Testimonio del Concilio

2013-02-15 Radio Vaticana
Recogemos en este espacio los puntos sobresalientes de la larga y entrañable conversación, a modo de charla, que Benedicto XVI mantuvo el jueves, 14 de febrero, con los sacerdotes de Roma, su diócesis. El Papa quiso dedicar este último encuentro con sus párrocos, a los recuerdos del Concilio Vaticano II. Un discurso importante que quedará en los anales del pontificado porque tiene los visos de testimonio espiritual, siendo él entonces un joven presbítero, como muchos de los que le escucharon, en el Aula Pablo VI, fascinados por su entretenida narración, histórica y profunda.

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(RV). Como quiere la tradición el Papa se reunió este jueves con los párrocos de Roma al inicio de la Cuaresma. Un abrazo emotivo de congoja y respeto antes de la próxima renuncia del Padre. Benedicto XVI durante una hora, de manera improvisada y desenfadada, como el que cuenta algo importante a sus hijos, habló de sus recuerdos y experiencia en el Concilio Vaticano II, del que se cumplen 50 años de su inicio.

Una experiencia que él mismo Pontífice vivió en primera persona participando como joven teólogo de 1962 a 1965 y consultor del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.

La larga charla del Papa con los Sacerdotes de Roma empezó con una anécdota. Siendo profesor de la Universidad de Bonn en 1959, donde estudiaban los seminaristas de la diócesis de Colonia y otras diócesis vecinas, Joseph Ratzinger conoció al arzobispo de Colonia, cardenal Frings. El Cardenal Siri, de Génova, en preparación del Concilio había organizado en 1961 una serie de conferencias invitando a varios cardenales europeos, entre ellos el arzobispo de Colonia que tuvo una conferencia con el título: El Concilio y el mundo del pensamiento moderno.Cuenta el Papa que el cardenal le invitó a él -el más joven entre los profesores- para que escribiera el proyecto. Le gustó tanto que lo envió a Génova tal como lo había escrito su colaborador.

Al poco tiempo, el Papa Juan XXIII, artífice del Concilio, llamó al arzobispo de Colonia. El cardenal Frings estaba lleno de temor tal vez por haber dicho alguna cosa incorrecta, o falsa, y temía una reprimenda. “El Papa -pensó- quizá quiere quitarme la púrpura”. (risas de los sacerdotes).

Cuando el Papa Juan lo encontró lo abrazó diciéndole: "Gracias, Eminencia, usted ha dicho las cosas que yo quería decir, pero no había encontrado las palabras". Así, el cardenal supo que estaba en el camino correcto y me invitó a ir con él al Concilio. Primero como experto, luego como perito oficial del Concilio.
(ER - RV)