Santos Rogelio y Servodeo

Date: 
Jueves, Septiembre 16, 2021

CÓRDOBA es la capital de un distrito rural que comprende el valle central que se encuentra en el curso medio del Guadalquivir y es cabeza de puente del mismo río. En tiempo de los romanos, era el término del tráfico fluvial. Esta antigua ciudad, muy africana, asentada sobre una llanura alta, se precia mucho de su mezquita, en donde un bosque de columnas da la impresión de un oasis de palmeras. El nombre mismo, Córdoba, es de procedencia fenicia y la palabra Guadalquivir deriva del árabe. Este antiguo pueblo semítico, que se convirtió en conquistador con los "cruzados" de Mahoma, inmoló en el año 852 a dos testigos de Jesucristo. Uno había nacido en Granada (?) y era "monje y eunuco ya viejo, llamado Rogellius; el otro, llamado Servodeo (traducción del árabe Abdallah, 'siervo de Dios', equivalente a Teódulo o Servideo), emasculado desde joven, había llegado de ultramar, desde el oriente, a Córdoba, para morar allí en calidad de extranjero". Estos dos habían hecho voto de luchar hasta la muerte, sin retroceder bajo ningún pretexto, hasta que obtuvieran el cielo por medio de su sangre. Dirigiéndose a la mezquita y confundiéndose con la gente, empezaron a predicar el Evangelio y a burlarse del Islam y de su culto. Anunciaron que el reino de los cielos estaba cerca para los fieles, que la muerte y la gehena sin duda alguna eran el destino de los infieles, a menos que se acercaran a la Vida.

Como arden en la hoguera los haces de ramos de espinas, levantando lenguas de fuego y crepitando, así se inflamó la ira de la cohorte de los malvados contra los siervos de Dios. Trataron de golpearlos, herirlos, pincharlos, aplastarlos y acabar con los santos que osaron profanar la mezquita del profeta. Si no hubiera estado allí un juez que recurrió a su poder para reprimir a la turba incontenible, les hubieran arrancado el último soplo de vida que les quedaba. En medio de puños amenazantes, fueron conducidos a la prisión, en donde se les impusieron pesadas cadenas y se les encerró en los calabozos destinados a los ladrones. Allí, todavía predicaban, profetizaban y anunciaban la muerte inminente del tirano, alababan su religión y refuta- ban el error. Sus cuerpos estaban ya privados de vigor para soportar los suplicios, pero su lengua no cesaba de proclamar los oráculos de la verdad. Las autoridades ocupantes, para castigar a estos evangelistas violadores de la mezquita, decretaron que se les cortarían primero las manos y los pies y, luego, la cabeza. El decreto causó un gran júbilo en los siervos de Cristo. Era una verdadera alegría reconfortante, antes de afrontar la sentencia de muerte. Estaba allí, con toda su ferocidad, el verdugo; gritaba, rechinaba los dientes, apenas podía contener su ansiedad y quería precipitar la ejecución de los elegidos, quienes se mostraban tan deseosos de partir, que el verdugo parecía lento en procurarles la muerte.

"Así, dice el Martirologio Romano, colocados en el lugar de la decapitación, los santos mártires, aun antes del aviso del lictor, extendieron los brazos para ofrecer sus manos: el hierro cayó sobre sus articulaciones y las manos saltaron a uno y otro lado. Después, les cortaron las piernas, pero no mostraron ninguna tristeza. Finalmente, tronchado el cuello, se desplomaron. Los cadáveres mutilados, ensartados en horquillas, fueron colocados más allá del río, entre las cruces de los otros, el 16 de octubre" (16 de septiembre de 852).

Baronio ha insertado en el Martirologio, en la edición de 1586, los dos santos a que hacemos referencia hoy y a otros mártires de Córdoba, omitidos sin razón.

El nombre de Servodeo nos debe recordar que "Servir a Dios es reinar": cf. la poscomunión de la Misa de San Ireneo.

Alban Butler - Vida de los Santos