Sembremos y cultivemos la esperanza por todas partes

Escrito por Mons. José Luis Chávez Botello

"La esperanza muere al último". Este dicho popular encierra una enseñanza para la vida de cada día porque, donde falta la esperanza, todo se oscurece y la misma fe es cuestionada; donde la esperanza se apaga se produce incertidumbre, desaliento, miedo y desesperación; así se paralizan los esfuerzos para afrontar las dificultades, para crecer en el bien y superarse; las personas sin esperanza van cayendo poco a poco en el descuido de sí mismas y en el egoísmo sin importarles el daño causado a los demás. Son palpables los rostros de falta de esperanza: adicciones, violencia, indiferencia y poca participación en el bien común, irresponsabilidad social sin importar daños a terceros, suicidios. Sin esperanza es imposible una vida sana, constructiva y feliz en nuestras familias y en la sociedad.

Toda persona espera normalmente algo bueno y duradero, satisfacer las necesidades fundamentales para avanzar hacia una vida auténtica; la meta es superarse, realizarse, convivir en paz y ser feliz. La esperanza así proporciona motivos y fuerza para caminar aún en medio de dificultades, estimula a fortalecer los signos de vida capaces de erradicar los gérmenes dañinos, anima incluso a transformar los desafíos y conflictos en oportunidades de crecimiento proponiendo como punto de llegada la reconciliación, el bien común, la colaboración y la convivencia pacífica.

El cimiento y los pilares de la esperanza están muy dañados en nuestra sociedad; hace falta que todos los padres de familia, los jóvenes, maestros, sacerdotes, gobernantes y líderes sociales realmente seamos sembradores de esperanza desde nuestro campo concreto para levantar la calidad de vida.

Necesitamos ver más allá de nosotros mismos, de nuestra familia y de nuestra comunidad; entre más nos preocupemos y colaboremos por la superación y bien de los demás, más nos beneficiamos a nosotros mismos; nadie mejora realmente ni se supera solo, nos ayudamos mutuamente y nos superamos juntos; basta ver con atención y constatarlo en familias cercanas. La vida se disfruta más entre más nos interesemos por los demás y compartamos lo que tenemos para superarnos: conocimientos, cualidades, tiempo, recursos materiales. Las personas más ricas no son las que tienen más dinero sino las que comparten lo que tienen para ayudar a los demás a superarse; esas personas suelen ser serenas, realizadas, apreciadas y felices; es la mayor y mejor riqueza.

La esperanza no se finca en sueños o en ideas abstractas, se construye día a día cultivando los valores fundamentales como la verdad, el bien, el servicio y el respeto, caminando hacia los ideales de superación y realización integral, de justicia, de unidad y convivencia pacífica con los demás. La fe y el amor auténtico a los demás, principalmente a Dios, constituye el cimiento y el motor de la esperanza.

En este Año de la fe, el Adviento como preparación a la Navidad es tiempo privilegiado para sembrar y cultivar la esperanza animados por la Encarnación de nuestro Salvador; aprovechemos los aguinaldos, las posadas, las convivencias y vacaciones para sembrar y cultivar esperanza en todos los campos y desde los frentes diferentes. En este Año de la Fe, sembremos y cultivemos la esperanza por todas partes; lo necesitamos.

Con mi saludo y bendición para todos.

+ José Luis Chávez Botello
Arzobispo de Antequera Oaxaca
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Nacional