Con el pueblo sobre los hombros

2013-03-29 L’Osservatore Romano
“Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo”; basta con mirar a los ojos de la gente, por ejemplo cuando sale de misa, y reconocer en cada uno la “cara de haber recibido una buena noticia”, una noticia que cambia su vida.

Es, como siempre, sencillo y directo el mensaje del Papa Francisco. En la mañana de este 28 de marzo se dirigió a los sacerdotes que, con él, celebraron la misa crismal del Jueves Santo en la basílica vaticana. Con pocas palabras, esenciales, el Pontífice trazó el perfil del sacerdote “según el corazón de Dios” y volvió a proponer el sentido del sacramento de la unción. Que no sirve para perfumar al sacerdote —recordó—, sino para ungir su vestidura con el óleo y dejar que se esparza hasta el borde del manto, para que llegue a “las periferias donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe”.

Nuestra gente —explicó en su homilía— “agradece cuando el Evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites”. Por ello es necesario que el sacerdote salga, antes que nada, de sí mismo y alcance a su rebaño allí donde hay “sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver”; donde hay “cautivos de tantos malos patrones”.

Al formular esta invitación, el Papa recordó que “no es precisamente en auto experiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor”. De este modo se corre el riesgo de “minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada”. Y es necesario hacerlo con la alegría y el amor de Dios. Así que nunca se debe ser “sacerdotes tristes”, sino —concluyó el Pontífice— “pastores con olor a oveja, pastores en medio al propio rebaño y pescadores de hombres”.