“Él enviará a sus ángeles a congregar sus elegidos”

Escrito por Mons. Carlos Aguiar Retes

Homilía del Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario (Ciclo B)

Como les decía al inicio de esta Eucaristía, la liturgia nos presenta en estas últimas semanas del Año Litúrgico, la Palabra de Dios que nos ayude a levantar nuestra vista en un horizonte integrado, en un horizonte de una dimensión de poder contemplar el proyecto de Dios, de esta creación hasta el último momento. Es decir, que podamos tener en cuenta no sólo la época en que nos toca vivir, sino también el final de la historia, el fin de los tiempos.

Nosotros, lo que seguimos a Jesucristo, debemos de estar ciertos como dice el mismo Jesús, que sus palabras no pasarán. Es verdad que el universo entero como lo muestra hoy la ciencia, es de una vida larga de millones y millones de años. Es verdad que puede todavía durar millones y millones de años. Sin embargo no es eterno, tendrá su final. El final puede ser de transformación gloriosa o un final catastrófico.

¿De quien va a depender? ¿Dios qué quiere? Dios quiere que el final sea de una transformación gloriosa. Así nos lo explica el número 39 de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II. Nos dice que no sabemos ni el día, ni la hora como lo dice hoy también el Evangelio, pero tampoco sabemos la manera como va a terminar el mundo. Sin embargo, dependerá de nosotros ese final, dependerá de la sociedad humana.

Si la sociedad humana logra conciliar armónicamente su presencia de vida con la vida de la creación, la transformación será gloriosa; si en cambio, nosotros, destruimos esta creación, vamos en contra de las leyes de la naturaleza y hacemos todo lo contrario para preservar la armonía y la ecología, entonces el final será catastrófico.

No obstante, dependiendo de una u otra alternativa, lo que debe de tener claro el discípulo de Cristo es lo que nos dice hoy el Evangelio: “Él, el Hijo del hombre vendrá en ese momento final”. Jesucristo vendrá y enviará a sus ángeles y aparecerá de nuevo entre nosotros para culminar la historia, porque Él es el Señor de la historia y de la vida. Él vendrá y enviará a sus ángeles para congregar a sus elegidos desde todos los puntos cardinales, es decir, Jesucristo cuidará de sus discípulos y los transformará gloriosamente a pesar de que pudiera ser el final catastrófico. Por eso, un discípulo de Cristo no tiene miedo ante el final de la historia. Así que aquellos que dicen que necesariamente el fin del mundo está cerca, nunca, a un discípulo de Cristo le puede infundir eso, temor. Nosotros estamos en las manos de Dios; nosotros hemos confiado nuestra vida a quien nos la ha dado; nosotros amamos a quien nos ama.

Debemos ser auténticos discípulos de Cristo para ser congregados al final de los tiempos por sus ángeles y ser parte de la transformación gloriosa.

Cristo ya ha garantizado esta victoria ¿cuál fue el final de Cristo, fue un final glorioso o un final catastrófico? Finalmente fue glorioso, pero antes pasó por la cruz. Entonces le tocó un final catastrófico, una muerte injusta, no merecida en Cruz; sin embargo, Él estaba en las manos de su Padre y por eso a pesar de tener un final catastrófico, lo resucita, le da la transformación gloriosa.

Esta es la manera de entender lo que va a suceder al final de los tiempos, puede suceder una catástrofe, sí; no lo vamos a negar. El mismo Jesús lo está diciendo: el sol se apagará, la misma luna no brillará, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá, es decir, una destrucción apocalíptica, fatal, desastrosa. Sin embargo, el discípulo de Cristo, los discípulos del Señor serán congregados por los ángeles, y serán transformados gloriosamente para la vida eterna, nos dice la primera lectura del profeta Daniel. En cambio, los que no hayan colaborado con el Reino de Dios, tendrán la condenación eterna. ¿Cómo podemos colaborar con el Señor para que seamos de los elegidos, para que seamos de los que estemos en esa transformación gloriosa del final de los tiempos?

Básicamente son tres puntos muy claros que ustedes pueden tener en cuenta para trabajar por el Reino de Dios.

El primer punto para trabajar por el Reino de Dios es partir del amor. Jesús nos ha enseñado que Dios es amor, que nosotros estamos creados a imagen y semejanza suya. Por tanto, nuestra naturaleza está hecha para amar, no para odiar, no para ser violento, no para destruir al otro. Estamos hechos para entender que el otro es también como nosotros, un hijo de Dios y nuestro hermano. Partiendo de esta experiencia de amor, tenemos que luchar por la justicia. La justicia es aquella que nos permite que cada una de nuestras personas sea respetada en su dignidad, no sea atropellada por los otros. La justicia es aquella que garantiza la buena convivencia social en todos los niveles: familiar, social, político, económico, cultural. La justicia es la que trae como fruto la paz, esa es la autentica paz. Cuando se logra la convivencia social, respetando la dignidad de las personas aunque sean seres en gestación, niños, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos, o enfermos, o discapacitados.

Por eso, estos tres puntos: partir de la conciencia que estamos hechos para amar; segundo, luchar por la justicia, para que sea en igualdad y equidad la relación humana, teniendo en cuenta la dignidad de la persona; disfrutar de esta paz que es fruto de la justicia, porque si alcanzamos la paz, volvemos a cerrar en círculo y podemos experimentar el amor. El tercer punto es lo que nos dice el texto de la carta a los Hebreos en la segunda lectura; nos dice que Jesucristo ofreció un solo sacrificio, un solo sacrificio le fue suficiente para alcanzar el perdón de los pecados. ¿Cuál fue ese solo sacrificio? Ofrecer su vida generosamente, entregada por la causa del Reino de Dios, explicando que es el Reino de Dios, expresando en su propia persona lo que es el Reino de Dios; partiendo de esto que acabamos de reflexionar: amor, justicia y paz, y vuelta al amor.

Eso hizo Jesús, esto fue su sacrificio, ese debe ser nuestro sacrificio, presentar nuestra vida, ofrecer nuestra persona por la causa del Reino de Dios y, entonces, tengan la certeza, pase lo que pase, que ustedes, yo, y todos los que nos involucremos en este camino, seremos congregados para la transformación gloriosa de la vida eterna, para que el final de nuestra vida y el final del universo sea glorioso.

Que así sea.

+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla

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