2013-04-02 Radio Vaticana
(RV).- En este día en que se cumple el octavo aniversario del fallecimiento del Beato Juan Pablo II, recordamos ese 2 de abril de 2005, en el que la Iglesia universal se unía en la oración, por su amado Pastor, que durante sus 26 años de Pontificado llevó por todas las plazas del mundo el Evangelio de la esperanza y del amor de Cristo.
Era la vigilia del Domingo in Albis y de la Divina Misericordia, instituida por el Papa Karol Wojtyla, el 30 de abril del Año Santo del 2000, con ocasión de la canonización de sor María Faustina Kowalska, con el anhelo de que el domingo que cierra la Octava de Pascua, se haga memoria del mensaje de misericordia de Jesús, que «sigue llegándonos a través del gesto de sus manos tendidas hacia el hombre que sufre, inclinándose sobre todas las miserias humanas, tanto materiales como espirituales».
«Es el amor que convierte los corazones y dona la paz» - escribió Juan Pablo II – destacando que «el mundo tiene mucha necesidad de comprender y acoger la Divina Misericordia». Y un día como hoy, Benedicto XVI, recordaba a su amado Predecesor, exhortando a ser Misioneros del amor de Cristo a la humanidad, al recibir a unos cinco mil peregrinos de Madrid, que habían venido al Vaticano, para agradecerle su viaje a España, para la Jornada Mundial de la Juventud. Los alentó «a testimoniar - en todo momento y por doquier con valentía y fidelidad – la potencia y la luz de Cristo que transforma el mundo y es el mejor de los amigos».
Benedicto XVI recibió en audiencia, en el Aula Pablo VI - animada por un ambiente de gran alegría y fervor - a esos numerosos y queridos amigos, evocando al beato Juan Pablo II y sus palabras fueron recibidas con un conmovido y gran aplauso:
«Me complace dar la bienvenida, junto a la sede de Pedro, a quienes formáis parte de esta peregrinación, que habéis organizado con ilusión para agradecer al Papa su viaje a España con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud. Saludo cordialmente de modo muy especial, a los jóvenes, que son los protagonistas y principales destinatarios de esta iniciativa pastoral impulsada vigorosamente por mi amado predecesor, el beato Juan Pablo II, del que hoy recordamos su tránsito al cielo».
Y hace ocho años, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Iglesia Argentina, celebraba la Santa Misa en memoria de Juan Pablo II, destacando la coherencia obediencial y trascendental de su corazón a la voluntad de Dios.
«Recordamos a un hombre coherente que una vez nos dijo que este siglo no necesita de maestros, necesita de testigos, y el coherente es un testigo. Un hombre que pone su carne en el asador y avala con su carne y con su vida entera, con su transparencia, aquello que predica», decía el Card. Bergoglio, de Juan Pablo II y añadía «este coherente que por pura coherencia se embarró las manos, nos salvó de una masacre fraticida; este coherente que gozaba tomando a los chicos en brazos porque creía en la ternura. Este coherente que más de una vez hizo traer a los hombres de la calle, para hablarles y darles una nueva condición de vida. Este coherente que cuando se sintió bien de salud pidió permiso para ir a la cárcel a hablar con el hombre que había intentado matarlo».
Es un testigo, dijo el Card. Bergoglio y terminó su homilía repitiendo las palabras: «Lo que necesita este siglo no son maestros son testigos». Y en la encarnación del Verbo, Cristo es el testigo fiel. Hoy vemos en Juan Pablo una imitación de este testigo fiel – reiteró, para añadir textualmente: «Y agradecemos que Juan Pablo haya terminado su vida así, coherentemente, que haya terminado su vida siendo simplemente eso: un testigo fiel».
(CdM – RV)