XIX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

CATEQUESIS DE JESUCRISTO DONDE INVITA A TODOS A PARTICIPAR DEL BANQUETE CELESTIAL (Lc. 12, 32-48)

Escrito por: S.E. Don Felipe Padilla Cardona

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla.

Porque donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra así, dichosos ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»

Pedro le preguntó: «Señor, ¿has dicho esa parábola por nosotros o por todos?»

El Señor le respondió: «¿Quién es el administrador fiel y solícito a quien el amo ha puesto al frente de su servidumbre para que les reparta la ración a sus horas? Dichoso el criado a quien su amo, al llegar, lo encuentre portándose así. Os aseguro que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si el empleado piensa: "Mi amo tarda en llegar", y empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas, a comer y beber y emborracharse, llegará el amo de ese criado el día y a la hora que menos lo espera y lo despedirá, condenándolo a la pena de los que no son fieles. El criado que sabe lo que su amo quiere y no está dispuesto a ponerlo por obra recibirá muchos azotes; el que no lo sabe, pero hace algo digno de castigo, recibirá pocos. Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá.»

En este Evangelio Jesucristo nos invita a prepararnos activamente a la celebración de su banquete celestial. Invitación que vamos a construir colaborando gozosamente, teniendo la cintura ceñida con la continencia y las lámparas encendidas con el fervor de las buenas obras, realizadas con justicia y caridad, cómo las personas que están en espera de su Señor hasta que vuelva de su boda (San Agustín, La Continencia 7,17). Esta vigilancia es absolutamente necesaria, desde el momento en que no sabemos cuando el Señor vendrá (Didaché 16, 1-4); Jesucristo vendrá por nosotros para llevarnos a su fiesta, donde él mismo nos servirá ciñéndose la cintura. Vendrá a las tres edades de nuestra vida: inmediatamente después de su boda, o a la media noche o a la madrugada, es decir, en nuestra niñez, en nuestra juventud y en nuestra madurez y vejez. Por consiguiente, nuestra preparación y participación para asistir a este banquete eterno debe ser permanente: siempre fundamentándonos en la vivencia fuerte de nuestra fe, como nos lo enseñaron: Abraham, Isaac, Jacob y Sara, pues ellos se fueron de su patria para alcanzar una mejor, “y murieron firmes en la fe”.

Fe que es acrecentada y enriquecida por la puesta en práctica de su esperanza pues “no alcanzaron los bienes prometidos, pero los vieron y los saludaron con gozo desde lejos” (Heb. 11, 1-2. 8-19). Fe y esperanza, fuerzas maravillosas que Jesucristo vino a reforzar y a poner en práctica dándonos el don de la sabiduría, el Espíritu Santo, que nos indicará la manera y los caminos, no únicamente para sentirlas y gozarlas personalmente sino también para hacerlas fructificar poniéndolas al servicio de los demás, ya que la fe transforma nuestra vida y la vida de los demás y la esperanza es la fuerza que Dios puso en nosotros para superar cualquier tipo de dolor, de sufrimiento, de enfermedad o de obstáculo en nuestra vida; esperanza que nos impulsará además a crear eficazmente, a construir alguien o algo completamente nuevo en nuestro mundo. Esperanza que llegará a su madurez, si es movida y acompañada por la justicia y la caridad hacia nuestros hermanos, como lo vemos en la narración del administrador fiel o infiel, de la segunda parábola del presente Evangelio.

Hermanos, únicamente fundamentados en nuestra fe, expresada eficazmente con nuestra esperanza, y acompañada por un actuar motivado por una auténtica justicia y caridad hacia nosotros y hacia los demás, estaremos preparados para recibir a Jesús, que vendrá por nosotros para que participemos de su banquete celestial, porque llevamos la vestidura digna, es decir, nuestra persona que vive de acuerdo a la voluntad de Dios Padre, al banquete de bodas.

† Felipe Padilla Cardona.