“Cumpliré la promesa que hice a mi pueblo”

Con estas palabras, inicia la lectura del profeta Jeremías, que nos ha sido proclamada hoy, anunciando el profeta, que es el mismo Señor quien va a dar cumplimiento a la promesa, a pesar de que no ha sido fiel el pueblo y no han sido fieles sus gobernantes. Sin embargo, Él, como lo dice más adelante, “haré nacer del tronco de David un vástago santo”. A esta promesa se refiere diciendo que va a tener su plenitud en el cumplimiento de la persona de Jesucristo. El Mesías es el vástago santo que va a nacer del tronco de David.

Por eso ustedes pueden apreciar que en lugar de una corona hemos puesto un tronco con las cuatro velas del adviento. Este es el simbolismo que representa para nosotros, significa que el plan de Dios es siempre reconstruir la historia del hombre y reconstruir la historia de la humanidad. Dios acompaña a su pueblo, está al pendiente de él, a pesar de sus caídas, a pesar de sus pecados, a pesar de sus infidelidades. Dios está con nosotros y cuando ya se ve aparentemente sin salida la situación de la humanidad, siempre el Señor busca una nueva manera de reconstruir.

Por eso es muy importante para nosotros este inicio del año litúrgico, hoy comenzamos un nuevo ciclo con el adviento que significa como tiempo litúrgico, un momento de renovarnos en la esperanza. Cada uno de nosotros, sin duda, tiene mucho en su historia personal, que si lo volviéramos a vivir, no haríamos las cosas de la misma manera. Tenemos en nuestra historia personal, muchas situaciones de las que nos arrepentimos, de las que sabemos que nos equivocamos; y a veces, nos anclamos en ese remordimiento de haber cometido el mal. Dios nos da la oportunidad, reconstruye desde nuestra propia historia. No es acabar y empezar de nuevo, sino renovar, es decir, reconstruir, por eso surge la esperanza.

Nosotros, sabiendo que Dios está para darnos la mano, tenemos entonces la plena certeza de que saldremos adelante. Esto que se da en la experiencia personal, se da también en la experiencia comunitaria, social, de toda la humanidad.

Hoy, al iniciar el adviento, tenemos el gozo, para esta Iglesia de Tlalnepantla de ordenar un nuevo diácono. El diácono es el primer grado del Sacramento del Orden. Este ministerio, esta tarea que recibe el diácono se centra en la Palabra de Dios, en la escucha de lo que Dios quiere de nosotros, para explicarlo al pueblo; pero después de haberlo vivido y de haberlo entendido y comprendido.

Este ministerio como lo vamos a escuchar ahora, en unas pocas palabras, es pedagógicamente un primer paso para quien quiere acceder al segundo nivel del Sacramento del Orden, del Presbiterado. Por eso nos alegramos hoy, porque la esperanza debe de tener primicias, tiene que tener algunos brotes de esa realidad que esperamos.

Para esta Iglesia de Tlalnepantla, es una esperanza tener nuevos ministros, tener nuevos sacerdotes, son muestra del amor de Dios, porque con ellos garantizamos la conducción del pueblo de Dios.

Estas palabras que hemos escuchado del Señor al inicio, “cumpliré la promesa que hice a mi pueblo”, debemos de sentirla para nosotros, el Señor seguirá cumpliendo sus promesas. Por ello, podemos entender el Evangelio que hemos escuchado sin temor. Algún día llegará el fin del mundo, no sabemos cuando ni como, pero quienes seguimos a Cristo, no tenemos ningún temor, porque sabemos que cuando llegue ese momento, nosotros hemos caminado con Él y Él estará con nosotros para liberarnos finalmente y transmitirnos la Vida Eterna.

+ Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla
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Nacional