San Mateo, el descarriado al que Jesús brindó su amistad

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

21 de septiembre

Celebramos hoy la fiesta del Apóstol y Evangelista san Mateo. "Al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y le siguió" (Mt 9, 9). Así comenzaba para Mateo una nueva vida; una vida verdadera, plena y eterna. Se le presentó una oportunidad única e incomparable, y él, que sabía invertir, no perdió tiempo.

Mateo no era una persona que tuviera “buena fama” ¡Al contrario! Era recaudador de impuestos, algo mal visto religiosa y socialmente. A quienes ejercían esta profesión se les llamaba “publicanos”, y eran tenidos por pecadores públicos; gente avara que manejaba dinero impuro por provenir de personas ajenas al pueblo de Dios, y que además colaboraba con una autoridad extranjera, cuyos impuestos frecuentemente eran establecidos arbitrariamente.

Pero entonces sucede lo inesperado: Jesús pasa, lo mira y lo invita a ser amigo suyo. Y para probar esta amistad, va a su casa para comer con él. Así entra en su vida, para liberarle de la soledad, del sinsentido y de la desesperanza, mostrándole el camino: el amor a Dios y al prójimo.

La lección es clara: Jesús no excluye a nadie. Por eso, a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, les dice: "No necesitan médico los que están sanos sino los que están enfermos. Vayan, pues, a aprender qué significa aquello de: “Misericordia quiero, que no sacrificio” (Mt 9, 12-13).

¡Ese es el Dios que se revela en Jesús! Un Dios que nos ofrece siempre un amor gratuito, generoso, siempre fiel, dispuesto al perdón. Por eso viene a nosotros, aunque a veces estemos demasiado lejos de Él. A Mateo no lo llamó cuando estaba pensando cambiar y mejorar, sino cuando todavía estaba encadenado a una vida vacía, y le ayuda a liberarse, como señala san Juan Crisóstomo[1].

Mateo “se levantó y lo siguió”. Era consciente que esto implicaba dejar una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa. Pero comprendió que valía la pena quitarse la cadena que nos esclaviza: el pecado en sus diversas formas: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Con la fuerza de la palabra de Jesús, Mateo pudo levantarse y seguirlo, para vivir con libertad y dignidad.

Entonces se hizo heraldo de la Buena Noticia de que en Jesús Dios ha venido a darnos vida verdadera, plena y eterna. Lo hizo de palabra, con su testimonio y escribiendo el primer Evangelio, como lo atestigua, ya en el año 130 Papías, obispo de Gerápolis: “Mateo recogió las palabras (del Señor)”[2].

Aunque actualmente no poseemos ya el Evangelio original escrito por san Mateo en hebreo o arameo, “en el Evangelio griego que nos ha llegado seguimos escuchando… la voz del publicano… que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios. Escuchemos este mensaje de san Mateo, meditémoslo siempre de nuevo, para aprender también nosotros a levantarnos y a seguir a Jesús con decisión”[3].

[1] Cfr. homiliae in Matthaeum, hom. 30.

[2] Cfr. Eusebio de Cesarea, Hist. eccl. III, 39, 16.

[3] Benedicto XVI, Audiencia general, 30 de agosto de 2006.

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