“Unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”

Escrito por Mons. Christophe Pierre

Homilía de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, Ordenación Episcopal de Mons. Jaime Calderón Calderón, Obispo Titular de Giomnio y Auxiliar de Zamora.

Excmo. Mons. Javier Navarro Rodríguez.
Señores Arzobispos y Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y miembros todos del pueblo de Dios que peregrina en Zamora. Distinguidos representantes de los diversos órdenes de gobierno.

Saludo con gozo a cada uno de ustedes convocados para participar en este evento de gracia, en el que Mons. Jaime Calderón Calderón recibirá, por la imposición de las manos de los sucesores de los apóstoles, la plenitud del sacerdocio para edificar la Iglesia santa de Dios sirviendo a su pueblo como obispo auxiliar de esta Diócesis.

Ser sacerdote es algo apasionante. Nadie como el sacerdote puede acercarse, con la luz de la fe, a los abismos más profundos del corazón humano, participar de sus alegrías y penas y ser cauce e instrumento privilegiado de la misericordia divina para todos los hombres. Nadie como el sacerdote logra un grado de comunicación tan intenso como aquel que le permite ser compañero, amigo y padre de mucha gente hambrienta de Dios y deseosa de escuchar la palabra verdadera.

Gran don y misterio que tiene su razón profundas en el amor de Dios que se derrama en ministerios y carismas para servicio de la Iglesia y del mundo; amor que a su vez reclama de los llamados, la donación total, por la fuerza del amor, del propio ser.

En efecto, el por qué el Señor elige a tal o cual persona y no a otra, nunca tendrá humana respuesta lógica. Jesús lo ha dejado claro al afirmar que la llamada parte siempre de la iniciativa libre y amorosa de Dios, que la persona acoge como experiencia de alianza, diálogo y comunión con el Señor; experiencia que transforma profunda y radicalmente la vida, a tal grado, que cuando se toma conciencia de que es Dios quien llama y que es a Él a quien corresponde llevar a término su proyecto de salvación, la respuesta del elegido se transforma en rápida adhesión, confiando plenamente en el Señor. Como hizo Pedro, que fiándose de la palabra de Jesús no dudó remar mar adentro y echar las redes luego de una noche infructuosa (cf. Lc 5,5). Sin renunciar a la propia responsabilidad, la respuesta del hombre a Dios se transforma, así, en “corresponsabilidad”, en comunión total con y en Cristo, gracias a la acción del Espíritu Santo.

La Palabra de Dios contenida en el relato de la elección de Jeremías que hemos escuchado, ilumina y complementa precisamente los aspectos de la vocación y misión de quien es elegido, llamado y enviado por Dios.

En Jeremías, en efecto, encontramos muchas de las respuestas “naturales” al llamado divino: él, si bien sumiso al mandato de Dios, confiesa sin embargo que la Palabra es un fuego que arde en su interior y no sabe como arrancarlo (Jr 20,8-9); se encierra en sí mismo, pero también abre su corazón y da a conocer su intimidad (Jr 20,7); calla y escucha, pero, al mismo tiempo, no teme manifestar sus dificultades (Jr 15,10.18-19); es consciente de la misión, pero no esconde su anhelo de nada tener que ver con aquello de “arrancar y derribar” (Jr 1,10; 20,14-18).

Pero Jeremías ha sido elegido para que hable todo lo de Dios sin anteponer sus propios límites y miedos; porque la eficacia y fuerza de la palabra no dependen de sus condiciones naturales, sino del hecho de que ella es Palabra de Dios. Dios le ha encargado una misión, y para realizarla contará siempre con su asistencia y protección.

La magnitud de la empresa provocó en Jeremías gran temor e inseguridad, tal, que lo llevó a manifestar a Dios: “Soy un muchacho, no sé hablar”. Una experiencia que de manera similar tuvieron también Abraham (cf.Gn 22,1ss), Moisés (cf.Ex 4,10), Isaías (Is 6,5-10), y tantos otros.

Pero, al igual que con Jeremías, será siempre Dios quien resuelva la objeción: “No les tengas miedo”. “Yo estoy contigo”. Por lo tanto: “Irás donde te envíe, dirás lo que te ordene”. Mandato que exige disponibilidad permanente y absoluta, aún cuando no siempre se perciba a dónde se debe ir y qué se deba decir. La auténtica llamada se vive, en la fe, como un camino por hacer, en el que Dios estará siempre presente sosteniendo a su elegido, aún cuando esa presencia no siempre sea palpable (cfr. 2 Cor 12,7-10).

“Los obispos, sucesores de los Apóstole, -recordaba el Santo Padre-, somos los primeros que hemos de mantener siempre viva la llamada gratuita y amorosa del Señor, como la que Él hizo a los primeros discípulos (Cfr. Mc 1, 16-20). Como ellos, también nosotros hemos sido elegidos para «estar con Él» (Cfr. Mc 3,14), acoger su Palabra y recibir su fuerza y vivir así como Él, anunciando a todas las gentes la buena nueva del reino de Dios” (A la CAL, 20.02.200).

