El hilo conductor

2013-01-08 L’Osservatore Romano
El cambio del año civil, que se entrecruza con el tiempo de la Iglesia, hace tiempo que constituye para el Papa una privilegiada ocasión de hablar a los católicos y al mundo. Intervenciones que inevitablemente se concentran, corriendo el riesgo —dado también el período festivo— de pasar desapercibidas o no ser valoradas en el panorama mediático, cada vez más saturado y distraído. Y que a veces lamentablemente las ignora, a pesar del interés y aprecio constante por Benedicto XVI, un hombre de fe que verdaderamente quiere hablar a todos de lo que más le urge, o sea, de la cuestión de Dios.

Este es, de hecho, el hilo conductor de las palabras del sucesor del apóstol Pedro. A la Curia romana, en la homilía de Navidad, en el discurso a la ciudad y al mundo y en el del encuentro de Taizé y del Te Deum, en la homilía por la ordenación episcopal de cuatro de sus colaboradores (entre ellos su secretario particular) y en el discurso a quienes representan las muchísimas naciones con las que la Santa Sede tiene relaciones diplomáticas, buscando incansablemente un coloquio con todos.

Muy importante y significativa ha sido la insistencia inicial de Benedicto XVI en que este esfuerzo de relaciones —sostenido en primera persona por los representantes pontificios, entre quienes el Pontífice ha querido recordar al nuncio en Costa de Marfil, muerto en un trágico accidente automovilístico— y de diálogo está motivado por el bien espiritual y material de cada persona humana a fin de promover por doquier su dignidad trascendente, dimensión evocada cuatro veces en el discurso al cuerpo diplomático.

Así que no se trata de injerencia en las distintas sociedades, sino de una preocupación que quiere dirigirse a las conciencias de los ciudadanos por el bien de cada persona. A través de acuerdos internacionales, en los encuentros con jefes de Estado y de Gobierno, durante los viajes internacionales, en la especial cercanía a Italia —de la que el Romano Pontífice es primado y para la cual el Papa, respetuoso de las instituciones y de las distintas competencias de Estado e Iglesia, ha deseado «un espíritu de tenacidad y de compromiso compartido» en un momento particular y ciertamente no fácil.

En esta luz hay que entender la mirada que tiene sobre el mundo el obispo de Roma, que bien sabe y repite que es el «olvido de Dios, en lugar de su glorificación, lo que engendra la violencia» y que el fanatismo es una falsificación de la religión. Como ya hizo el día de Navidad, el Papa recordó el desgarro de Siria y la necesidad de una convivencia de paz entre israelíes y palestinos. Para que Jerusalén sea, como quiere su nombre, ciudad de paz y no de división, en una región para la que Benedicto XVI invoca reconciliación en la pluralidad de las confesiones religiosas, desde Irak a Líbano, visitado valientemente el pasado septiembre.

A África, olvidada con demasiada frecuencia en los medios internacionales, se ha dedicado una larga parte del discurso papal, que ha recordado además dos acontecimientos sobre los que no se detuvo mucho la información internacional: la histórica declaración conjunta entre el presidente de la Conferencia episcopal polaca y el patriarca de Moscú y el acuerdo de paz logrado en Filipinas. Finalmente la necesidad del respeto de la vida de cada persona humana ha vuelto respecto a la eutanasia; el aborto; la absolutización del beneficio y de la economía financiera en detrimento de la real; la libertad religiosa. Para no olvidar el hilo conductor, resumido en una expresión de san Ireneo, querida a Pablo VI: la gloria de Dios es el hombre que vive.

g.m.v