NO IMPORTA SI “TENEMOS PAPELES”
DE CRISTIANOS O DE BUDISTAS
SINO SI LUCHAMOS POR EL BIEN DEL HOMBRE.
El texto de hoy es continuación inmediata del que leímos el domingo pasado. Es Juan el que, sin hacer mucho caso a lo que acaba de decir Jesús, salta con una cuestión ajena a lo que se está tratando. Este texto tiene un significado aún más profundo si recordamos que, en este mismo capítulo (Mc 9,14-29), justo antes del episodio que hemos leído el domingo pasado, se nos cuenta que los discípulos no pudieron expulsar un demonio.
A pesar de que Jesús les acaba de decir que el que quiera ser de los suyos tiene que cargar con la cruz. A pesar de que les ha dicho que el que quiera ser primero sea el último y el servidor, los apóstoles siguen sin entender.
Una vez más, Jesús tiene que corregir su afán de superioridad. Siguen empeñados en ser ellos los que controlen el naciente movimiento en torno a Jesús. Con el pretexto de celo, buscan afianzar privilegios. Seguramente se trata de problemas planteados en la comunidad donde se escribe el evangelio de Marcos.
El resto de lo leído no es un discurso, sino una colección de dichos que pueden remontarse a Jesús o puede que hayan sido acuñados por la primera comunidad.
No es de los nuestros. El texto griego no dice: “porque no es de los nuestros” sino “porque no nos sigue a nosotros”. Este pequeño matiz podría abrirnos una perspectiva nueva en la interpretación.
Sólo pronunciar esta frase, supone alguna clase de exclusión y una falta de compresión del evangelio. El cristiano debe ser siempre fermento de unidad (amor) y nunca causa de discordia. Esto se consigue tratando siempre de potenciar lo que nos une y de superar lo que nos separa. Cuando no queremos escuchar la opinión del otro, es que no nos interesa la verdad, sino la seguridad que me proporciona mi verdad.
Muchas veces me habéis oído hablar de las contradicciones del evangelio; pues hoy lo vemos con toda claridad. (Mt 12,30) dice exactamente lo contrario de lo que acabamos de oír a Marcos: “El que no está con nosotros está en contra nuestra, y el que con nosotros no recoge, desparrama.”
En Lucas encontramos las dos formulas, (10.50 y 11,23) así que no hay manera de desempatar.
Además, estas palabras de Jesús están en contradicción con lo que él mismo dice en Mt 7,22. “No hemos profetizado en tu nombre, y no hemos expulsado muchos demonios… Yo les responderé: No os conozco de nada, apartaros de mí, malvados”.
“El que no está conmigo está contra mí”, se refiere a que la pertenencia al Reino no es lo natural, no viene dada por el ADN. Hay que hacer un verdadero esfuerzo por llegar a él.
Recordad las frases del evangelio: “El reino de los cielos padece violencia y sólo los esforzados lo arrebatan”; y “Ancho y espacioso es el camino que lleva a la perdición y muchos van por él; estrecha y angosta es la senda que lleva a la vida y pocos dan con ella”.
Para entrar en el reino es imprescindible un proceso. Hay que nacer de nuevo, y para ello es preciso morir a lo terreno. La pertenencia al Reino es responsabilidad de cada individuo, exige una actitud vital que sólo depende de uno. El que no dé ese paso se quedará fuera.
“El que no está contra nosotros está a favor nuestro”. Indica un grupo ya consolidado frente a otros. La frase quiere decir que del Reino no se excluye a nadie. Todos están invitados. Todo el que sinceramente busca el bien del hombre, está a favor del Reino de Dios que predica Jesús, aunque no lo conozca. Sólo queda fuera el que rechaza al hombre.
La posesión diabólica era el paradigma de toda opresión. Expulsar demonios era el paradigma de toda liberación. En contra de todos los movimientos religiosos de la época, saduceos, fariseos, Qumrán, etc., en contra del sentir del pueblo judío, Jesús anuncia un Dios que es amor y que no excluye a nadie, ni siquiera a los pecadores. A fin de cuentas es una de las novedades del mensaje de Jesús que, aún hoy, nos cuesta mucho admitir.
Pretender la exclusividad de su dios, ha hecho polvo las mejores iniciativas religiosas de todos los tiempos. Considerar absoluta cualquier idea de Dios como si fuera definitiva, es la mejor manera de entrar en el fanatismo y en la intransigencia. Monopolizar a Dios, es negarlo. Poner límites a su amor es ridiculizarlo.
Nuestra religión ha ido más lejos que ninguna otra en esa pretensión de verdades absolutas. Recordad: “fuera de la Iglesia no hay salvación”, que aún en el reciente Catecismo se quiere justificar. Por mucho que nos pese, fuera de la Iglesia hay salvación, y a veces, más que dentro de ella.
Al relatar un episodio parecido, porque no los recibieron al pasar por Samaría, un discípulo le pide a Jesús que mande bajar fuego del cielo para que les destruya. Jesús se limitó a decir: “no sabéis de qué espíritu sois”.
