San Agobardo

Date: 
Domingo, Junio 6, 2021

AGOBARDO nació a fines del siglo VIII, por el año de 779; es probable que su tierra natal haya sido España o la Galia. Cuando joven, lo llevaron a Narbona, donde se ganó la amistad del arzobispo de Lyon, Leidrade. Este lo ordenó sacerdote en 804 y lo ungió obispo en 813, como su auxiliar. Aunque su consagración, según las reglas, la hicieron tres obispos, entre los cuales se hallaba San Bernardo, a la muerte de Leidrade, en 816, se levantaron numerosas protestas, porque Agobardo lo iba a reemplazar. Alegaban que los cánones prohibían a un obispo escoger a su sucesor y establecer dos titulares para la misma sede. Agobardo, después de haber obtenido, a pesar de todo, el gobierno de su diócesis, asistió en 821, a la elección de Treuctesinde para reemplazar a San Benito de Anian; en 822, se presentó al Concilio de Attigny, en donde habló contra la usurpación de los bienes de la Iglesia por los laicos; en 825, participó en la asamblea de París reunida para tratar el asunto del culto a las imágenes. El tratado que escribió en esta ocasión no parece probar, a pesar de algunas durezas e inexactitudes del lenguaje, que él fuera iconoclasta; al parecer, sólo atacaba el culto de adoración que se tributaba a las imágenes, que en aquella época, como en la nuestra, constituía todo el sentido religioso de algunos fieles poco cultivados.

El carácter combativo de Agobardo, al mismo tiempo que su amor por la ortodoxia, le incitaron, desde el comienzo de su episcopado, a luchar contra el adopcionismo. Esta herejía, propagada principalmente por Félix, obispo de Urgel, en España, pretendía que Nuestro Señor, en cuanto hombre, no era Hijo de Dios por naturaleza, sino únicamente su hijo adoptivo. Esta doctrina, lógicamente, conducía al dualismo y resucitaba, en forma indirecta, la antigua herejía nestoriana. Agobardo la combatió vigorosamente. De igual manera, actuó con energía respecto a la cuestión de los judíos: éstos protestaban en razón de que tenían esclavos paganos, quienes al convertirse al cristianismo, se creían libres y se fugaban. A instancias de los judíos, que no querían verse desposeídos de sus servidores, se emitió una ley que prohibía bautizar a un esclavo sin el consentimiento del amo. Agobardo protestó repetidas veces contra esta decisión y, en sus numerosas obras sobre las prácticas de los judíos y la clase de relaciones que podían establecerse con ellos, hizo comprender los peligros que corría la fe en su diócesis.

También le preocuparon otros asuntos que afectaban la moral de su grey, como la aprobación de la ley Gombette o de Gondebaud, que autorizaba los duelos legales y que, gracias a sus esfuerzos, se abrogó; asimismo, luchó contra diversas supersticiones populares, sobre todo, las pruebas del agua y del fuego, que se tomaban, a pie juntillas, como juicios de Dios. Se opuso con vehemencia a la opinión, admitida en su tiempo, de que las tormentas que se desencadenaban con tanta frecuencia sobre Lyon, debido a la confluencia de valles y montañas, eran provocadas por los brujos, que sacaban provecho de las tempestades.

Agobardo estaba vinculado con el primo hermano de Carlomagno, San Adelhardo, quien llegó a ser abad de Corbie y fundador de la Nueva Corbie. En 829, Agobardo presidió el Concilio de Lyon, como arzobispo de la sede; pero no se han conservado pormenores sobre sus decisiones. De mayores consecuencias fue la actitud de Agobardo en la asamblea de Compiégne (833), cuando capitaneó al grupo de obispos que favorecían la deposición de Luis el Bueno, reprochando al emperador que se dejase llevar por los malos consejos y las intrigas de la emperatriz Judith. Cuando la monarquía volvió a adueñarse del poder, en 835, Agobardo se retiró a Italia para buscar amparo junto a Lotario, pero aun así fue depuesto durante el Concilio de Thinville. En su ausencia, la administración de su diócesis se confió a Amalario, obispo auxiliar de Metz, en momentos en que la unidad litúrgica no se respetaba; por indicaciones del emperador, Amalario combinó las tradiciones romanas con las costumbres mesinas y con sus propias invenciones. Introdujo sus reíormas en Lyon durante el exilio de Agobardo (838), pero cuando éste volvió a tener gracia y retornó a su cargo episcopal, luchó contra las innovaciones de Amalario. Se opuso sobre todo a los escritos que aquél confeccionó a fin de quitar del oficio divino los párrafos que no están tomados de las Sagradas Escrituras.

La reconciliación de Agobardo con Luis el Bueno fue tan completa, que el emperador lo asoció a los asuntos públicos. Durante uno de sus viajes con él, murió Agobardo en la localidad de Saintes, el 6 de junio de 840. Luis el Bueno le siguió a la tumba dos semanas después.

El primer tratado de Agobardo, escrito en 818, combate a Félix de Urgel y está dedicado a Luis el Bueno. El prefacio indica que la obra fue compuesta con extractos de San Hilario de Poitiers, San Jerónimo, San Cirilo de Alejandría, de los Papas Símaco y San Gregorio el Grande. Su tratado contra las imágenes incluye, igualmente numerosas citas de los Padres de la Iglesia: la carta contra la ley de Gondebaud está dirigida también a Luis el Bueno. Entre sus escritos contra los judíos se pueden citar, De judaicis superstitionibus y De canendo convicta et societate Judeorum. Sobre la reforma litúrgica escribió, De divina psalmodia, De correctione antiphonarii y Contra libros IV Amalarii abbaiis. Estas obras dan numerosas informaciones sobre la liturgia lyonense del siglo IX y son lo mejor de sus obras junto con algunos tratados de pastoral y moral.

Se cuenta que un dia, a fines del siglo XVIII, Papiro Masson, estando en casa de un encuadernador, lo encontró a punto de cortar un manuscrito en pergamino (eran las obras de Agobardo) para encuadernar otros libros; las compró, inmediatamente las descifró y las hizo imprimir en 1605. La segunda edición la hizo Baluze, en 1666. Después se aumentó el tratado contra los cuatro libros de Amalario y se reimprimió en la Patrología Latina (vol. civ, pp. 1 a 350). Se encuentra la traducción francesa de algunos textos en la Histoire de Lyon del P. Menéstrier.

El estilo de Agobardo es, habitualmente, natural, vivo, sencillo, agradable, vigoroso; algunas, veces duro y agrio. Sus ensayos de poesía (epitafio a Carlo- inugno, poemas sobre el martirio de San Cipriano de Cartago, de San Esperanto y San Pantaleón), no son sino malos versos en prosa.

Los martirologios de Lyon y de San Claudio nombran a San Agobardo. El breviario de Lyon contiene un oficio de nueve lecciones bajo el nombre popular de San Agobardo. También es honrado en 'a Saintonge, pero la Iglesia no ha ratificado su culto.

Alban Butler - Vida de los Santos