La formación en valores: una posibilidad y necesidad de la educación en México

Discurso de Mons. Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, Presidente de la CEM y del CELAM en la presentación de la Asociación Civial “Educación y formación con valores”.

“La educación consiste en que el hombre llegue a ser más hombre,
que pueda ser más y no sólo que pueda tener más, y que, en consecuencia,
a través de todo lo que tiene, todo lo que posee, sepa ser más plenamente hombre.”

Juan Pablo II
Discurso a la UNESCO, 1980, n. 11.

Saludo cordialmente a los miembros del presídium y a quienes nos acompañan en esta presentación de la Asociación Civil “Educación y Formación con Valores”, un esfuerzo de la sociedad e instituciones que buscan actuar en conjunto para el beneficio de la patria, del México que anhelamos y necesitamos: “un país con desarrollo humano y social integral”.

Hoy, México vive momentos difíciles, trágicos en la convivencia y la seguridad; el País vive inmerso en una espiral de violencia y descomposición social generada por el crimen organizado y la desigualdad, pecados sociales que han provocado una profunda crisis de valores y principios de carácter universal, basada en la pérdida del sentido de Dios y de nuestro compromiso para con la vida.

Ante las situaciones adversas provocadas por el relativismo moral, tenemos que buscar el origen de los conflictos para desterrar la impunidad y fortalecer el tejido social que permita la recuperación de la identidad de las comunidades y propicie la paz social; pues una sociedad que en la conducta margina a Dios y al prójimo de su vida, se encamina al fracaso y pierde el sentido de futuro.

La Conferencia del Episcopado Mexicano que presido, decidió atender a la convocatoria realizada por esta asociación civil para unir esfuerzos en la promoción de valores y principios universales que contribuyan a la paz y la justicia; sin protagonismos, ni confrontaciones estériles, con el objetivo de que México “sea un hogar en el que todos sus hijos vivan con serenidad y armonía”, como lo dijo Su Santidad Benedicto XVI en su reciente visita.

En el discurso inaugural de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano reunido en Aparecida, Brasil, el Papa Benedicto XVI afirmó: “las estructuras justas son una condición indispensable para una sociedad justa; pero, no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivirlos con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal”.

La Iglesia Católica no es ajena a la emergencia educativa[1] en nuestra nación, atendiendo a su propia tradición y mandato evangélico, busca, en un diálogo abierto y profundo, poner a disposición de los diferentes ámbitos de formación y toma de decisiones aquellos principios fundamentales sobre los cuales finca su misión y deber: los valores evangélicos, que desde nuestra experiencia se identifican con los valores humanos, y que como principios de acción mueven a los cristianos a expresarse desde sus diferentes estados de vida para participar de manera activa, en compañía de hombres de buena voluntad, en la construcción de una sociedad más justa y con ello, más humana.

Si partimos de la idea que valorar es una forma de leer e interpretar la realidad, los valores humanos son precisamente aquellos con los cuales la persona cuenta para marcar los límites de una acción valiosa para sí misma y para los demás, para el entorno inmediato y para tratar de comprender lo que les es extraño y ajeno.

La Iglesia reconoce que la formación en valores permite a cualquier persona encontrar los motivos que lo relacionan con su familia, su comunidad y su nación, para reconocerse parte de un entorno que requiere de su cuidado y responsabilidad para transformarlo.

Desde la experiencia cristiana, la necesidad de educar a la persona como una unidad indisoluble entre su ser y su hacer con una aspiración de trascendencia espiritual le permite reconocerse como alguien consciente de su responsabilidad ante aquello que le fue encomendado por su Creador: amarle por sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo.

No hay fe verdadera sin obras. Amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con toda la vida se expresa en una espiritualidad que fructifica en obras. El cristiano está llamado a participar y hacer presente el amor misericordioso de Dios a través de su vida en los diferentes espacios de acción.

La espiritualidad cristiana revela lo trascendente de toda obra humana, fortalece para ir más allá de intereses mezquinos e inmediatos a nivel individual, y concientiza a la persona para servir generosa y solidariamente a la comunidad.

Educar es acompañar al educando a descubrir la realidad de la riqueza y la dignidad de su ser. Las preguntas fundamentales de todo hombre son: ¿Cómo se lleva a cabo este proyecto de realización del hombre? ¿Cómo se aprende el arte de vivir? ¿Cuál es el camino que lleva a la felicidad? Solamente a partir de la realidad del hombre pueden responderse certeramente estas preguntas.

Es apremiante lograr que nuestra niñez y juventud sean capaces de distinguir el bien del mal, para lograr el auténtico respeto a los derechos y a las obligaciones que como seres humanos compartimos. Es decir, que desarrollen la conciencia moral, indispensable para la sana convivencia social.

Una educación en valores capacita a las generaciones jóvenes para incorporarse en los diferentes ámbitos de desarrollo sin incertidumbre, y superando el riesgo de la corrupción o del rechazo.

La persona humana no puede realizarse sin conocer el sentido de su vida, que está en estrecha relación con su realidad, y el sentido de su vida está ligado a la trascendencia, a la relación con los otros, y por lo tanto al amor, a la entrega de la persona a un proyecto solidario, que al mismo tiempo que lo desarrolla y lo hace feliz y valioso, contribuye al bien de su comunidad.

La auténtica libertad se acompaña de la responsabilidad, por lo tanto, del respeto a los derechos de las personas que nos rodean. La paz social es fruto de los valores personales y sociales que exigen especialmente vivir la justicia.

