuerda a los cristianos de Corinto la tradición que recibió. Que Cristo, que vivió su vida en función de nosotros, murió por nuestros pecados, pero que al tercer día resucitó. Se apareció a muchos hermanos… “por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. Este encuentro cambió la vida de San Pablo, que de perseguidor pasó a ser su gran divulgador. Ya no supo vivir sin Él. “Para mí, la vida es Cristo”. Con algo que a primera vista parece orgullo y tiene mucho de humildad, nos dice que “siendo el menor de los apóstoles… he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Salvando las notas personales de San Pablo, hemos de vivir su misma experiencia. Después del amoroso encuentro seductor con Cristo, tampoco nosotros somos capaces de vivir sin Cristo, sin su palabra, sin su luz, sin sus promesas, sin su amor, sin su resurrección y nuestra resurrección. Y desde nuestra situación hemos de predicar la tradición evangélica recibida.
“Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”
En verdad Jesús fue un atrevido y no tuvo inconveniente de ser un transgresor de todas las convenciones sociales por acercarse y demostrar su amor a los pecadores. Hemos oído tantas veces el evangelio de hoy que no caemos en la cuenta del gesto rompedor de Jesús. Cambiemos un poco la situación en él narrada. Imaginémonos que el Papa es invitado a comer por cierta persona llamada Simón a su casa. Y que entra una pecadora pública y se acerca al Papa con los gestos que nos relata en evangelio de hoy. En primer lugar, sospechamos que no llegaría hasta el Papa una persona de esa condición, porque los guardaespaldas se lo impedirían. Todos los asistentes se verían en una situación embarazosa y si la prostituta hubiese logrado traspasar la barrera de los guardaespaldas, serían ellos mismos los que la echarían fuera. Una persona así no es digna de acercarse al Papa y mostrarle su cariño de esa manera. Pero… conocemos el desenlace de la situación y la conversación de Jesús con el fariseo Simón. Queda clara la actitud de Jesús ante los pecadores y pecadoras. Quien ama… queda perdonado. “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”.
Fue a principios de siglo XVII cuando se produjo el inicio del cristianismo en Corea. En las diversas persecuciones del siglo XIX hubo ciento tres cristianos martirizados por proclamar su fe y amor a Cristo. Destacan entre ellos, Andrés Kim Taegón, presbítero y gran predicador, y el apóstol seglar Pablo Chong Hasang.
Fray Manuel Santos Sánchez
Real Convento de Predicadores (Valencia)