III Domingo de Pascua, ciclo C

CATEQUESIS SOBRE LA FE EN CRISTO RESUCITADO (Jn. 21, 1-19)

Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar.» Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada.
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: «No.» Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis corderos.» Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» Él le contesta: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice: «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

La presente narración nos relata tres encuentros entre Jesucristo y los apóstoles, con la finalidad de provocar una fe viva en Cristo Resucitado: su presentación en el trabajo de los apóstoles: la pesca milagrosa; su encuentro con los mismos para que descubran que es el mismo Señor que anduvo con ellos, que murió y que ahora resucitado comparte con los mismos; el diálogo con Pedro para que exprese convencido su decisión de ser la cabeza de su Iglesia: su amor incondicional a Cristo. Esta pesca abundante nos recuerda la abundancia en el actuar de Jesús: en el milagro de Caná (Jn. 2,6), en la multiplicación de los panes (Jn. 6, 11 s), en la efusión del agua viva (Jn. 4, 14; 7,37) y su venida para darnos vida en abundancia.

Los peces simbolizan las multitudes que entrarán en la Iglesia procedentes de todas las regiones y razas por la predicación del Evangelio; “la red no se rompió”: literalmente no se dividió: es el verbo griego cuyo sustantivo correspondiente ha pasado al español, significando cisma. El número 153 nos da idea de plenitud y universalidad de la Iglesia, pues la acción de los pastores llevarán a Cristo a todas las naciones de la tierra.

En la comida de los discípulos con Jesús, él quiere que entiendan la continuidad entre el Jesús histórico y el resucitado; se da identidad personal entre el Cristo que murió en la cruz y fue sepultado y comió con ellos al encontrarse al tercer día. Encuentro que tiene como finalidad el despertar la fe en sus discípulos de una manera libre en el Jesús crucificado y que ahora constituido como Señor en la gloria.

En el tercer encuentro se dirige expresamente a Pedro, con una orientación clara sobre la naturaleza de la comunidad que él funda: la barca de Pedro, el trabajo misionero de los apóstoles, la red sin rotura, el primado de Pedro donde Cristo le entrega al apóstol el primado sobre toda la Iglesia, prometido en Mateo: “Y yo por mi parte te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (16,16). Jesús al anteponer al bienaventurado Pedro a los demás apóstoles, instituyó en él un principio perpetuo de unidad: la fe y la comunión de los creyentes. Primado de Pedro que Cristo confirma con una triple pregunta, con valor jurídico. Para fundamentar un contrato serio y con mucha responsabilidad, como se hacía en su época; y para este contrato, la única condición por parte de Pedro, es un amor incondicional a Cristo.

Fe, expresada por Pedro en su predicación en (Hechos 5, 27-32. 40-41), cuyo contenido es creer en Jesucristo muerto en la cruz y resucitado por el poder de Dios; fe que jamás desprecia a los que lo mataron, sino se manifiesta en la más exquisita compasión hacia ellos (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles 13); fe vivida en la obediencia, es decir, creyendo en Jesucristo; realizada por el seguimiento libre y consciente a Pedro y a sus sucesores; no porque sean capaces e infalibles, sino porque desempeñan una función de autoridad necesaria y porque son portadores de una promesa divina. Fe que es sostenida y manifestada por la fuerza del don del Espíritu Santo que Dios da a aquellos que lo obedecen. Esta fe sostenida con el don del Espíritu Santo, causa una grande alegría en los discípulos, que es absolutamente imposible explicar con palabras, sólo aquellos que lo sufren por amor a Cristo la pueden expresar (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles 13).

Hermanos pidámosle a Jesucristo que nuestra fe en él, nos haga perseverar y vivir en la esperanza de poder vivir confiadamente, de acuerdo a la voluntad de Cristo, ya que él siempre será nuestra esperanza si creemos en él (San Policarpo de Esmirna, Carta a los Filipenses 8).

† Felipe Padilla Cardona.