Muy pocos datos y un mar de confusión rodean a san Teógenes. Para poder desandar ese camino y porder sacar algo en limpio, conviene, entonces que expongamos uno por uno lo que se dice:
-Hay un obispo Teógenes que participó en el Concilio de Cartago del 257, presidido por san Cipriano. Se conserva en las memorias del Concilio que nos han llegado su intervención a propósito de la doctrina del bautismo.
-Hay un Teógenes (o Teógeno), mártir en el Helesponto, cuya celebración es el 3 de enero, y padeció bajo Licinio, es decir, en las primeras décadas del siglo IV.
-Está el Teógeno de hoy, que aparece inscripto en todos los martirologios históricos, generalmente asociado a un grupo de compañeros mártires, que van de 3 a 36.
-San Agustín menciona al pasar a un mártir Teógenes, queriendo explicar la diferencia entre celebrar a un santo y adorarlo.
Con sólo estos personajes, y la inmensa capacidad de enredo de la tradición cúltica, han salido tantas combinaciones como eran posibles, y algunas imposibles también.
La primer identificación que se ha hecho es entre el Teógenes del concilio de Cartago y nuestro mártir. Sin embargo, como bien observa Delehaye, no hay razón alguna para identificarlos, ni un solo indicio, como no sea el mismo nombre, muy común en la época. La segunda confusión ha sido entre el Teógenes del Helesponto -en Oriente- y el de hoy -en Occidente-... aunque parezca increíble, hay un Martirologio histórico que los identifica (una versión de Usuardo, siglo IX), y a él siguen otros que copian de allí. Puesto que la memoria del de el 3 de enero se siguió celebrando, deshacer la confusión es fácil, pero sin embargo quedó como huella que al nuestro se lo identificara con la persecusión de inicios del siglo IV, cuando en realidad carecemos de toda referencia para conocer su época.
Si ponemos sobre la mesa lo que realmente sabemos y no lo que "se dice", resulta ser que la única noticia que tenemos es la de san Agustín, ya que se refiere al culto del mártir como algo conocido de antemano:
«Los santos mártires tienen un lugar preferente. Prestad atención: ante el altar de Cristo, su nombre aparece en primer lugar, pero no son adorados en lugar de Cristo. ¿Cuándo escuchasteis que yo, u otro colega o hermano mío , u otro presbítero dijese en la memoria de San Teógenes: «Te ofrezco, Santo Teógenes», o «Te ofrezco, Pedro», o «Te ofrezco, Pablo»? Nunca lo habéis escuchado. Nunca se hace, ni es lícito. Y si alguien te pregunta: «Tú, ¿adoras a Pedro?», responde lo que Eulogio respondió respecto a Fructuoso: «Yo no adoro a Pedro, pero adoro al Dios a quien adora Pedro» Entonces te ama Pedro. Pues, si quisieras tener a Pedro por Dios, ofendes a la piedra, y has de estar atento a no romperte el pie tropezando contra ella.» (Sermón en la festividad de San Fructuoso)
San Agustín da por hecho que hay una memoria de san Teógenes, mártir, que se celebra en su iglesia de Hipona, y que el oyente la conoce. No sabemos si era obispo, no sabemos si tuvo compañeros de martirio, no sabemos si fue en alguna persecusión romana (hasta inicios del siglo IV) o en la de los vándalos (avanzado el siglo IV); el Card. Baronio dice en sus notas al primer Martirologio Romano que hubo en Hipona un templo dedicado a su nombre, pero a decir verdad, nadie sabe de dónde sacó ese dato.
Sólo sabemos -y no es poco- que alguien de nombre Teógenes, en la iglesia norafricana (¿en Hipona? ¿en Cartago?), confesó la fe, y fue reconocido en esa iglesia como mártir, con la suficiente permanencia de su culto como para que san Agustín, en el siglo V, la evocara como algo suficientemente establecido. A eso único se ciñe, como puede verse, la inscripción en el Martirologio Romano actual, que ya no inscribe ni los inciertos compañeros mártires, ni su incomprobable rango de obispo, sino sólo la mención en un sermón de san Agustín.
Ver Acta Sanctorum, enero II, pág 708, la mayoría de las dudas que suscitaba la inscripción tradicional están ya allí expuestas, con la acostumbrada masa documental; Delehaye, Les origines du culte des martyrs, p. 434. San Agustín, Sermón 273, nº 7, la traducción presentada es la de BAC, Obras Completas, tomo 25.
Abel Della Costa