Hace poco más de 200 años nació Félix Mendelssohn, uno de los máximos compositores del período del romanticismo. Fue un genio precoz que a los 9 años ofreció su primer concierto de piano, y a los 17, estrenó la obertura Sueño de una noche de verano, cuya marcha triunfal resuena y nos estremece en las bodas, cuando la novia aparece por la puerta principal vestida de blanco. Cuenta la historia que Mendelssohn estaba en una carnicería cuando se dio cuenta de que el papel que estaba utilizando el tendero para envolver la carne eran unas partituras. Al ver la perfección musical, compró todo el papel estampado y resultó que se trataba de La pasión según san Mateo, de Bach. Esta obra la estrenó en 1829 en el oratorio de la Singakademie de Berlín. De este modo Bach salió del sepulcro y es admirado desde entonces por piezas como la Toccata o el concierto de Brandenburgo. Este hecho maravilloso nos enseña a valorar los talentos y dones que Dios nos ha dado para no gastarlos a precio de papel reciclado, y en segundo lugar, quedó patente la honestidad de Mendelssohn pues no se apropió del talento ajeno, sino que supo brillar con su propia luz. Si hubiera plagiado, su memoria estaría ahora manchada de vergüenza.