En la Basilica de Guadalupe agradece SEGECEM encíclica del Papa

EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE

AGRADECE SEGECEM ENCÍCLICA DEL PAPA

El viernes 5 de julio, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, durante la Misa Coral del Cabildo de Guadalupe, S.E. Mons. Eugenio Lira Rugarcía, Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano, invitó a los fieles a agradecer a Dios el don de la primera encíclica del Papa Francisco, “Lumen Fidei”, de la que comentó algunos pasajes en la homilía, en relación a las lecturas del día.

HOMILÍA DE S.E. MONS. EUGENIO LIRA RUGARCÍA

OBISPO AUXILIAR DE PUEBLA

SECRETARIO GENERAL DE LA CEM

Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 5 de julio de 2013

Venerables miembros del Cabildo de esta Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe, queridos sacerdotes, hermanas y hermanos de Vida Consagrada, amigas y amigos todos:

El filósofo Lucio Séneca decía: “Todos quieren vivir felices” (cfr. Sobre la felicidad, I.1) ¡Es cierto! Queremos ser felices. Y deseamos que esta felicidad no termine nunca. Esa dicha la anhelamos porque Dios nos creó para ella, y sólo en Él la podemos alcanzar. Por eso en el salmo le hemos pedido al Señor que nos salve y nos haga dichosos (cfr. Sal 106, 1-5). ¡Claro que sí! Porque sabemos que sólo Él, que es el amor verdadero, puede llenar plenamente nuestro deseo de felicidad. Y este no es un Dios lejano, distante, sino un Dios que se acerca a nosotros.

Es lo que estamos celebrando en el Año de la Fe. Y en ocasión de este gran festejo, hoy el Papa Francisco nos ha regalado su primera encíclica “Lumen Fidei”. El Santo Padre comenta que estas consideraciones sobre la fe las había hecho ya prácticamente completas el Papa Benedicto XVI, y afirma: “Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones. El Sucesor de Pedro, ayer, hoy y siempre, está llamado a «confirmar a sus hermanos» en el inconmensurable tesoro de la fe, que Dios da como luz sobre el camino de todo hombre” (Lumen Fidei n. 7).

De verdad que la luz de la fe es un regalo maravilloso que nos ilumina por el camino de la vida para que podamos ser felices en esta tierra y luego felicísimos en el cielo. Hoy precisamente en este ámbito de fe, hemos encontrado cómo en el Evangelio Jesús se acerca a Mateo y lo llama para que lo siga (cfr. Mt 9, 9-13). Mateo era un pecador, y sin embargo, el Señor se acerca a él y lo llama, porque como el propio Cristo afirma, Él no ha venido para sanar a los sanos sino a los enfermos. Aquí encontramos una gran esperanza, porque a pesar de nuestras debilidades siempre es posible dejarnos encontrar por Dios.

Así lo experimentó san Agustín, quien reconocía que había permanecido mucho tiempo lejos de Dios, pero que el Señor se acercó a él. Y escribe en sus Confesiones: “Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera… me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti” (VII, 27). ¡De verdad que el Señor nunca lejos de nosotros! Y quien confía en Él y le sigue, no queda defraudado.

Precisamente, en la primera lectura hemos escuchado la historia de uno de los grandes creyentes: Abrahán (cfr. Gn 23,1-4.19-24,1-8.62-67). En su encíclica, el Papa Francisco nos lo propone como modelo de fe. Y dice que Dios le dirige la Palabra y se le revela como un Dios capaz de entrar en contacto con la humanidad y de establecer una Alianza con ella y con cada persona. Lo que esta Palabra comunica a Abrahán es una llamada a salir de su tierra, una invitación a abrirse a la promesa de una vida nueva: ser padre de un gran pueblo (cfr. n. 9). “El hombre es fiel creyendo a Dios, que promete –escribe san Agustín–; Dios es fiel dando lo que promete al hombre” (In Psal. 32, II). Dios nunca falla. Podemos tener confianza en Él.

Queridos hermanos y hermanas, en este Año de la Fe, en el que Dios nuestro Señor, entre otras cosas, nos regala en este día la primera encíclica del Papa Francisco, decidámonos a escuchar la llamada de Dios que, como en el caso de Abrahán y de Mateo, se acerca a nosotros y nos llama a salir de la prisión del egoísmo para entrar con Él en el camino del amor; de un amor que ensancha el corazón y que es capaz de abrirse a los demás. Ese amor que, cuando se vive, hace la vida plena en esta tierra y nos ofrece la posibilidad de alcanzar una dicha sin ocaso, por toda la eternidad, en el Cielo.

Que Santa María de Guadalupe, la que creyó (cfr. Lc 1,45), nos ayude a ser auténticos creyentes. A ella, con las palabras del Papa Francisco, nos encomendamos, pidiendo que “esta luz de la fe crezca continuamente en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que es el mismo Cristo” (Lumen Fidei, n. 60).

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