"La importancia de ser testigos del amor de Dios"

Escrito por Mons. José Luis Dibildox Martínez

Homilía de S.E.R. José Luis Dibildox Martínez en la celebración Eucarística de proclamación del Plan Diocesano de Pastoral de la Diócesis de Tampico

La liturgia de este día nos invita a valorar el llamado que Dios nos hace a ser sus hijos, a ser hermanos, y a construir juntos la comunidad que nos permita crecer y madurar en nuestra fe y en nuestra caridad fraterna.

Este encuentro con Jesús y con los hermanos nos lleva a entender la necesidad del testimonio, de ser sal de la tierra y luz del mundo, de experimentar la alegría de estar con El, e invitar a otros, a los más lejanos, a los que se han apartado de la Iglesia, a contagiarse de ese gozo, de esa pertenencia como un misterio, que lleva a quien lo descubre, la felicidad de vivir con Dios.

De allí la importancia de ser testigos del amor de Dios. La Iglesia la forman los testigos, que presentan a Jesús como el Salvador, y buscan que otros se encuentren con El.

El verdadero testigo tiene una madurez espiritual a ejemplo de Juan el Bautista con sus dos discípulos, que los condujo a descubrir la grandeza de vivir la experiencia de Dios.

El verdadero testigo no se queda con el discípulo, lo lleva a encontrarse con Jesucristo. Para ser testigo es necesario haberse encontrado con el Señor. Dar testimonio, es mostrar a los otros esa mirada, que de antemano ya ha cambiado nuestra vida.

Eso supone haber entrado en la dinámica de la comunión con el Señor, una comunión que puede ser expresada como el “Estar con él” que fue la experiencia de los discípulos del Bautista “se fueron con el, vieron donde vivía y pasaron aquel día con él”.

El proyecto original y perfecto de Dios para con la Iglesia, es aquel que se nos manifestó plenamente en Jesucristo. Nos ha sido entregado como precioso don de Dios Padre, que brota del costado abierto de Cristo en la Cruz y se consolida y crece bajo la acción del Espíritu.

Esa misma fidelidad al Espíritu exige de la Iglesia un esfuerzo continuo de renovación y creatividad pastoral.Quiere nuestra Iglesia, inspirada en el Evangelio, como lo dice el Concilio Vaticano II, ser «germen firmísimo de unidad, de esperanza y de salvación» (LG, 9) para todo nuestro pueblo. Porque la Iglesia, está integrada por hombres y mujeres de nuestro pueblo que, trabajan y sirven a esta tierra, participando de las alegrías, los avances, y dificultades que experimenta toda sociedad.

Nuestro compromiso debe ser, servir mejor a nuestro pueblo: buscar su crecimiento moral y espiritual, su progreso, ayudándole a descubrir a ese Dios que es Padre y como consecuencia a descubrir su gran amor.

La Iglesia la formamos esa parte de nuestra población que cree en Dios y que se siente, de algún modo, unida a la comunidad de creyentes católicos.Esta pertenencia a la Iglesia Católica, es manifestada por los numerosos fieles que asisten semanalmente a los templos y que se sienten identificados con ella.

Un elemento importante de los que formamos parte de la Iglesia es el elemento de la comunión, el Apóstol Juan en su primera carta nos dice: “… lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo… Si decimos que estamos en comunión con El, y caminamos en tinieblas mentimos y no obramos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz, como El mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros…” (1Jn 1, 3. 6-7)

Estamos envueltos en el misterio de la gracia y de allí debe brotar nuestra comunión con el Papa, con los obispos y con todos aquellos que se sienten orgullosos de pertenecer a esta Iglesia Católica. Nuestra Iglesia Diocesana de Tampico no puede tener otra intención que la de seguir la misma ruta de Cristo, que es el mismo ayer hoy y siempre, buscando todas las posibilidades, hasta que llegue a su plenitud que es la unión con Dios.

Nuestro Plan Diocesano de pastoral nos impulsa a trabajar juntos, a participar generosamente en la vida de la Iglesia, a proclamar nuestra fe en Jesucristo, como la gran noticia para cualquier hombre, por muy insignificante que se sienta.

Nuestra Iglesia diocesana tiene que ser, la Iglesia del diálogo, la Iglesia de la participación, la Iglesia del perdón, la Iglesia que sirve, una iglesia que busca ante todo la coherencia, el realismo y su capacidad de servicio con comprensión, y amor.

Nosotros como Iglesia tenemos que utilizar todos los espacios que tenemos para cumplir nuestra misión: que es llevar a todos los hombres la palabra de Dios, e iluminarlos con ella.

La Iglesia quiere anunciar, su fe a todos los hombres, aún a aquellos que viven al margen de Dios. Una Iglesia misionera que escucha con renovado empeño la voz de su Maestro, que la envía a los confines de la tierra, a predicar a todos.

