Estamos en el final del tiempo litúrgico de Navidad. El mundo en su totalidad ha evocado como todos los años con gratitud y alegría, lo que los hombres veterotestamentarios esperaban con gran ansía. Lo que para nosotros es recuerdo, para ellos fue profecía. Lo que en otro tiempo fue promesa y esperanza, ahora con la plenitud de los tiempos, es presencia salvífica de Dios con nosotros, en un misterio de donación salvadora como la encarnación del Hijo de Dios, que acaba con signos y promesas de redención y hace realidad la nueva y definitiva alianza de salvación. “Dios se hace hombre, para que el hombre se haga Dios”. La Encarnación relaciona la Teología con la antropología. La dinámica de la humanidad hacia su plenitud y su verdadero futuro, tiene como punto de arranque el Nacimiento de Jesús, porque de su plenitud infinita todos participamos. Ojalá que ese mensaje que nos da la Navidad, de un amor generoso y abierto para todos los hombres, aún aquellos que no piensan como nosotros y nos ofenden lo vivamos. La Navidad nos habla de un amor hacia todos los hombres y hacia todo lo humano que en ellos haya. Que los hombres de buena voluntad trabajemos por hacer realidad en forma perenne lo que la presencia encarnada y consanguínea de Jesús, ya que se ha rebajado objetivamente a nuestro mismo nivel y nos dice: Que demos gloria a Dios con nuestras buenas obras y que haya paz entre los hombres. Pero como dice el Papa: “La paz hay que entenderla en su sentido más amplio: no es solamente ausencia de guerras, sino concordia, justicia, desarrollo. La paz debe comenzar desde el interior.
Hoy la Iglesia recuerda la visita que hicieron a Jesús unos científicos venidos de las lejanas tierras que se encuentran tras el Jordán. Esta fiesta es la Epifanía de Jesús a los gentiles, como complemento de la perspectiva salvífica. El Evangelio no nos da con exactitud ni el lugar, ni el número de ellos, ni sus nombres. La sobriedad del relato evangélico, no nos permite fijar datos precisos acerca de estos misteriosos personajes que la tradición y fantasía populares los han envuelto con ropajes de leyenda. ORIENTE y MAGOS son los dos términos que usa la Sagrada Escritura, como punto de partida e identificación. Su repentina llegada a Jerusalén y su inquietante pregunta excitaron vivísima conmoción. “¿Dónde está el recién nacido rey de los Judíos?” “Porque hemos visto su estrella y hemos venido a adorarlo” Un astro misterioso que designa la realeza de un infante, que le encuentran en condiciones excepcionales. Una misteriosa estrella que tenía luz rara y caprichosa, que se deja ver como señal de partida hacia una ruta de fe y se oculta para probar la misma. Una estrella singular que brillaba con fulgor celestial, como anuncio del cumplimiento de una larga espera. Una estrella pregonera de un mensaje que aquellos hombres cultos y nobles comprendieron y era tan apremiante su contenido que no dudaban en emprender éste largo viaje. Fe peregrina de unos paganos bien dispuestos y sencillos, que los empuja hacia el encuentro del Salvador, de la humanidad, Rey de Reyes, con un reinado sin fin.
La Epifanía o la manifestación de Dios a los hombres, es un concepto esencial de la Teología. Que Dios se manifieste es algo vital para la religión. Que Dios sea conocido bajo una forma sensible y más concretamente en forma humana es el núcleo del Cristianismo. Y éste es el acontecimiento que hoy celebra la Iglesia. Que Jesús se manifiesta a la gentilidad para revelar la universalidad de la fe y de la salvación. En las Teofanías veterotestamentarias hechas a Abraham; a Moisés en la zarza ardiendo, o en el Sinaí, o en la columna de fuego, había un velo, pero cuando vino Jesús este velo se rasgó y pudimos contemplar a Dios en medio de nosotros. “Felipe, quien me ve, ve al Padre”. Dios se ha acercado a todos los hombres y tiende su mano a todos para que le encuentre todo aquél que le busca con sincero corazón, como el de aquellos viajeros paganos, pero decididos en buscar a Jesús, aún sin conocerle. Corriendo el riesgo de su fe, sin vacilar, ni volver atrás, emprenden la marcha con la ilusión de encontrar lo que buscaban y la recompensa no se hizo esperar. Le estrella los llevó hasta encontrar a Jesús y a María y José y una vez hecha su adoración y donación de los regalos; gozosos vuelven por otro camino a su lugar de origen y seguramente serán los primeros heraldos de Jesús en tierra pagana.
