Desertificación espiritual

Escrito por Mons. Felipe Arizmendi Esquivel

HECHOS

Con una visión muy realista, el Papa Benedicto XVI, en ocasión del reciente Sínodo de los Obispos y la apertura del Año de la Fe, describió de esta manera algunas situaciones del mundo actual: “En estos decenios, ha aumentado la desertificación espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío” (11-X-2012).

Dijo que muchos “viven en regiones de antigua evangelización, donde la luz de la fe se ha debilitado, y se han alejado de Dios, ya no lo consideran importante para la vida; son personas que por eso han perdido una gran riqueza… Desde los años ’50 del siglo pasado, se vio evidente que también los países de antigua tradición cristiana se habían vuelto, como se suele decir, tierra de misión” (28-X-2012).

Esto que se podría aplicar a Europa, refleja también lo que va pasando entre nosotros. Hay personas que, sin cimientos firmes en su fe, se han alejado de Dios y de la Iglesia, heridas, desconcertadas o decepcionadas por algunos malos comportamientos clericales, por el mal trato recibido de algún sacerdote, o porque quisieran que todo se hiciera en la Iglesia como ellos piensan y quieren, porque dicen que no nos modernizamos al ritmo de la historia, porque no accedemos a declarar moral y recto lo que es inmoral e inhumano, porque querrían que no fuera el Evangelio sino la moda actual del mundo lo que marcara nuestra identidad y misión, o porque en algunas escuelas y universidades se especializan en ridiculizar la fe y la Iglesia, porque les llegan ofertas de otras religiones, atractivas y adecuadas a su sensibilidad y conveniencia, o porque sus padres han sido irresponsables para educarles en su fe.

No faltan escritores, profesores y líderes de opinión que se dedican a resaltar lo que para ellos es negativo en nuestra Iglesia, sin tomar en cuenta la pléyade de santos que ha habido y hay, consagrados al servicio de la humanidad, en particular de los pobres. Hacen consistir su fama y su éxito económico en ser críticos permanentes de la institución eclesial, sin conocer ni valorar la entrega sencilla, diaria y sacrificada, de miles y miles de sacerdotes, religiosas, misioneros, obispos, catequistas y diáconos, que desgastan su vida atendiendo a las comunidades, en medio de grandes limitaciones económicas y materiales. Son héroes anónimos, como una encarnación del amor misericordioso de Dios, reconocidos y amados por el pueblo.

CRITERIOS

Ante esta situación tan preocupante, el mismo Papa nos habla de “la urgencia de anunciar nuevamente a Cristo, allá donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo, que pide ser reavivado, para que sea llama viva que da luz y calor”.

Estamos convocados a ser discípulos misioneros de Cristo, porque en El se nos ha manifestado Dios mismo: es Dios encarnado, hecho un ser humano, cercano y existencialmente presente en nuestras vidas: “Dios ha roto su silencio. Dios ha hablado. Dios existe. Este hecho, como tal, es salvación: Dios nos conoce, Dios nos ama, ha entrado en la historia. Jesús es su Palabra, el Dios con nosotros, el Dios que nos muestra que nos ama, que sufre con nosotros hasta la muerte y resucita. Este es el Evangelio mismo. Dios ha hablado; ya no es el gran desconocido, sino que se nos ha mostrado y esta es la salvación” (8-X-2012).

PROPUESTAS

Padres de familia: Acerquen a sus hijos a los sacramentos y a las catequesis necesarias; que participen en grupos juveniles. Con el buen ejemplo de ustedes y sus oportunos consejos, tendrán un camino para estar cerca de Dios y no se enredarán en los lazos de la droga, de la delincuencia y del desorden.

Catequistas y demás agentes de pastoral: Seamos capaces de escuchar y comprender los vacíos y las soledades, las angustias y esperanzas de los jóvenes y de los adultos, de los enfermos y ancianos, de los presos y migrantes, y ofrezcámosles la luz y el consuelo de Jesús, la Palabra de Dios y su cercanía, en la confesión y en la Eucaristía.

>center>+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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Nacional