San Juan Crisóstomo es el representante más importante de la Escuela de Antioquía y uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia en Oriente. Su personalidad nos es bien conocida a través de sus biógrafos: enérgico y de gustos sencillos y austeros, estaba dotado de grandes cualidades oratorias.
Nacido en el seno de una familia cristiana noble, alrededor del año 350, recibió desde su infancia una educación esmerada. Después de ser ordenado sacerdote en el año 386, cumplió el oficio sacerdotal en Antioquía durante doce años; allí recibió el sobrenombre de Crisóstomo (boca de oro) con que ha pasado a la posteridad, a causa del esplendor de su elocuencia. En el 397 fue consagrado obispo de Constantinopla. Desde el primer momento dedicó todos los esfuerzos a elevar el ambiente moral de la sociedad que le rodeaba, lo que le produjo numerosas incomprensiones y, al final de su vida, el exilio. Murió el 14 de septiembre del año 407. Entre los Padres griegos no hay ninguno que haya dejado una herencia literaria tan copiosa como San Juan Crisóstomo. Además, es el único, entre los antiguos antioquenos, cuyos escritos se han conservado casi íntegramente.
Su producción literaria se puede dividir en tratados, homilías y cartas. Según él mismo atestigua, predicaba todos los días. Algunos de los oyentes tomaban notas, que él después revisaba, o no, antes de la publicación: ésta es la causa de que, en ocasiones, nos hayan llegado dos versiones de una misma homilía. Preparaba sus discursos con sumo cuidado, y miraba especialmente al bien de los oyentes, que, en no pocas ocasiones, le interrumpían con aplausos.
El mayor número de homilías conservadas—varios centenares—forman parte de una serie de comentarios a los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las noventa Homilías sobre el Evangelio de San Mateo representan el más antiguo comentario completo sobre el texto del primer evangelista. Su exégesis es de carácter moral, de acuerdo con el método propio de la Escuela antioquena. San Juan Crisóstomo mueve decididamente a la conversión a quienes, siendo cristianos de palabra, no lo son con sus obras y no difunden a su alrededor la luz de Cristo.
Muy importantes son también las ocho Catequesis sobre el Bautismo, descubiertas en este siglo, en las que expone a los nuevos cristianos las exigencias de la pelea espiritual del cristiano; el tratado A Teodoro caído, exhortación a un amigo que había decaído de su anterior fervor religioso; y los cinco libros Sobre el sacerdocio, una de las joyas de la literatura cristiana de todos los tiempos sobre la excelencia y dignidad del sacerdocio cristiano.
LOARTE
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SAN JUAN CRISÓSTOMO, el autor más importante del período, debió de nacer dentro de los diez años centrales del siglo IV. Natural de Antioquía, hijo de una familia cristiana acomodada, su madre había quedado viuda a la edad de veinte años. Fue en la misma Antioquía donde estudió filosofía y retórica y donde, a la edad de veintiún años, después de estar tres junto al obispo Melecio, y de recibir el bautismo, fue hecho lector. A pesar de la oposición de su madre vivió unos años como ermitaño en el desierto, de donde tuvo que regresar porque su salud empeoraba. En todo este tiempo no había dejado el estudio de las letras sagradas, y al volver a Antioquía fue ordenado diácono por el obispo Melecio (381) y luego presbítero por el obispo Flaviano (386); éste le asignó inmediatamente la tarea de predicar en la principal iglesia de la ciudad, lo que cumplió con gran puntualidad durante los doce años que van hasta el 397.
Este período de doce años es el más fecundo de su vida, y en ellos pronunció sus homilías más conocidas, las que más adelante, en el siglo VI, le valdrían el calificativo de crisóstomo: boca de oro.
Los últimos ocho años de su vida fueron tumultuosos. Fue elegido obispo de Constantinopla (397) y llevado allí contra su voluntad, con engaños. Teófilo, obispo de Alejandría, fue obligado a ordenarle de obispo, cosa que no perdonaría a Juan. Una vez obispo, Juan, que hasta ahora se había resistido a serlo, quiso comenzar una restauración eclesiástica en la que, quizá por falta de habilidad, su buena y decidida voluntad se estrelló contra los obstáculos existentes y los muchos intereses creados. Poco a poco se enemistó con parte del clero, y luego con la emperatriz Eudoxia, a la que sus enemigos acudían con intrigas. En esta situación, Teófilo de Alejandría, que había sido citado ante Juan para responder a unas acusaciones, consiguió reunir lo que después se llamaría Sínodo de la Encina, en las afueras de Calcedonia, donde, con acusaciones falsas, consiguió que Crisóstomo fuera depuesto y desterrado por el emperador. El pueblo de Constantinopla se amotinó y Juan, el día siguiente de su salida, volvió a entrar triunfalmente en su sede.