Ciertamente, “la tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa”. Pero, por otra parte, “nada es más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él” (cfr. Benedicto XVI, 24.04.2005). Y es esto lo que Jesús espera de aquellos a quienes ha llamado a ser sus apóstoles: que “estén” con Él, que lo conozcan no solo intelectualmente, sino íntimamente; que sean sus amigos, o mejor, que sean "almas enamoradas de Él" (Mane nobiscum Domine, n. 18), para, a partir de ahí, hacer del ministerio episcopal “un oficio de amor" (San Agustín, Iohannis Evangelium Tractatus 123,5). Oficio del Buen Pastor que gasta su vida enseñando, santificando y rigiendo al pueblo de Dios desde la sincera y profunda humildad, la fidelidad y la perseverancia, el sacrificio, la donación y la valentía, confiando plenamente en la gracia del Señor.

En esta perspectiva es también providencial que tu ordenación episcopal, querido hermano, se lleve a cabo en el contexto y en el espíritu del Año de la Fe, que convocado por el Santo Padre, iniciaremos dentro de unos días con el fin de sumergirnos en una renovada y dinámica conversión de todos al Señor Jesús y al redescubrimiento de la fe, de modo que todos los miembros de la Iglesia seamos, para el mundo actual, testigos gozosos y convincentes del Señor Resucitado, capaces de señalar la puerta de la fe a tantos que están en búsqueda del amor y de la verdad.

Camino y tarea particularmente retadora y gratificante, porque, en efecto, es solo desde una fe viva y vivida que será posible encontrar verdadera e íntimamente a Jesús y, en consecuencia, que será posible lanzarse con optimismo hacia el futuro, ó como decía el amado Beato Juan Pablo II en Novo Millenio Ineunte, “navegar mar adentro” por este mundo en el que los desafíos son muchos y no fáciles, y en el que la Iglesia debe, como afirma la Evangelii Nuntiandi. “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19); evangelizando, por consiguiente, “de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces, la cultura y las culturas del hombre” (EN 20).

Hoy, pues, querido hermano Jaime; hoy que vivimos en un tiempo marcado por las angustias y las esperanzas, se te confía la misión de santificar a los hombres y mujeres ofreciéndoles la palabra y los sacramentos de vida y el espíritu de la reconciliación que puede hacerlos santos y permitirles alcanzar la verdadera libertad de los hijos de Dios.

Sé, pues, maestro de fe, esperanza y caridad. Con tu palabra y sobre todo con el ejemplo de tu vida haz que las ovejas escuchen tu voz y te sigan. Ellas te escucharán cada vez que contemplen patente tu docilidad al Espíritu Santo y cada vez que se maravillen de tu fe al descubrir que tú crees y vives realmente aquello que anuncias. Y te escucharán y te seguirán cuando palpen en ti el secreto de tus convicciones como pastor y maestro, tu cercanía a Jesús como discípulo y amigo que no antepone ninguna sabiduría humana a la fuente de la sabiduría que es el Verbo.

Querido hermano, en comunión afectiva y efectiva con Mons. Javier Navarro, obispo de esta iglesia particular de Zamora, con todos los sacerdotes y fieles, así como con todos los Pastores de la Iglesia en México y en el mundo, particularmente con el Santo Padre, apacienta a este gran pueblo, que desde la riqueza de su fe y mediante el testimonio de una vida fiel a Cristo, está llamado a ofrecer su gran contribución a toda la sociedad, “unidos en el espíritu con el vínculo de la paz”.

Mantén día a día tu confianza y la esperanza de tus hermanos apoyado en Cristo; en Aquel que invitó a Pedro a ser valiente, a alejar su barca de la seguridad de la orilla y a remar mar adentro; Aquel que también lo indujo a lanzar confiadamente las redes para la pesca, y que no lo dejó defraudado.

El Señor confía y espera de ti que en su nombre despiertes, animes y conduzcas hacia Él a los constructores de la sociedad, al mundo de la cultura y la tecnología, a las familias y estudiantes, a todos los hombres, mujeres, jóvenes y niños que conforman su pueblo en esta iglesia particular de Zamora. A todos quiere, por tu medio, colmar de bendiciones y de vida eterna.

Bajo la protección de la Virgen Santísima ponemos tu persona y ministerio y también a todos y cada uno de los miembros de esta iglesia particular: a S.E. Mons. Navarro Rodríguez, a los sacerdotes y demás ministros ordenados, así como a todos los hijos de Dios que peregrinan en la diócesis de Zamora.

Que con el auxilio de Santa María de Guadalupe, el Año de la Fe, guiado por tu palabra y ejemplo de Pastor sea efectivamente un período privilegiado de gracia que impulse a todos y a cada uno hacia un encuentro profundo y personal con Cristo y hacia una cada vez más creciente perfección espiritual que los lleve a anunciar, con entusiasmo al mundo, la Buena Nueva de la plena salvación.

Así sea.

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Nacional