Puertas abiertas a la consolación

2013-06-11 L’Osservatore Romano
¿Por qué hay personas que tienen el corazón cerrado a la salvación? El Papa Francisco centró su homilía en este interrogante durante la misa del lunes 10 de junio en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, concelebrada, entre otros, por cardenal el Stanisław Ryłko, presidente del Consejo pontificio para los laicos. Estuvieron presentes responsables y empleados del dicasterio. Una pregunta que encuentra una respuesta y una explicación en el miedo, porque —explicó el Pontífice— la salvación nos causa miedo. Es una atracción que desencadena los temores más escondidos en nuestro corazón. «Tenemos necesidad» de la salvación, pero al mismo tiempo «tenemos miedo», porque —dijo el Santo Padre— «cuando el Señor viene para salvarnos debemos darlo todo» y en ese momento «manda Él; y de esto tenemos miedo». Los hombres, en efecto, quieren «mandar», quieren ser «los dueños» de sí mismos. Y así «la salvación no llega, la consolación del Espíritu no llega».

En la liturgia del día el pasaje del Evangelio de Mateo (5, 1-12) sobre las Bienaventuranzas dio ocasión al Papa para reflexionar sobre la relación entre salvación y libertad. Sólo la salvación que llega con la consolación del Espíritu —afirmó— nos hace libres: es «la libertad que nace del Espíritu Santo que nos salva, nos consuela, nos da vida». Pero para comprender plenamente las Bienaventuranzas y lo que significa «ser pobres, ser mansos, ser misericordiosos» —cosas que «no parece» que nos «conduzcan al éxito»— es necesario custodiar «el corazón abierto» y haber «gustado bien la consolación del Espíritu Santo que es salvación».

Las Bienaventuranzas, por lo demás, son «la ley de quienes fueron salvados» y tienen el corazón abierto a la salvación. «Esta —agregó— es la ley de los libres, con la libertad del Espíritu Santo». Podemos «regular la vida, ordenarla a partir de una lista de mandamientos o de procedimientos», pero es una operación meramente humana, advirtió el Papa Francisco. «Es algo limitado y, al final, no nos conduce a la salvación», puesto que sólo un «corazón abierto» puede hacerlo.

Al respecto, el Evangelio narra que, viendo la multitud, Jesús subió al monte. «Entre la multitud —indicó el Santo Padre— había muchos que tenían necesidad de salvación. Era el pueblo de Dios que antes seguía a Juan Bautista, luego al Señor», precisamente porque necesitaba la salvación. Pero también había otros que «iban allí para examinar esta doctrina nueva y luego discutir con Jesús. No tenían el corazón abierto, tenían el corazón cerrado en sus cosas». Se preguntaban qué era lo que Jesús quería cambiar, pero «como tenían el corazón cerrado, el Señor no podía cambiarlo»; y lamentablemente «tenían el corazón cerrado», agregó el Papa Francisco.

Por ello el Pontífice invitó a pedir al Señor «la gracia de seguirle»; pero no con la libertad de los fariseos y de los saduceos, que llegaron a ser hipócritas porque querían «seguirle sólo con la libertad humana». La hipocresía es precisamente esto: «No dejar que el Espíritu cambie el corazón con su salvación. La libertad que nos da el Espíritu es también una especie de esclavitud, una esclavitud al Señor que nos hace libres. Es otra libertad». En cambio, nuestra libertad es «una esclavitud: no del Señor, sino del espíritu del mundo». Por ello la invocación del Papa, que pidió «la gracia de abrir nuestro corazón a la consolación del Espíritu Santo, para que esta consolación, que es la salvación, nos haga comprender bien» los nuevos mandatos contenidos en el Evangelio de las bienaventuranzas.

No por casualidad al inicio de la segunda carta de san Pablo a los Corintios (1, 1-7), en la liturgia del día, se habla «nueve veces de consolación». Parece un poco exagerado, comentó el Papa. Y poniendo de relieve que Pablo «necesite siete versículos para decir esta palabra: consolación», se preguntó: «¿Por qué insiste en esto? ¿Qué es esta consolación?». La carta del apóstol está dirigida a cristianos «jóvenes en la fe»: a quienes «hacía poco que habían comenzado el camino de Jesús». Pablo «insiste en esto. En el camino de Jesús el Padre ofrece la consolación». Estos cristianos «no eran todos perseguidos. Eran personas normales que tenían su familia, su trabajo, pero habían encontrado a Jesús. Y esto es un cambio de vida tal que era necesaria una fuerza especial de Dios, del Espíritu Santo; y esta fuerza es la consolación».

¿Qué significa consolación? Para el Papa Francisco la consolación «es la presencia de Dios en nuestro corazón. Pero para que el Señor esté en nuestro corazón es necesario abrir la puerta». La conversión de estos paganos a quienes escribe Pablo consistía precisamente en «abrir la puerta al Señor». Por ello tuvieron «la consolación del Espíritu Santo». La salvación es, en efecto, «vivir en la consolación del Espíritu Santo, no vivir en la consolación del espíritu del mundo. Eso no es salvación, es pecado». Al contrario, la salvación es «ir adelante y abrir el corazón para que venga esta consolación del Espíritu Santo».

El hombre, a menudo, corre el riesgo de intentar «negociar», de tomar lo que es cómodo, «un poco de aquí y un poco de allá». Es como «hacer una macedonia: un poco de Espíritu Santo y un poco del espíritu del mundo». Pero con Dios no hay medias tintas: o se elige «una cosa o la otra». El «Señor lo dice claro —reconoció el Pontífice—: no se puede servir a dos señores. O se sirve al Señor o se sirve al espíritu del mundo. No se puede mezclar todo».

Esta nueva ley que «nos trae el Señor, estas nuevas Bienaventuranzas sólo se comprenden si uno tiene el corazón abierto. Se comprenden desde la consolación del Espíritu Santo. No se pueden entender con la inteligencia humana o con el espíritu del mundo». Debemos estar abiertos a la salvación, de otra manera «no se pueden entender. Son los nuevos mandamientos, pero si no tenemos el corazón abierto al Espíritu Santo parecerán tonterías».