Mensaje al iniciar el Año de la Fe

Escrito por Mons. Alberto Suárez Inda

El próximo jueves 11 de octubre se cumplirán 50 años de la solemne inauguración del Concilio Vaticano II presidida por el Beato Juan XXIII, con la participación de más de 2,300 Obispos de todo el mundo. Para celebrar este significativo aniversario, así como para conmemorar los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, ha convocado un Año de la Fe que se abrirá en esta fecha en todas las catedrales y se clausurará el 24 de noviembre de 2013 en la Solemnidad de Cristo Rey.

La fe es un acto humano, consciente y libre, por el que cada persona acepta no sólo una doctrina sino el llamado de Dios que compromete la vida entera. En el Antiguo Testamento, el modelo es Abraham, a quien llamamos “nuestro padre en la fe”, quien en la obediencia respondió a las exigencias de la vocación divina dejando su tierra y estando dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac.

La Santísima Virgen María es la mujer creyente que en la Anunciación respondió al Ángel: “Hágase en mí según tu Palabra”, y se mantuvo fiel hasta el Calvario. San Pablo reconoció a Jesús que se le manifestó en el camino de Damasco, y desde entonces emprendió una vida nueva, sabiendo en quién había puesto su confianza. El creer involucra, pues, la inteligencia y la voluntad, la conciencia y el corazón, da un nuevo sentido a la existencia.

Sin embargo, no podemos olvidar que la fe es también un don de Dios. Cuando Pedro confesó la divinidad de Jesús en Cesarea, el Señor le hizo ver que eso no se lo había revelado la carne ni la sangre, sino el Padre Celestial. Jesús advertirá que nadie puede venir a Él, es decir, aceptarlo y reconocerlo, si el Padre no lo atrae. Por eso con humildad los discípulos suplican: “Señor, auméntanos la fe”.

Se trata, pues, de una gracia, de un tesoro que hemos de apreciar y cuidar. Tristemente parecería que hoy muchos no valoran suficientemente la fe. La fe es un don que tenemos que cuidar y proteger ante los peligros que pueden apagarla y las amenazas que pretenden arrebatárnosla. Se requiere también valentía para manifestarnos como creyentes y no traicionar cobardemente nuestra fe. Los mártires son los mejores testigos de la fe.

Conocer los contenidos de nuestra fe nos exige estudio. Aunque la fe supera la capacidad de nuestra sola inteligencia, no contradice la razón. San Agustín dice que, al creer, podía entender mucho mejor y, al entender, afianzaba más su fe. La fe y la razón se complementan para lograr un conocimiento más completo de Dios, de nosotros mismos y del mundo en que vivimos. El Catecismo de la Iglesia Católica es un instrumento muy valioso para iluminar y fortalecer nuestra fe, precioso patrimonio que hemos heredado de nuestros antepasados y hemos de transmitir a las nuevas generaciones.

Si bien la fe es un acto personal, nos incorpora a la comunidad de la Iglesia cohesionada por este lazo interior y no por motivos de raza o cultura. La fe brota de lo más íntimo del corazón, pero se expresa en la vida social y nos identifica ante el mundo. Estamos llamados a proclamarla con palabras y obras; más aún, nuestro deber es compartirla. “La fe se acrecienta dándola”, decía el Beato Juan Pablo II. La fe nos lleva a ser apóstoles y testigos.

+ Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia
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Nacional