Esta misión exige de nosotros un esfuerzo por lograr una pastoral de conjunto, fundamentada no en las solas fuerzas humanas, sino en el encuentro con el Señor en la oración. Esta misión la cumplimos con un estilo renovado y audaz de presencia entre los hombres y de acción pastoral, en unidad en la diversidad dentro del marco de la comunión y participación con responsabilidad.

Una Iglesia por tanto, que, con mirada limpia y corazón puro, pueda contemplar, con los ojos de Dios, al mundo de los hombres y de las cosas, para llevarlos a su Verdad original.Una Iglesia Encarnada: que comparta con su pueblo las luchas y los logros, las angustias y los gozos. Iglesia pobre, desprendida de poder, deseosa de servir, que pone su confianza en la acción renovadora del Espíritu.

Una Iglesia que con la libertad propia de los hijos de Dios se compromete en la edificación de la comunidad cristiana, marcada por el signo y la presencia de la fe. Iglesia que quiere estar activamente presente en la realidad histórica de nuestro pueblo.

Descubrimos así, en la escucha de la Palabra iluminadora del Evangelio, cuál es la Iglesia que Dios quiere, la que Jesucristo nos confió, la que en docilidad al Espíritu debe renovarse siempre para no dejar de cumplir su Misión aquí y ahora: anunciar a los hombres la Buena Noticia de Cristo Muerto y Resucitado.

En nuestros propósitos de conversión, pueden descubrir mejor todos los hombres y mujeres de buena voluntad el ser profundo, y las aspiraciones más altas de la Iglesia Católica, mucho más que en la mediocridad o el pecado. De allí entonces que la Esperanza Cristiana debe ser la norma inspiradora, pues ella es fuerza que engendra confianza y alegría.

En el mensaje del evangelio es constante la invitación a la conversión y esto porque es fácil dejarse seducir por el mundo con sus atractivos. Es más, podemos nosotros pensar que ya estamos convertidos y creer que estamos llamados a llevar a otros a la conversión, cuando estamos llenos de amor propio, criterios personales y prácticas que son de paganos. Todo el evangelio nos va a llevar a descubrir la necesidad de nuestra conversión, para poder llevar a los otros al encuentro con el Señor.

Podemos creer que lo que necesitamos es cambio de estructuras, es cambio en los demás y quizás en quienes son responsables de la guía de la Iglesia…. pero el cambio es personal, la conversión es personal y es una respuesta a Dios que tiene efectos para la persona y la comunidad.

En la visita del Santo Padre Benedicto XVI, a Alemania, en un discurso a los católicos, pone de ejemplo el papa una pregunta que le hacen a la madre Teresa de Calcuta, le preguntan a ella “¿Qué tiene que cambiar en la Iglesia?, y ella responde: “usted y yo”, ciertamente en la Iglesia el cambio tiene que ser personal y así será como se llevará a cabo la transformación en la sociedad.

El Plan Diocesano de Pastoral nos presenta varios retos: La necesidad de la formación de nuestros laicos y agentes de pastoral.- El aprovechamiento de la catequesis de los niños para enseñarles los valores de la vida y el respeto a los demás.- La formación de nuestros jóvenes, ayudándoles a prepararse para un mejor servicio a la sociedad.- El acompañamiento a las familias para que puedan cumplir su misión de Iglesia domestica.- Una pastoral que lleve a resaltar el papel de la mujer y a lograr que ellas descubran su rol en el cambio de la sociedad. - El compromiso de nuestros fieles laicos de testimoniar con su comportamiento la presencia de Cristo en su vida. - Sentir la obligación de evangelizar a los alejados, quienes estuvieron en nuestra Iglesia y se fueron a otro grupo religioso y que posteriormente han terminado en la indiferencia.
- El poco valor por la vida y por el ser humano. - La poca preocupación por el desequilibrio ecológico, y la contaminación ambiental.

Como parte de esta Iglesia, todos debemos sentirnos preocupados y unir fuerzas para lograr cambios, ya que creo que toda esta problemática incide concretamente en la vida de todos los habitantes de nuestra sociedad; muchas de ellas, reclaman posturas morales claras por parte de los creyentes.

Que nuestro trabajo sea fructuoso para el bien de nuestra Iglesia. Que nuestras conclusiones ayuden a mostrar el rostro renovado de una Iglesia que trasluce el rostro de Jesucristo; y que lleve a muchos a encontrar en nuestras asambleas y templos la casa de la familia de los hijos de Dios que se preocupan por vivir en fidelidad la vida cristiana. Nuestra mirada confiada, se vuelve hacia María, La Inmaculada Concepción. Queremos aprender de Ella, a mantener nuestro Sí, proclamando con fuerza nuestra esperanza. Así sea

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