IV Domingo del tiempo ordinario, ciclo C

JESUCRISTO ES NUESTRA ESPERANZA (Lc. 4,21-30)

Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: «¿No es éste el hijo de José?»

Y Jesús les dijo: «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.»
Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.»

Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

Dios Padre confía, tiene esperanza en nosotros, pues eligió a los profetas, como a nosotros mismos a dar testimonio con la vida de la grandeza y bendición que ha puesto en nosotros; pero nos envía preparados y siempre en su nombre: “cíñete y prepárate; ponte en pie y diles lo que yo te mando…hoy te hago ciudad fortificada, columna de hierro… frente a toda esta tierra”. Los profetas, el pueblo de Israel y nosotros cuando testimoniamos a Dios, experimentamos, sentimos que somos hombres y mujeres de esperanza, porque nuestra existencia está apoyada y vivificada en Aquel que es nuestra esperanza, como lo repetimos en el Salmo 70: “Señor tú eres mi esperanza”.

Jesucristo, Palabra del Padre encarnó desde el inicio de su ministerio la Esperanza de Dios Padre, pues Él no sólo fue admirado por su palabra y por sus acciones maravillosas: “Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios”, sino también abiertamente rechazado porque las palabras y los hechos de Jesús no serán aceptados porque no respondían en ocasiones a las expectativas humanas; porque todo en Jesús es un signo de contradicción (Orígenes, Homilía sobre el Evangelio de Lucas 17, 4-5), pero Jesús Hombre-Dios de esperanza, responde no oponiéndose a sus adversarios que lo querían arrojar al precipicio, signo que preanuncia su muerte en la cruz, sino con un camino de vida, de esperanza “pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí”.

Esperanza que Dios ha puesto maravillosamente en el ser humano: pero cuando Dios creó la naturaleza del hombre, fundió juntas la esperanza y la preocupación, para que lo acompañaran durante toda su vida, hasta construir juntas, nunca separadas, la esperanza a la cual, Él mismo nos prometió y va a cumplir con creces.

Esperanza que constituye el punto de unión necesario entre la vivencia de nuestra fe y la caridad que es el fundamento, el sentido y la meta de nuestra vida. Ante todo tipo de dificultad, de enfermedad, de obstáculo que afecte profundamente nuestra vida, Dios nos ha dado la fuerza para superarlo, la esperanza. Es decir, el ánimo que nos impulsa, a ejemplo de Jesucristo, que se dio todo para todos, por medio de la caridad más exquisita y que nos invita a experimentar, a vivir la presencia de Dios en nuestros hermanos, los más necesitados, y en nosotros por medio del amor: “Aunque yo tuviera el don de profecía y penetrara todos los misterios, aunque yo poseyera el gran sublime don de ciencia y mi fe fuera tan grande como para cambiar de sitio las montañas, si no tengo amor, nada soy”

† Felipe Padilla Cardona.