SAN AGUSTÍN menciona frecuentemente a Crispina, que era en su tiempo una de las mujeres más conocidas del África. Por el santo, sabemos que se trataba de una dama de alta alcurnia, originaria de Tagara de Numidia, casada y con varios hijos, que no cedía en virtud, firmeza y constancia a las famosas mártires Santa Inés y Santa Tecla. Durante la persecución de Diocleciano, Crispina compareció ante el procónsul Anulino en Teveste, acusada de haber ignorado las órdenes del emperador. Su juez le preguntó:
—¿Entiendes lo que significa el decreto?
—Ni siquiera lo conozco, repuso Crispina.
Anulino—El decreto manda que sacrifiquéis a todos nuestros dioses por el bien de los emperadores, de acuerdo con las leyes promulgadas por nuestros señores Diocleciano y Maximiano, los piadosos augustos, y por Constancio, el más ilustre de los cesares.
Crispina—Jamás ofreceré sacrificios a otro que no sea el Dios único y a nuestro Señor Jesucristo, su Hijo, que nació y sufrió por nosotros.
Anulino—Abjura de esa superstición y dobla la cabeza ante nuestros sagrados dioses.
Crispina—Yo adoro a mi Dios, todos los días y no conozco otros dioses.
Anulino—Eres contumaz e irrespetuosa y vas a hacer que se descargue sobre ti la severidad de la ley.
Crispina—Si es necesario, estoy dispuesta a sufrir por mi fe.
Anulino—¿Eres tan vanidosa como para no renunciar a tu locura y adorar a nuestras sagradas divinidades?
Crispina—Yo adoro a mi Dios todos los días y no conozco otros dioses.
Anulino—Te he dado a conocer el edicto para que lo obedezcas.
Crispina—El edicto que yo observo es el de mi Señor Jesucristo.
Anulino—Si no obedeces la orden de nuestros emperadores, perderás la cabeza. Toda África se ha sometido, y tú tendrás que hacerlo también.
Crispina—Yo sacrificaré al Señor que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en ellos. Pero jamás conseguirás que ofrezca sacrificios a los espíritus malignos.
Anulino— ¿De suerte que no estás dispuesta a aceptar a los dioses a los que tienes que ofrecer sacrificios, ni siquiera para salvar tu vida?
Crispina—Una religión que se impone por la fuerza no es verdadera.
Anulino—¿Doblarás finalmente la cerviz y quemarás un poco de incienso en los templos sagrados?
Crispina—No lo he hecho nunca desde que nací y no lo haré mientras viva.
Anulino—Deberías hacerlo, cuando menos para escapar al castigo.
Crispina—No temo tus amenazas, pero en cambio temo al Dios del cielo. Si le desobedezco, cometeré un sacrilegio y El me arrojará lejos de Sí, y no resucitaré en el día de Su venida.
Anulino—No puede ser un sacrilegio obedecer a la ley.
Crispina—Sí lo es. ¿Acaso te parece mejor un sacrilegio contra Dios que
una desobediencia a los emperadores? ¡Te equivocas! Dios es grande y todo-poderoso. El hizo el mar y las plantas y la tierra firme. ¿Cómo puedo tener en cuenta a los hombres, que son obra de Sus manos, si los comparo con El?
Anulino—Profesa la religión romana de nuestros señores, los invencibles emperadores, como lo hacemos nosotros.
Crispina—Yo sólo reconozco a un Dios. Vuestros dioses son ídolos de piedra, estatuas esculpidas por manos de hombres.
Anulino—¡Blasfemas! Así no escaparás con vida.
Anulino mandó que cortasen el cabello a Crispina y le rasurasen la cabeza. Así la expuso a las mofas del pueblo. Como la mártir permaneciese inconmovible, Anulino le preguntó:
—¿Deseas vivir, o prefieres morir en el tormento, como tus compañeras Máxima, Donatila y Segunda?"
Crispina—Si lo que yo quisiera fuese perder mi alma y condenarme al fuego eterno, adoraría a tus demonios como tú me lo pides.
Anulino—Si sigues burlándote de nuestros venerables dioses, te mandaré decapitar.
Crispina—¡Loado sea Dios! Si adorara a tus dioses, me perdería.
Anulino—Así pues, ¿persistes en tu locura?
Crispina—Mi Dios —el que era y el que es— quiso que yo naciera. El me condujo a la salvación a través de las aguas del bautismo y ahora me sostiene para que no cometa yo el sacrilegio al que tú me incitas.
Anulino—-¿Podemos seguir soportando a esta impía Crispina?
El procónsul mandó que se leyesen en voz alta las actas de la sesión y, en seguida, condenó a Crispina a morir por la espada. Ella exclamó al oír la sentencia:
— ¡Bendito sea Dios, que me ha mirado con misericordia y me ha salvado de tus manos!
La ejecución tuvo lugar en Teveste el 5 de diciembre de 304.
Butler Alban - Vida de los Santos