ENTRE los misioneros que ayudaron a San Federico en la evangelización de Frieslandia, el que obtuvo mayores triunfos fue, sin duda, San Odulfo. Hasta la fecha se encuentran todavía iglesias dedicadas a él, en Bélgica y Holanda.
Odulfo nació en Oorschot, en la región norte de Brabante; una vez ordenado sacerdote, se hizo cargo de la parroquia en su ciudad natal; pero al poco tiempo fue trasladado a Utrecht, donde atrajo la atención de San Federico, el obispo de la diócesis. Su elocuencia como predicador y su amplia cultura indujeron a Federico a enviarlo a la Frieslandia, cuyos habitantes sólo se hallaban parcialmente convertidos. Muchos años pasó San Odulfo en aquellas tierras y trabajó con muy buenos frutos. De acuerdo con las viejas crónicas, convertía a sus auditorios por medio de reiteradas instrucciones, prédicas, pláticas y admoniciones que condujeran a las gentes por el camino de la verdad "hasta que, aquellos mismos hombres que podían haberse comparado con lobos feroces, se transformaron, por virtud de la doctrina del bien, en mansos corderos". A pesar de que anduvo por todas las regiones de la Zanlandia, su centro de operaciones quedó establecido en Stavoren; ahí tenía una iglesia y fundó un monasterio. A pesar de las reiteradas invitaciones para que regresase a su país perseveró en su tarea de misionero hasta una edad muy avanzada. Sólo entonces regresó a Utrecht, donde murió alrededor del año 855. Su cuerpo desapa- reció de la sepultura, quizá robado durante una incursión de los nórdicos y llevado a Inglaterra donde fue sepultado de nuevo, en la abadía de Evesham, en el año de 1034.
A principios del siglo trece, apareció una historia muy desagradable en un manuscrito inglés (Rawlinson A. 287, en la Bodleiana), comprendido en las Crónicas de Evesham. Se relata ahí que San Odulfo se hallaba en el acto de celebrar la misa el día de Pascua, cuando un ángel le ordenó que se apresurase a tomar un barco que habría de conducirlo al lugar donde su amigo San Federico se disponía a oficiar la misa, no obstante haber cometido un terrible pecado. El barco navegó hasta Utrecht con increíble rapidez, puesto que Odulfo tuvo tiempo de advertir a su amigo, de oír su confesión y de celebrar el santo sacrificio en su lugar. Inmediatamente después, San Federico desapareció para entregarse a la más rigurosa penitencia durante diez años y, en ese lapso, Odulfo ocupó el cargo de obispo de Utrecht. Al cabo de los diez años, Federico, transformado en un modelo de todas las virtudes, reanudó sus deberes episcopales y, a fin de cuentas, murió entre la veneración general por los milagros realizados. Por supuesto que, en la historia seria, no existe el menor fundamento para certificar ese acontecimiento tan escabroso, pero la inclusión de semejante narración es una curiosa ilustración sobre la tendencia medieval a dar crédito a cualquier fábula en la que, los personajes venerables, apareciesen como pecadores.
Alban Butler - Vida de los Santos