La estrella era una mensajera, para invitar a los hombres de buena voluntad ir al encuentro de Jesús. Más tarde el mismo diría: “Vengan a Mi todos los que están fatigados y agobiados, que yo los aliviaré”. Ahora que termina con éste día el tiempo de vivir la Navidad, deberíamos hacer un esfuerzo porque el espíritu Navideño perdure. ¿Qué importa que el tiempo termine? si el espíritu sigue. Que siempre hubiera ese entusiasmo por la unidad de la familia tan necesaria para vivir en paz socialmente. Que las tarjetas que se envían, de verdad fueran un sentimiento auténtico y sincero de lo que llevan escrito y no puro formalismo social. Que como los científicos orientales buscáramos a Jesús, aun cuando la estrella se oculte. Hay que ser perseverantes en seguir la luz de la fe, aunque ésta, la mayoría de las veces deja muchas cosas sin aclarar. Hoy más que nunca el hombre busca a Dios, pero muchas veces por caminos equivocados. Queremos ver a Jesús sin molestarnos. En aquella ocasión muchos se dieron cuenta de lo que se trataba, pero no se molestaron en buscar y correr el riesgo. La fe implica riesgo, sacrificio, duda, pero siempre tendrá la suficiente fuerza para superar todos éstos escollos. Jesús siempre será signo de contradicción, unos le amaron hasta la locura y otros tendrán la locura de no amarlo. Unos dócilmente se dejaron llevar por la luz de su Evangelio, otros le combatirán su doctrina. Unos están dispuestos a dar la vida por El; otros siempre tratarán en vano de quitarle de en medio. La Epifanía, manifestación de la universalidad de la fe y salvación es una invitación a todo hombre para buscar a Jesús y seguirle. Muchas veces seguimos a hombres que nos entusiasman con sus ideas que casi nunca se realizan y siempre fallan. Pero el que sigue y confía en Jesús nunca será defraudado, vale la pena emprender la búsqueda de Jesús, y podemos estar seguros que nos será más fácil que aquellos peregrinos y una vez encontrado, perseverar en su compañía. Que siempre tengamos una feliz Navidad. La tendremos si Dios está con nosotros. Y siempre estará si seguimos la luz de su doctrina para andar con seguridad en el camino hacia el Padre, como los Reyes Magos, o científicos orientales y también ofrezcámosle nuestros regalos: El oro de la fidelidad. El incienso de nuestra oración llena de fe, amor y gratitud. Y la mirra, el perfume de nuestras buenas obras. Que nuestra autentica fe nos empuje siempre a buscarlo, por el camino sinuoso y angosto de la vida religiosa. Pero siempre lo encontraremos, y recibiremos su ayuda. Sigamos imitando el ejemplo de los astrónomos orientales y que la ciencia se siga humillando ante la presencia de la Inocencia; y la riqueza se siga postrando a los pies de la Pobreza. Y arrodillados sobre sus mantos suntuosos, aquellos doctos orientales, se ofrendan ellos mismos, como prenda de sumisión, a la DIVINA SABIDURIA. Fueron fieles al llamamiento divino, por aquella luz de aquella estrella profetizada por Balaán (Números – 25, 17). La actitud de los pastores de Belén y la de los astrólogos orientales, son unos modelos dignos de imitarse. A los pastores no les importó la hora, ni a los astrólogos la distancia. Anduvieron con tenacidad. No olvide que todos tenemos una estrella que debemos seguir y es la vocación que el DIVINO CREADOR -Sol Naciente- nos ha dado y si la seguimos – la cumplimos- nos lleva a donde El, está y lo adoraremos eternamente. Porque hemos cumplido con el fin de la vida. La estrella nos señala el derrotero de nuestra vida y el -Divino Infante- nos invita y nos anima a no desalentarnos nunca en el camino emprendido. Como lo fue para los astrólogos orientales y para los pastores la imagen y el recuerdo del Niño Dios, un fermento de fortaleza que actuó a lo largo de toda su vida. Se van acabar estos hermosos y gratos días y vamos a lanzar la vida, a las ocupaciones cotidianas de siempre, con éxitos y fracasos, gustos y disgustos, solos y sin gritos de los niños, etc.; pero si hemos vivido sinceramente el espíritu cristiano de Navidad, la alegría no se marchitará y el recuerdo del -Divino Redentor- niño, estará constantemente en nuestra conducta. La luz divina seguirá iluminando nuestra vida. Así pues: ¡Arriba y adelante!