2013-03-27 L’Osservatore Romano
Como viene haciendo cada día, el Papa Francisco celebró el martes 26 de marzo, por la mañana, la misa en la capilla de la Domus Sanctae Marthae en el Vaticano. Hoy ha querido que estuvieran con él en el altar los sacerdotes que residen habitualmente en la Domus. Ayer regresaron a sus habitaciones después de haberlas cedido hace algunas semanas a los cardenales llegados a Roma para el cónclave.Eran unos cuarenta – entre oficiales de la Secretaría de Estado y otros organismos y dicasterios –. Con ellos también los arzobispos Angelo Acerbi, Peter Paul Prabhu y Luigi Travaglino, nuncios apostólicos. Una familia sacerdotal de la que el Papa dijo sentirse parte. Y a la que, antes de impartir su bendición final, expresó su agradecimiento.
Comentando brevemente el pasaje del Evangelio de Juan (13, 21-33. 36-38) – cuando Jesús habla de la traición de Judas y recuerda a Pedro que lo negará tres veces –, el Papa compartió con los presentes su reflexión sobre «dos palabras»: la noche y la dulzura del perdón de Cristo. Era de noche cuando Judas salió del cenáculo. Y el Santo Padre subrayó que era de noche fuera y dentro de él. Pero – recordó –, existe otra noche, una noche «provisional» que todos conocen y en la que más allá de la oscuridad siempre existe la esperanza. Es la noche del pecador que encuentra de nuevo a Jesús, su perdón, la «caricia del Señor». El Papa Francisco invitó a abrir el corazón y a gustar la «dulzura» de este perdón. La misma dulzura que expresó la mirada de Cristo dirigida a Pedro que lo había negado. «Qué hermoso es ser santos – concluyó –, pero también qué bello es ser perdonados».
Entre los fieles se contaban algunas hermanas del Instituto Secular de Schoenstatt residentes en Roma. Al término de la celebración, tras algunos minutos de oración en silencio transcurridos sentado al fondo de la capilla, el Papa Francisco saludó individualmente a todos.