Después de dos mil años seguimos sin enterarnos del espíritu de Jesús. Nuestro criterio sigue siendo la sabiduría que viene de abajo. Seguimos pretendiendo defender el derecho de Dios, sin darnos cuenta que estamos defendiendo nuestros intereses más rastreros. No se trata simplemente de tolerar lo malo que hay en los otros. Se trata de apreciar todo lo que hay en los demás de bueno.
Entre el episodio de la primera lectura y el que nos narra el evangelio hay doce siglos de distancia, pero la actitud es idéntica. Desde el evangelio hasta la fecha, han pasado veinte siglos, y aún no nos hemos movido ni un milímetro. Seguimos esgrimiendo el “no es de los nuestros”. Los herejes, los cismáticos, todo aquel que se atreve a disentir, todo el que piense o actúe de modo diferente. El colmo de la desfachatez es arremeter contra todo el que, simplemente, se atreve a pensar, y llega a conclusiones distintas a las oficiales.
Tenemos que decirlo con toda claridad. Para los seres humanos ha sido mucho más nefasto el teísmo que el ateísmo. Las mayores barbaridades de la historia se han cometido en nombre de dios. La culpa no la tiene Dios, sino el ídolo que hemos fabricado a nuestra imagen y semejanza: un Dios que premia a los buenos y castiga a los malos, lo mismo que hace el mayor de los tiranos. Claro que ese dios nos tranquiliza, porque si él hace eso, está más que justificado que nosotros hagamos lo mismo.
El espíritu de Jesús va mucho más allá de lo que abarca el cristianismo oficial. Se ha acuñado una frase últimamente: “patrimonio de la humanidad”, que se podía aplicar a Jesús sin restricción alguna: Cristo no es de la Iglesia. En realidad, el mensaje de Jesús no se puede encerrar en ninguna iglesia o congregación religiosa. Jesús intentó que todas las religiones, incluida la suya, descubriesen que el único objetivo de todas ellas es hacer seres cada vez más humanos. Cualquier religión que no tenga esa meta, es simplemente falsa.
Que en el evangelio de Marcos, la causa de Jesús no coincida con la causa del grupo de los doce, es un toque de atención para los cristianos de todos los tiempos. Jesús no es monopolio de nadie. Todo el que está a favor del hombre está con él. Todo el que trabaja por la justicia, por la paz, por la libertad, es cristiano. Nada de lo que hace a los hombres más humanos debe ser ajeno a nosotros. Es inquietante que ninguna de las grandes religiones monoteístas haya sido, en general, causa de paz sino, de divisiones y guerras.
Ha llegado el momento de cambiar los parámetros de pertenencia. Debemos olvidar si “tenemos papeles” de cristianos o de budistas o de mahometanos, y valorar si de verdad luchamos por el bien del hombre. Los jóvenes de hoy van es esta dirección, por eso critican y se apartan de nuestra religión. No están de acuerdo con ese cristianismo formal que a nada nos obliga y que lo único que aporta son falsas seguridades.
Ni un vaso de agua quedará sin recompensa. Era el modo de hablar de la época, pero no debemos entenderlo al pie de la letra. Cualquier acción que ayude a otro a ser más humano beneficia primero al que la hace. La recompensa está en la misma acción. De la misma manera que cualquier acción que vaya contra el hombre ya me ha hecho inhumano.
El que escandalice a uno de estos pequeños… Pequeño no significa niño, sino el que tiene todavía una fe incipiente y no está consolidado en ella. La Vulgata lo traduce por “pusillis” de donde proviene nuestra palabra “pusilánime”. Significaría aquí todo el que aún no ha llegado a una fe adulta.
Tampoco se trata de un escándalo por discrepancias doctrinales. A Jesús le importan única y exclusivamente los hechos. Entre los primeros cristianos, la manera de interpretar a Jesús fue muy diversa, pero les unía a todos una misma praxis. La manera de vivir es lo que de verdad importa.
Si tu mano te hace caer… etc. Son frases construidas al estilo semítico, por contraste. No debemos entenderlas al pie de la letra. La mano o el ojo o el pie no te pueden hacer caer nunca. Se trata de advertir con ese lenguaje exagerado, de la importancia del seguimiento, y de la relatividad de todo lo demás.
Se pretende cambiar la escala de valores del común de los mortales por otra de acuerdo con nuestro verdadero ser. La mano, el pie, el ojo, son los instrumentos indispensables para la acción humana. Pues hasta lo más indispensable tiene que estar al servicio de lo fundamental: el bien del hombre.
El que no está contra nosotros, está a favor nuestro.
Y aunque alguien se empeñe es estar contra nosotros,
nosotros nunca debemos estar contra nadie.
Si mi verdadero ser consiste en lo que hay de Dios en mí,
siempre será más lo que nos une,
que lo que nos separa.
Buscar en todos los seres humanos esa realidad que no une,
es la verdadera tarea de un seguidor de Jesús.
El cristiano nunca puede fomentar la división (desamor).
Si aún me cuesta aceptar al otro tal cual es,
es señal de que aún no he comprendido el evangelio.
Todavía estoy esperando que cambie para sentirme bien.
¿Puedo imaginarme que Dios hiciera conmigo lo mismo?
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Fray Marcos