VI Domingo del Tiempo Ordinario

CATEQUESIS DE JESUCRISTO SOBRE EL PERDÓN DE NUESTROS PECADOS Mc. 1, 40-45

En el presente Evangelio, un leproso superando los muros que le impedían vivir normalmente con su familia, por los estragos causados por la enfermedad, que le ocasionaban el desprecio de su comunidad y el rechazo del mismo Yahvé, en su vivencia religiosa; con una grande fe y una humildad sin límites,

se acerca a Jesús de rodillas y le pide: “si tú quieres, puedes curarme”; Jesús dándole el lugar que le corresponde por ser persona e hijo de Dios, al ver tan grande fe y humildad se compadeció de él y realiza el milagro.

¿Por qué Jesús, el Señor lo tocó, cuando la ley prohibía tocar a un leproso? Precisamente por esto lo tocó, para mostrar abiertamente que todas las cosas son puras, cuando las toca el Puro (Tt. 1,15); pero sobre todo lo tocó para manifestar su humanidad hacia los excluidos y despreciados; y así enseñarnos a no despreciar a nadie, a no odiar a nadie, a no rechazar a nadie, por razón de sus heridas en el cuerpo o en su integridad física y espiritual; y para mostrar que no sana como un siervo, sino como un Señor, lo toca. La mano extendida de Jesús es signo de que Dios se compadece e interviene con poder (Ex. 3,20; Salmo 138,7); pues su mano no se contamina al tocarlo, sino que el cuerpo del leproso queda sano a causa de aquella mano santa que lo toca (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el evangelio de Mateo 25,2).

Al ordenarle Jesús que calle este prodigio, manifiesta una grande humildad, por el hecho de que no desea que se hable de sus buenas obras; y es un signo de sublime grandeza el hecho que sus obras maravillosas no se queden en silencio (San Beda, comentario al Evangelio de Marcos 1, 1,45).

Hermanos con toda honestidad ante Jesucristo aquí presente, analicemos cómo está nuestra vida y cerciorémonos, si no llevamos en nuestra alma la lepra del pecado y no guardemos en nuestro corazón las contaminaciones de nuestras culpas. Y si los poseemos, con una grande fe y una manifiesta humildad, acerquémonos a Jesús, el Señor, dirigiéndonos a Él con estas palabras: “Señor, si tú quieres puedes curarme” (Mc. 1,40) (Orígenes, Homilías sobre el Evangelio de Mateo 2,2-3).

† Felipe Padilla Cardona.