EL PADRE de este ermitaño, que era oficial del ejército imperial, murió en una batalla contra los sarracenos. Entonces, la madre de Pablo partió con sus dos hijos de Pérgamo, donde había nacido nuestro santo, a Bitinia. Basilio, el mayor de los dos hijos, tomó el hábito en el monasterio del Monte Olimpo; pero poco después, deseoso de mayor soledad, se retiró al Monte Latros (Latmos). Después de la muerte de su madre, Basilio indujo a su hermano a abrazar la vida religiosa. Aunque todavía era muy joven, Pablo había experimentado ya la vanidad del mundo y los peligros de vivir en él. Basilio le encomendó al abad de Karia para que le instruyese. Pablo quería ser ermitaño para vivir en mayor soledad y austeridad; pero su abad, juzgando que era demasiado joven todavía, no le dejó partir mientras vivió. Después de la muerte del abad, Pablo se estableció en una cueva de la cumbre del Monte Latros. Durante varias semanas, sólo se alimentó de bellotas verdes, que al principio le hicieron mucho daño. Ocho meses después, sus superiores le mandaron regresar a Karia. Se cuenta que, cuando trabajaba en la cocina, el fuego del horno le hacía pensar tanto en el infierno, que no podía mirarlo sin prorrumpir en llanto.
Cuando sus superiores le dieron permiso de seguir su vocación, el santo se retiró a la parte más rocosa del monte. Durante los primeros tres años sufrió violentas tentaciones. De cuando en cuando, algún campesino le llevaba algo de comer, pero generalmente San Pablo se alimentaba de yerbas silvestres. Cuando la fama de su santidad se extendió por la provincia, fueron a reunirse con él al- gunos discípulos y construyeron una serie de celdas. El santo, que se preocupaba tan poco de su propio cuerpo, ponía gran cuidado en que no faltasen nada a los que vivían bajo su dirección. Al cabo de doce años, se retiró a otro sitio del monte en busca de mayor soledad. De cuando en cuando, iba a visitar a sus discípulos para alentarlos. Algunas veces los acompañaba al bosque para cantar el oficio divino al aire libre. Cuando éstos preguntaron a San Pablo por qué en ciertas ocasiones estaba tan alegre y en otras tan triste, respondió: "Cuando nada me distrae de Dios, mi corazón se inunda de gozo, de suerte que me olvido aun de comer y de las otras necesidades corporales. En cambio, cuando tengo distracciones, me siento muy abatido." Algunas veces hablaba a sus discípulos de lo que pasaba entre Dios y su alma y de las gracias extraordinarias que recibía en la contemplación.
Deseando encontrar la soledad perfecta, el santo se retiró a la isla de Samos y se escondió en una cueva. Pero pronto fue descubierto su refugio y fueron a reunírsele nuevos discípulos, de suerte que repobló las "lauras" que habían sido destruidas por los sarracenos. Los monjes de Latros le rogaron que volviese con ellos y así lo hizo. El emperador Constantino Porfiriogénito le escribía con frecuencia para pedirle consejo, y más de una vez tuvo que arrepentirse de no haberlo seguido. San Pablo se preocupaba mucho por los pobres y solía quitar de su comida y vestidos más de lo conveniente para repartirlo entre ellos. En cierta ocasión intentó venderse como esclavo para socorrer a unas personas que se hallaban en grave necesidad; pero sus discípulos se lo impidieron. El 6 de diciembre de 956, presintiendo que se acercaba la hora de su muerte, bajó de su celda a la iglesia, celebró la misa más temprano que de costumbre y, en seguida, fue a acostarse. El tiempo que le quedaba de vida lo pasó orando y dando instrucciones a sus discípulos. Murió el 15 de diciembre. Los griegos le conmemoran en esa fecha. Algunas veces se le llama San Pablo el Joven.