Lecturas del Jueves, segunda semana del tiempo ordinario, ciclo C

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Jue, 2013-01-24

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la carta a los Hebreos 7,25–8,6:

Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada dia –como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo–, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre. Esto es lo principal de toda la exposición: Tenemos un sumo sacerdote tal, que está sentado a la derecha del trono de la Majestad en los cielos y es ministro del santuario y de la tienda verdadera, construida por el Señor y no por hombre. En efecto, todo sumo sacerdote está puesto para ofrecer dones y sacrificios; de ahí la necesidad de que también éste tenga algo que ofrecer. Ahora bien, si estuviera en la tierra, no sería siquiera sacerdote, habiendo otros que ofrecen los dones según la Ley. Estos sacerdotes están al servicio de un esbozo y sombra de las cosas celestes, según el oráculo que recibió Moisés cuando iba a construir la tienda: «Mira –le dijo Dios–, te ajustarás al modelo que te fue mostrado en la montaña.» Mas ahora a él le ha correspondido un ministerio tanto más excelente, cuanto mejor es la alianza de la que es mediador, una alianza basada en promesas mejores.

Sal 39,7-8a.8b-9.10.17 R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.

«Como está escrito en mi libro,
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.

He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.

Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
digan siempre: «Grande es el Señor»
los que desean tu salvación. R/.

Lectura del santo evangelio según san Marcos 3,7-12:

En aquel tiempo, Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del lago, y lo siguió una muchedumbre de Galilea. Al enterarse de las cosas que hacía, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo.
Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: «Tú eres el Hijo de Dios.»
Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer.

II. Compartimos la Palabra

Se ofreció a sí mismo

Larga página que nos habla de los dos sacerdocios y de la poquedad del culto an-tiguo en comparación con el que inaugura Jesucristo. Pues mientras el sacerdo-cio de la Vieja Ley, la de Moisés, participaba de las debilidades de la condición humana, la fuerza salvadora del Hijo es total, porque él puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios. Las limitaciones de los sacerdotes de la antigua alianza están más que superadas por perfección y eternidad del sacerdocio de Cristo, que se ha ofrecido a sí mismo de una vez para siempre. El nuevo sacerdocio invalida el antiguo, pues el nuevo sacerdote, Cristo, hace posible el verdadero contacto con Dios, que sí cambia al hombre. Generosidad de Cristo para habilitar nuestra capacidad de Dios.

Acudía mucha gente a conocer a Jesús

Los versículos de hoy son parte de la conclusión de la primera parte del evangelio de Marcos, en la que Jesús ha desarrollado una notable actividad a favor de los oprimidos. A Él acuden gentes tanto judías como paganas que ven en Él la fuerza liberadora de Dios. Hasta los espíritus inmundos reconocen a Jesús como Hijo de Dios, a los que inútilmente impone silencio. Esta fuerza salvadora que Jesús despliega no es tanto un alarde de taumaturgia cuanto una manera privilegiada de dar culto a Dios que se hace cercano y compañero con todo el que sufre. De ahí el ridículo de una religión que se limita a ofrecer buenas palabras pero ningún bálsamo para las diversas heridas de nuestra humanidad.

El amable obispo de Ginebra, Francisco de Sales, nos acompaña en este día. Su Tratado del amor de Dios y su obra más conocida Introducción a la vida devota nos hablan de su vigor pastoral y espiritual.

Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)