2012-09-21 L’Osservatore Romano
“La nueva evangelización empezó precisamente con el concilio, que el beato Juan XXIII veía como un nuevo Penrecostés que haría florecer la Iglesia en su riqueza interior y en su extensión materna hacia todos los campos de la actividad humana”. Así lo afirmó Benedicto XVI al recibir en audiencia, el jueves 20 de septiembre, a un grupo de prelados participantes en el congreso que promueven las Congregaciones para los Obispos y para las Iglesias Orientales.
Para el Papa “los efectos de aquel nuevo Pentecostés, a pesar de las dificultades de los tiempos, se han prolongado, llegando a la vida de la Iglesia en toda expresión suya: desde la institucional a la espiritual; desde la participación de los fieles laicos en la Iglesia hasta el florecimiento carismático y de santidad”. Una renovación que ha sido posible gracias al compromiso de muchos “obispos, sacerdotes, consagrados y laicos que han embellecido el rostro de la Iglesia en nuestro tiempo”. Esta “herencia” se encomienda hoy a toda la Iglesia: la evangelización —explicó el Pontífice— “no es obra de algunos especialistas, sino de todo el pueblo de Dios, bajo la guía de los pastores”, a quienes corresponde en particular la tarea de presentar “los contenidos esenciales de la fe, de forma sistemática y orgánica, para responder también a los interrogantes que plantea nuestro mundo tecnológico y globalizado”. Una misión que exige de los obispos “el ejemplo de una vida vivida en el abandono confiado en Dios”, porque —recordó el Papa— “no se puede estar al servicio de los hombres sin ser primero siervos de Dios”.