La Virgen de Lourdes y la Jornada Mundial del Enfermo

Escrito por Lic. Paola Rios

S.E. Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM

Hoy celebramos la memoria de la Virgen de Lourdes y la Jornada Mundial del Enfermo, “un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad»”[1].

Fue el 11 de febrero de 1858, cuando a santa Bernardita, una pastorcita de catorce años, se le apareció en una gruta a las afueras de Lourdes, Francia, la Virgen María, quien le pidió escarbar en el suelo y brotó un milagroso manantial. Las apariciones fueron declaradas auténticas en 1862. Desde entonces, millones de personas peregrinan al Santuario de Lourdes, donde muchísimos enfermos han sido sanados en sus aguas milagrosas.

Uno de esos peregrinos fue el beato Juan Pablo II, quien explicaba que los enfermos van a Lourdes inspirados por el Evangelio que narra cómo en las bodas de Caná, que estuvieron a punto de convertirse en un drama por haberse terminado el vino, la Madre de Jesús intercedió por los novios ante su divino Hijo, quien cambió milagrosamente el agua en vino. Los enfermos van a Lourdes, concluía Juan Pablo II, “porque saben que allí está la Madre de Jesús: y donde está Ella, no puede faltar su Hijo” [2].
El mismo Pontífice aclaraba que la curación milagrosa es, sin embargo, algo excepcional; que el verdadero poder salvífico de Cristo se revela sobre todo en el ámbito espiritual. “Los enfermos descubren en Lourdes el valor… del propio sufrimiento… Cristo está con nosotros… es el amigo que nos comprende y nos sostiene… es el pan vivo bajado del cielo, que puede encender en esta nuestra carne mortal el rayo de la vida que no muere”[3].

En su Mensaje para esta Jornada, el Papa Benedicto XVI nos propone meditar en la parábola del Buen Samaritano (cfr. Lc 10,25-37), donde Jesús narra cómo un hombre “cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto”. Quien padece una enfermedad, así como sus seres queridos, se sienten “asaltados” y “despojados”. ¿Y qué es lo peor que puede pasar? Pensar que nada tiene sentido, que no hay esperanza, y que, además, se está completamente solo.

Pero precisamente, en esos momentos, Dios viene a nosotros en Jesús. Él es, como explicaba san Agustín[4], el buen samaritano que al ver al hombre que había sido asaltado, “tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas… le llevó a una posada y cuidó de él” (Lc 10,33-35).

Jesús llega hasta lo más hondo de nosotros para rescatarnos de la soledad, conducirnos a la luz que nos permite descubrir que todo tiene sentido, y acompañarnos por el camino que lleva a una vida plena y eternamente feliz.

En este Año de la Fe, dejémonos encontrar por Él y decidámonos ser también buenos samaritanos, como lo han hecho a lo largo de la historia de la Iglesia grandes hombres y mujeres, que han ayudado a los enfermos a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual: san Camilo de Lelis, santa María Soledad Torres Acosta, y muchos más.

El Santo Padre recuerda cómo la Virgen María siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota, sin perder nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y que, finalmente, vio iluminada su firme confianza en la resurrección de Cristo, “que ofrece esperanza a quien se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del Señor” [5].

En la fe encontramos la fuerza para unir nuestros sufrimientos a los de Cristo, y para ser buenos samaritanos con quienes padecen alguna enfermedad, exclamando, con la misma convicción de san Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta" (Flp 4,13).

[1] JUAN PABLO II, Carta por la que se instituía la Jornada Mundial del Enfermo, 13 mayo 1992, 3
[2] Homilía en la Santa Misa, 11 de febrero de 1980
[3] Ídem.
[4] cfr. Sermón 171.
[5] Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, 2013.

Noticia: 
Local