Beata Vicenta López y Vicuña

Date: 
Sábado, Diciembre 26, 2020
Clase: 
Beato

VICENTA NACIÓ en el año de 1847, en la ciudad navarra de Cascante, y desde los primeros años de su existencia, su padre, un abogado de buena posición, atendió ciudadosamente a su educación religiosa. El momento decisivo de su vida se produjo cuando Vicenta fue enviada a Madrid para asistir a la escuela y quedó bajo la estricta y benéfica dirección de una tía suya que había fundado en la capital española una casa de asilo para huérfanos y servidores domésticos. A la edad de diecinueve años, Vicenta hizo el voto de permanecer virgen y llegó al convencimiento de que estaba llamada a la vida religiosa, aunque no precisamente en alguna de las congregaciones enclaustradas. Le preocupaba sobre todo el porvenir de la obra de beneficencia de su tía, cuando ésta llegase a faltar. La incertidumbre de su espíritu creció cuando su padre, al ver que rechazaba el matrimonio y rehusaba ingresar en un convento de la Visitación, le ordenó que regresara de Madrid para vivir en su casa de Cascante. Sin embargo, no pasó mucho tiempo sin que la joven cayese gravemente enferma y su padre, alarmado, consintió en que regresase al lado de su tía, Doña Eulalia, en Madrid.

Una vez en su ambiente, y bajo la prudente dirección del padre Hidalgo, S. J., Vicenta se puso a trabajar activamente en el trazado de los planes para hacer de los superiores y el personal de la casa de beneficencia para la servidumbre, una comunidad religiosa. Por fin, en 1876, Vicenta y otras dos mujeres recibieron el hábito de religiosas de manos del obispo Sancho, de Madrid. A partir de entonces, la intensa vida espiritual de la madre Vicenta se mezcló equitativamente con sus actividades caritativas muy eficaces y benéficas. No cometió el error de esperar demasiado de las gentes comunes y corrientes con quienes trataba, siempre preocupadas con las dificultades de llevar juntos y por buen camino el alma y el cuerpo; con estas miras siempre presentes, el trabajo de, Vicenta en el asilo dio muy buenos frutos. Por otra parte, las vocaciones abundaban y, muy pronto, con los nuevos elementos de la congregación, se abrieron otros establecimientos similares en diversas ciudades españolas. En 1888, la Santa Sede emitió un decreto en el que no escatimaba alabanzas para el instituto de las Hijas de María Inmaculada para la protección de las jóvenes del servicio doméstico y de las mujeres que trabajan. La madre Vicenta se negó rotundamente a financiar la obra por medio del establecimiento de escue- las de paga y escogió, en cambio, el duro procedimiento de la limosna y nunca cesó de insistir ante sus monjas para que, si debían entregarse al servicio de los pobres, estuviesen preparadas y dispuestas a ser pobres. Doña Eulalia, que ya conocía por experiencia las necesidades prácticas de semejante institución, le entregó toda su fortuna, además de sus constantes esfuerzos. Así fue como, gracias al abnegado trabajo de todas las Hijas de María Inmaculada, quedaron dentro de la órbita de actividades de la congregación, asilos, casas de refugio, escuelas, albergues, comedores y demás, para beneficio de las mujeres del ser- vicio doméstico y otras trabajadoras. Los miembros de la congregación de la madre Vicenta tenían siempre presente el viejo dicho de que "la ociosidad es madre de todos los vicios" y creían a pie juntillas que la religión tiene mucho que ver con la "política" de las cuestiones sociales, de suerte que el lema de la comunidad era que "el trabajo fijo y justamente remunerado es la salvaguardia de la virtud".

Cuando la madre Vicenta tomó el hábito, hizo la declaración de que la tarea que iba a emprender "satisface de manera tan completa los deseos de mi corazón que, si llegase a costarme toda suerte de sufrimientos y la vida misma, desde este momento le ofrezco a Dios el sacrificio. Me siento más feliz en el servicio de estas mis pobres hermanas, que los grandes de este mundo al servicio de sus reyes y señores. Quiera Dios darme la gracia para cumplir con mi cometido". No hay duda de que Vicenta recibió esa gracia en abundancia y la utilizó con creces. En cuanto al sacrificio de su vida, Dios se lo pidió bien pronto: no había cumplido aún los cuarenta y cuatro años cuando murió, el 26 de diciembre de 1890. Posteriormente, su congregación se extendió al África del Sur y a otros países (incluso Inglaterra) y, en 1950, la fundadora fue so- lemnemente beatificada.

Entre las obras de la Beata Vicenta, figura la formación de una "triple alianza" entre las casas de su congregación y los conventos del Carmen y los de la Visitación en toda España, con el propósito de hacer actos de reparación por la indiferencia que tantos miles de gentes demostraban hacia la devoción al Sagrado Corazón y, especialmente por el descuido y la tibieza de muchos entre los que se consagraban a la perfección en la vida religiosa.

Butler Alban - Vida de los Santos