EN UNA época remota, cuando no abundaban los conventos de monjas en Inglaterra, una joven princesa anglosajona llamada Hildilid o Hildelita cruzó el canal para internarse en Francia y tomó el velo en Celles o en Faremoutier. Permaneció en el claustro hasta que San Erconwaldo la llamó de regreso a Inglaterra para que ejercitara a su hermana Etelburga en la vida religiosa, en vista de que había fundado un convento en Barking para ella, que tan poca experiencia tenía en la existencia monástica. Cuando el curso de instrucción quedó terminado y Etelburga tomó posesión de su cargo de abadesa, su instructora, Hildelita, se quedó en el convento como una de las monjas. Pero a la muerte de Santa Etelburga, fue elegida para ocupar su puesto de abadesa y, durante el resto de su vida, gobernó a la comunidad. El Venerable Beda, contemporáneo de Hildelita, escribió sobre ella con gran admiración, y San Aldelmo le dedicó un tratado sobre la virginidad, en versos rimados. En una de sus cartas, San Bonifacio habla de ella en términos muy elogiosos y hace mención de una visión maravillosa que tuvo Hildelita y que le describió de viva voz. Al parecer, vivió liasln una edad muy avanzada, pero se desconoce la fecha precisa de su muerte. Su fiesta se celebra en la diócesis de Brentwood, junto con la de Santa Cutburga (ver el artículo siguiente).
Alban Butler - Vida de los Santos