La humildad concreta del cristiano

2013-06-15 L’Osservatore Romano
Sin la humildad, sin la capacidad de reconocer públicamente los propios pecados y la propia fragilidad humana, no se puede alcanzar la salvación y tampoco pretender anunciar a Cristo o ser sus testigos. Esto es válido también para los sacerdotes: los cristianos siempre deben recordar que la riqueza de la gracia, don de Dios, es un tesoro que se ha de custodiar en «vasijas de barro» a fin de que sea claro el poder extraordinario de Dios, del que nadie se puede adueñar «para el propio curriculum personal».

El Papa Francisco invitó una vez más a reflexionar sobre el tema de la humildad cristiana. Lo hizo durante la misa del viernes 14 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sancate Marthae. Concelebraron con él, entre otros, los cardenales Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, y Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el clero, acompañado por oficiales y empleados del dicasterio. Con el cardenal Bertello estaban los parientes del fallecido arzobispo Ubaldo Calabresi, durante años nuncio apostólico en Argentina. En el momento de la oración de los fieles el Santo Padre pidió oración por el prelado a quien, durante los años transcurridos como arzobispo de Buenos Aires, lo unía una profunda amistad.

Las lecturas del día — la segunda carta de san Pablo a los Corintios (4, 7-15) y el Evangelio de san Mateo (5, 27-32)— ocuparon el centro de la meditación del Papa que relacionó la imagen de la «belleza de Jesús, de la fuerza de Jesús, de la salvación que nos trae Jesús», de la que habla el apóstol Pablo, con la de las «vasijas de barro» en las cuales se contiene el tesoro de la fe.

Los cristianos son como vasijas de barro porque son débiles, en cuanto pecadores. A pesar de ello —subrayó el Papa— entre «nosotros, pobres vasijas de barro», y «el poder de Jesucristo salvador» tiene lugar un diálogo: el «diálogo de la salvación». Pero, advirtió, cuando este diálogo asume el tono de la autojustificación quiere decir que algo no funciona y no hay salvación. Pablo nos enseña —prosiguió el Papa Francisco— el camino a seguir: en efecto, «muchas veces habló, casi como una cantilena, de sus pecados “yo os digo esto: he sido perseguidor de la Iglesia.... la perseguí...”. En él vuelve siempre el recuerdo del pecado. Se siente pecador». «En ese momento no dice “fui pecador, pero ahora soy santo”».

Pero en los hombres sucede algo distinto. El Papa lo explicó indicando el comportamiento del apóstol: «Cada vez que Pablo nos habla de su curriculum de servicio —“hice esto, hice aquello, prediqué”— nos habla también de su prontuario», es decir, de todo aquello que se refiere a sus debilidades, a sus pecados. Nosotros, en cambio —agregó—, «tenemos siempre la tentación del curriculum, y de esconder un poco el prontuario para que no se vea tanto» aquello que no funciona.

La humildad del cristiano es la que sigue el camino indicado por el apóstol. Este modelo de humildad es válido también «para nosotros presbíteros, para nosotros sacerdotes. Si nos gloriamos sólo de nuestro curriculum y nada más —dijo el Obispo de Roma— acabaremos equivocándonos. No podemos anunciar a Jesucristo salvador porque, en el fondo, no le escuchamos». «Debemos ser humildes —exhortó el Pontífice— pero con una humildad real, con nombre y apellido: “yo soy pecador por esto, por esto y por esto”. Como hace Pablo». Es necesario reconocerse pecadores, concretamente, y no presentarse con una imagen falsa, «un rostro de estampa». Y para hacer más concreta la idea el Papa Francisco recurrió a una expresión del dialecto piamontés: «hacerse la “mugna quacia”, ingenua. Esa ingenuidad que no es auténtica, es sólo apariencia».

En cambio —precisó el Papa— la humildad de los sacerdotes, la humildad del cristiano, debe «ser concreta: “soy una vasija de barro por esto, por esto y por esto”. Y cuando un cristiano no logra hacer de sí mismo, ante la Iglesia, esta confesión, algo no funciona». Ante todo —agregó— «no puede comprender la belleza de la salvación que nos trae Jesucristo: este tesoro».

«Hermanos —dijo— nosotros tenemos un tesoro: Jesucristo salvador, la cruz de Jesucristo, este tesoro del cual nos enorgullecemos», pero no olvidemos «de confesar también los pecados» porque sólo así «el diálogo es cristiano y católico, concreto. Porque la salvación de Jesucristo es concreta». «Jesucristo no nos salvó con una idea, con un programa intelectual. Nos salvó con la carne, con lo concreto de la carne. Se abajó, se hizo hombre, se hizo carne hasta las últimas consecuencias». Un tesoro similar lo puede comprender y recibir sólo quien se convierte en vasija de barro.

El Papa, concluyendo, propuso la imagen de la samaritana. La mujer que habló con Jesús parte deprisa cuando llegan los discípulos: «¿Y qué dice a los de la ciudad? “Encontré a un hombre que me dijo todo lo que hice”», que le hizo comprender el sentido de su ser vasija de barro. Esa mujer había encontrado a Jesucristo salvador, y cuando se trató de anunciarlo lo hizo primero hablando del propio pecado. Explicó, en efecto, lo que preguntó a Jesús: «¿Sabes quién soy yo?, y Él me lo dijo todo».

«Yo creo —concluyó el Pontífice— que esta mujer estará en el cielo». Y para confirmar su certeza citó a Manzoni: «“nunca encontré que el Señor haya comenzado un milagro sin acabarlo bien”. Y este milagro que Él comenzó, con certeza lo llevó a buen término en el cielo».