2012-02-22 L’Osservatore Romano
Hoy hemos entrado en el tiempo de los cuarenta días. Días que representan los momentos más significativos de la fe del pueblo de Dios, durante los cuales estamos llamados a confrontarnos con la «ambivalencia» que caracteriza «también la condición de la Iglesia en camino por el desierto del mundo y de la historia» hasta llegar al «alba nueva creada por Dios mismo». El Papa introdujo de este modo el tiempo especial que la Iglesia se dispone a vivir en espera de la Pascua de resurrección. La Cuaresma ha sido el núcleo de la reflexión propuesta a los fieles que este 22 de febrero, Miércoles de Ceniza, participaron en la audiencia general semanal, que tuvo lugar en el aula Pablo VI.
Es en el tejido continuo entre pasado y presente, entre el tiempo «de la especial cercanía de Dios» pero «también de la tentación», de la contraposición del «mesianismo de poder, de éxito» con el «mesianismo de amor, de donación de uno mismo», donde Benedicto XVI centró la actualidad del significado de esa «Quadragesima» que desde hoy los cristianos están llamados a vivir. El Papa quiso sobre todo subrayar el significado simbólico del número «cuarenta» que se propone constantemente en la vida de la Iglesia a partir de la historia de Noé. No se trata, sin embargo, explicó el Pontífice, de un número que representa un tiempo cronológico «resultado de la suma de los días», sino que «expresa el tiempo de la espera, de la purificación, de la vuelta al Señor, de la consciencia de que Dios es fiel a sus promesas». Y proponiendo de nuevo los episodios vinculados al paso de este tiempo, narrados por la Sagrada Escritura, el Papa señaló las muchas analogías que se experimentan en el mundo de hoy en el cual el desierto de las tentaciones de Cristo está representado por la aridez, por la pobreza de vida y de valores, por el secularismo y por la cultura materialista que «encierran a la persona en el horizonte mundano de la existencia sustrayéndola a toda referencia a la trascendencia». El Papa habla de un cielo oscuro, pues está «cubierto por las nubes del egoísmo, de la incomprensión y del engaño». A pesar de ello, la certeza cristiana de que «hasta de la roca más dura Dios puede hacer que brote el agua viva que quita la sed y restaura» nos debe sostener en el camino hacia el «claro mundo de Dios».