2013-09-24 L’Osservatore Romano
La segunda visita en Italia de su primado, el obispo de Roma llegado “del fin del mundo” que eligió el nombre del santo de Asís, ha tocado otra isla después de Lampedusa. Ese viaje, primero del pontificado, a una de las periferias más dramáticas de nuestro tiempo quiso expresar con una fuerza evidente la atención al fenómeno mundial de las emigraciones. De modo análogo durante la jornada vivida en Cagliari el Papa Francisco ha dicho palabras que han ido mucho más allá de los confines de Cerdeña.
Llegado a la Virgen de Bonaria como por una deuda del corazón, el Pontífice ha hablado en efecto de la falta de trabajo y de una organización social cada vez más inhumana, de solidaridad y de la crisis de época que difunde el veneno de la resignación. Y lo ha hecho con extraordinaria eficacia, no como “un empleado de la Iglesia que llega y dice: ¡Ánimo! No, esto no lo quiero. Yo querría que este ánimo salga de dentro y me impulse a hacer todo lo posible como pastor, como hombre”. Para afrontar “con solidaridad e inteligencia este desafío histórico”, ha añadido.
Quien escuchó estas palabras entendió que el Papa Francisco, ora, actúa y habla como un cristiano y como un hombre que se pone en juego. Y de hecho afrontó el drama que se propaga constituido por la falta de trabajo abriéndose ante todo a una confidencia, cuando habló de la gran crisis de los años treinta y de su familia de emigrantes italianos en Argentina: “No había trabajo. Y yo oí, en mi infancia, hablar de este tiempo, en casa. Yo no lo vi, no había nacido todavía, pero oí en casa este sufrimiento”.
Pero tal vez el testimonio más impactante lo dio el Pontífice cuando habló a los jóvenes del 21 de septiembre, “sexagésimo aniversario del día en que oí la voz de Jesús en mi corazón”. Desde entonces -era el año 1953- la vida a sus diecisiete años empezó a tomar una dirección distinta, y han sido “sesenta años en el camino del Señor, detrás de Él, junto a Él, siempre con Él”, dijo el Papa. Que se declaró “feliz de estos sesenta años con el Señor”, concluyendo con que es necesario “ir adelante con Jesús. Él nunca falla”.
g.m.v.