Sin embargo, la situación volvió a deteriorarse y unos dos meses después tenía que salir desterrado a Armenia (404), de donde, a petición propia, por el peligro que podía representar para su vida la envidia de sus enemigos ante las multitudes que acudían a él desde su antigua ciudad de Antioquía, fue de nuevo desterrado a un lugar más lejano, en la extremidad oriental del Mar Negro. En el camino hacia este último destierro, lleno de penalidades, moría el año 407.
Sus restos fueron llevados a Constantinopla el 438, y el emperador Teodosio II, hijo de Eudoxia, pidió públicamente perdón en nombre de sus padres. Con motivo de la deposición de Juan, el papa, a quien había apelado y que le había respaldado, rompió su comunión con Constantinopla, Alejandría y Antioquía, hasta que no se readmitiera a Juan; esa comunión se restauraría cuando, no muchos años después, el nombre de Juan, ya difunto, fue introducido en las plegarias litúrgicas oficiales de aquellas Iglesias.
La producción literaria de San Juan Crisóstomo se ha conservado muy bien, debido a la fama que tuvo en vida y que en ningún momento perdió. Esta producción literaria es extraordinariamente amplia (ocupa 18 volúmenes en la edición de Migne), y está compuesta fundamentalmente por sermones, aunque comprende también algunos tratados de importancia considerable y no falta un buen número de cartas.
Sus sermones se pueden clasificar en los grupos siguientes: homilías exegéticas, de las que algunas tratan sobre el Antiguo Testamento (sobre el Génesis; sobre los Salmos, que son las mejores; sobre Isaías) pero que en su gran mayoría versan sobre el Nuevo Testamento. Así, sobre el evangelio de San Mateo tiene noventa homilías, que constituyen la explicación más completa de la antigüedad sobre este evangelio; en esas homilías, junto a la insistencia en la consubstancialidad del Hijo con el Padre se expone el texto sagrado con gran brillantez y con una constante aplicación moral y ascética; sus descripciones del ambiente en que se desarrollaba la vida en Antioquía son también muy interesantes para el historiador. Otras casi noventa homilías sobre el evangelio de San Juan son en general más breves, y en ellas ocupa más espacio la insistencia en la consubstancialidad del Hijo con el Padre, pues muchos de los textos de este evangelio eran aducidos por los arrianos para atacarla. Otros cincuenta y cinco sermones tratan sobre los Hechos de los Apóstoles, y constituyen el único comentario entero sobre este libro que nos ha dejado la antigüedad; aún hay que añadir las muchas homilías sobre todas y cada una de las cartas de San Pablo: sobre los Romanos (32 homilías), de gran importancia tanto dentro de la patrística en general como dentro del conjunto de la obra de Juan Crisóstomo; sobre las dos cartas a los Corintios (77); sobre los Gálatas, en que sigue una exégesis versículo por versículo; sobre los Efesios (24), sobre los Filipenses (15), sobre los Colosenses (12), sobre las dos cartas a los Tesalonicenses (11), sobre las cartas a Timoteo, Tito y Filemón (37), sobre los Hebreos (34).
Otras homilías, menos numerosas, están pronunciadas directamente para exponer una doctrina o luchar contra un error: Sobre la naturaleza incomprensible de Dios, las Catequesis bautismales y las Homilías contra los judíos están en este grupo.
En algunos sermones ataca especialmente determinados abusos morales, aunque esa dimensión moral no está nunca ausente en ninguno de ellos. Así, los sermones In kalendas, donde combate la manera de celebrar el año nuevo, o su sermón contra los juegos del circo y del teatro, o las homilías sobre el diablo o sobre la penitencia, sobre la limosna o sobre las delicias futuras y la miseria presente.
Otras homilías fueron pronunciadas con ocasión de fiestas litúrgicas; otras son panegíricos de santos del Antiguo Testamento o de mártires; y otras obedecen a diversas circunstancias, como las 21 homilías al pueblo de Antioquía sobre las estatuas, cuando en un motín popular se derribaron las del emperador Teodosio y su familia.
En cuanto a los tratados, el más famoso es sin duda el que versa sobre el sacerdocio, en que diserta ampliamente sobre los deberes del sacerdote siguiendo la pauta que le daba la Apología de fuga de San Gregorio de Nacianzo. Otros tratan sobre la vida monástica y sobre la virginidad y la viudez, temas por los que muestra predilección, al igual que lo habían hecho los Padres Capadocios. Su obra acerca de la educación de los hijos tiene un especial interés tanto por lo que nos muestra de la situación real de la educación en Antioquía como por el énfasis que pone en que el tema se aborde con responsabilidad. Otros tratados tocan el tema del sufrimiento, o están destinados a refutar impugnaciones de paganos y judíos.
Las cartas son algo menos de 250, pertenecientes todas ellas al tiempo de su destierro; son importantes para conocer el desarrollo de las luchas que le llevaron a él, al mismo tiempo que son un testimonio patente de su continuado interés por sus amigos.