Nuestro país necesita personas que respondan a las necesidades actuales de una Nación Pluricultural[2] que demanda una participación activa y responsable de sus ciudadanos. Esto requiere en el ámbito educativo el replanteamiento no sólo de modelos que traten teóricamente la necesidad de una educación integral, sino de políticas educativas que incluyan e impacten a todo el sistema educativo y sus agentes de formación, desde la participación de los padres de familia, docentes en activo e instituciones en todos los niveles, así como los procesos educativos en las aulas y en los ámbitos no formales.

Una educación en valores es una formación que logra sostener la convivencia pacífica entre los pueblos, el reconocimiento de la dignidad de las personas, la solidaridad con el prójimo, el encuentro humano y fraterno que sostiene las familias y comunidades, así como el diálogo abierto con miras a la construcción del bien común desde diferentes experiencias de vida; una formación que incorpora el vínculo entre escuela, familia y vida cotidiana.

En el documento Educar para una nueva sociedad, que la Conferencia del Episcopado Mexicano, presentó el pasado 11 de septiembre, los Obispos de México elaboramos propuestas de una formación en valores que pueden ser compartidas por todos los hombres de buena voluntad y ser transmitidas a través de programas bien elaborados acompañados por el testimonio de los educadores, las propuestas básicas son:

  • Recuperar la centralidad de la persona. Toda propuesta educativa tiene como fundamento una idea del ser humano, para lograr su plena realización, meta de la educación, dicha consideración del hombre debe ser integral, apegada a su realidad total e íntima. La promoción del valor y dignidad de la persona es el fundamento no sólo de la educación, también de toda actividad social, política y económica.
  • Asegurar una educación integral y de calidad para todos. Ya que es un reclamo de la justicia, de la solidaridad y de la afirmación de cada persona.
  • Reconocer el papel fundamental de la familia pues los Padres son la primera y principal influencia que tienen los hijos.
  • Propiciar que los medios de comunicación sean medios y no fines.
  • Educar en la verdad y en la libertad para promover la paz.

En síntesis, cito nuestro reciente documento episcopal:

La tarea educativa es algo más que la transferencia de conocimientos: involucra la asimilación de valores de modo estable por parte de la persona y una orientación decidida hacia la libertad con responsabilidad que permita que el educando prefiera el bien sobre el mal, y la verdad sobre el error. Esta tarea incide tanto en la escuela como en la familia, en el Estado como en las organizaciones civiles; en la Iglesia como en las políticas públicas.[3]

Educar como una acción propiamente humana[4] requiere de una gran responsabilidad, compromiso y disposición para trabajar por la realización de un proceso de formación humana que le permita a la persona ser capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad.

La Iglesia Católica está convencida que dicha formación humana debe aportarle a la persona los valores y principios que le permitan desarrollarse para afianzar su identidad y alcanzar su plenitud, lo cual no se puede lograr sino en la mutua relación, pues fuimos creados para vivir y crecer con los demás y para los demás.

La educación es una responsabilidad que todas las personas compartimos. La emergencia educativa en México, no debe dar espacio a justificaciones e inacciones: o actuamos ahora, o las próximas generaciones lo reclamaran con amargura y vehemencia.

Hago votos por que esta noble iniciativa siembre una semilla de esperanza e impulse la renovación social desde sus cimientos. No hay tiempo que perder ni argumentos para rendirse, “seamos fermento de una renovada sociedad” y contribuyamos al fortalecimiento del tejido social garantizando el futuro de México.

Muchas gracias por su atención.

+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla
Presidente de la CEM y del CELAM

[1] En el documento preparatorio para la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, a celebrarse en octubre de 2012 en el Vaticano y que será la puerta de entrada al Año de la Fe, se describe el tema de la emergencia educativa y las consecuencias de transmitir la fe y los valores a las nuevas generaciones; transmisión que, en sociedades tradicionales como la nuestra, se daba por un hecho y que no se está produciendo: “Aquí está la emergencia educativa: ya no somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es nuestro deber transmitirles. Nosotros estamos en deuda en relación a ellos también en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida. Así termina descuidado y olvidado el objetivo esencial de la educación, que es la formación de la persona, para hacerla capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad. Por ello crece, desde diversos sectores, la demanda de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales. Dicho pedido asocia a los padres (preocupados, y con frecuencia angustiados, por el futuro de los propios hijos), a los docentes (que viven la triste experiencia de la decadencia de la escuela) y a la sociedad misma, que ve amenazada las bases de la convivencia”.

[2] “El pueblo mexicano conserva tradiciones culturales muy vivas que ha heredado y conforman el modo en que miramos el mundo, lo interpretamos y nos enfrentamos a él. Nuestra riqueza cultural, con la multitud de etnias, lenguas, tradiciones y costumbres que la integran, es sostenida por un sustrato que la cohesiona mediante su historia, sus valores y sus aspiraciones comunes. Dentro de esta pluralidad cultural, hay elementos valiosos de unidad e identidad nacional, la mayoría nacidos, justamente, de la fe cristiana”. Cfr. Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna, n. 82.

[3] Cfr. Educar para una nueva sociedad, n° 14.

[4] Todo ser humano es realmente capaz de buscar y alcanzar el conocimiento de la verdad y de crecer en humanidad. Educar para una nueva sociedad. Cfr. Educar para una nueva sociedad, n° 23.

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