CATEQUESIS DE JESUCRISTO SOBRE LA MEJOR MANERA DE SER SUS DISCIPULOS (Jn. 13,31-33.34-35)
Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: —«Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
“Y por este amor reconocerán todos que ustedes son mis discípulos”: “¿Por qué Jesucristo llama nuevo el mandamiento del amor mutuo, cuando nos consta que es tan antiguo?, porque ya el Levítico afirmaba: “amarás a tu prójimo como a ti mismo. ¡Yo soy Yahveh!” (18, 19). Teniendo como motivos la amistad y el servicio mutuo. Pero aquí Jesucristo nos comparte un mandamiento nuevo. ¿Quizá la novedad de este mandato consista en el hecho de que nos despoja del hombre viejo y nos reviste del nuevo? Porque renueva en verdad al que lo oye, mejor dicho al que lo cumple, teniendo en cuenta que no se trata de un amor cualquiera, sino de aquel amor acerca del cual el Señor, para distinguirlo del amor humano, añade: como yo os he amado” (San Agustín, Tratados sobre el Evangelio de San Juan 65, 1-3). Este mandamiento de Jesús es realmente nuevo, porque es una exigencia esencial para formar parte de la comunidad de salvación y de la comunidad bienaventurada; y además porque en la medida en que se exprese con humildad y con voluntad de realmente compartirlo con los demás, hasta ser capaces de ponernos en el último lugar y de morir por los otros, aunque sean nuestros enemigos, en esa medida estamos haciendo realidad la novedad de este mandamiento.
Jesús nos ofrece, no solamente una norma o un estilo de vida diferente, sino una manera de vivir completamente novedosa, como sus auténticos discípulos, donde podamos hacer realidad plena, el amor fraternal. Mandamiento nuevo de amor que alcanza su plenitud en una comunidad, donde realmente se constate: la conversión, la donación sin límites y la aceptación mutua. Un amor fraternal así vivido, es el signo por excelencia del amor de Dios en nuestras vidas: “que todos sean uno; como tú, Padre, estás en mí y yo en tí, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17, 21)
Este amor testimoniado, compartido y acrecentado hacia los demás, en calidad de hermanos, será suficiente para transformarlos. Y así juntos, manifestándolo con obras, transformará nuestra sociedad y nuestro mundo presente y futuro. Y así haremos realidad la civilización del amor, y viviremos como auténticos discípulos de Jesucristo en nuestra comunidad. Signo seguro de la vida futura, que con nuestra esperanza estamos construyendo, y llegará a su plenitud en la casa paterna.
† Felipe Padilla Cardona.