EN LOS TIEMPOS de la persecución de Decio, un gobernador romano llamado Paterno llegó a la ciudad de Astorga, en Asturias, y algunas gentes del lugar, para congraciarse con él, denunciaron a una joven doncella que llevaba el nombre de Marta, por haberse negado a participar en los sacrificios públicos que se ofrecían a los ídolos, a pesar de que esos actos estaban prescritos por la ley, bajo pena de muerte.
El gobernador mandó detener inmediatamente a la doncella y, tan pronto romo ésta compareció, el tirano se sintió cautivado por su belleza; en consecuencia, trató de salvar a Marta y recurrió a todos los medios para convencerla de que debía hacer sacrificios a los dioses. Pero a todos los intentos del gobernador respondió Marta con una firme negativa a obedecer, hasta que Paterno, exasperado, recurrió a la violencia: hizo que extendieran a su víctima sobre el caballete y ordenó que la apalearan con varas nudosas. Pocos días después de este suplicio, el gobernador hizo nuevas promesas a Marta, como por ejemplo darle a su propio hijo por esposo, si consentía en adorar a los dioses. La tentativa no tuvo más éxito que las anteriores: Marta declaró que ya tenía a Jesucristo por esposo y que nada ni nadie en este mundo podría apar- tarla del amor a su Dios. Entonces Paterno le anunció que sería decapitada y su cadáver arrojado en una cloaca.
Tras de ejecutarse la sentencia, una valiente mujer del pueblo sacó de la cloaca el cuerpo de la virgen mártir y le dio digna sepultura (23 de febrero, 252). Sus reliquias se hallan en el monasterio de Rivas del Sol y en la iglesia de Ters, en la diócesis de Astorga. Baronio inscribió el nombre de Santa Marta en el Martirologio Romano, el 23 de febrero.
Butler Alban - Vida de los Santos