2013-01-15 L’Osservatore Romano
Once niñas y nueve niños, todos neonatos, recibieron el bautismo de manos de Benedicto XVI el domingo 13 de enero en la Capilla Sixtina. Hijos de empleados vaticanos, los pequeños fueron acompañados por sus padres, madrinas y padrinos. A quienes el Papa, recordando el relato evangélico del bautismo de Jesús —que, con su gesto, “se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la conversión”—, aseguró: “También sobre vuestros niños el cielo está abierto y Dios dice: estos son mis hijos, hijos de mi complacencia”.
Liberados del pecado original —recordó el Pontífice— los pequeños se convierten en “miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia”. Y de este modo “se hacen capaces de vivir en plenitud su vocación a la santidad, de forma que puedan heredar la vida eterna”.
De esta conciencia nace la importancia de la “obra educativa de los padres”, llamados a transmitir a los hijos las verdades de la fe y los valores del Evangelio, haciéndoles crecer “en una amistad cada vez más profunda con el Señor”. Tarea no fácil —reconoció Benedicto XVI—, “especialmente en el contexto en que vivimos, frente a una sociedad que considera frecuentemente pasados de moda o extemporáneos a quienes viven de la fe en Jesús”. En realidad, “precisamente a medida que se procede en el camino de la fe, se comprende cómo Jesús ejerce sobre nosotros la acción liberadora del amor de Dios, que nos hace salir de nuestro egoísmo, de estar replegados sobre nosotros mismos, para conducirnos a una vida plena en comunión con Dios y abierta a los demás”.
Sobre la centralidad del amor, que “es el nombre mismo de Dios”, el Papa volvió a hablar en el Ángelus, que rezó con los fieles en la plaza de San Pedro al concluir la celebración eucarística. “Jesús —subrayó— es el hombre nuevo que quiere vivir como hijo de Dios, o sea, en el amor; el hombre que, frente al mal del mundo, elige no salvarse a sí mismo, sino ofrecer la propia vida por la verdad y la justicia”.
Al término de la oración mariana, antes de saludar a los distintos grupos lingüísticos presentes, el Pontífice recordó la celebración de la Jornada mundial del emigrante y del refugiado. “Quien deja la propia tierra —expresó— lo hace porque espera un futuro mejor, pero también porque se fía de Dios, que guía los pasos del hombre”. En este sentido “los emigrantes son portadores de fe y de esperanza en el mundo”.