2013-10-05 L’Osservatore Romano
En la fiesta del santo de quien el obispo de Roma por primera vez eligió llevar el nombre, Asís ha acogido al Papa Francisco. Con un afecto evidente por la participación conmovida de muchísimas personas, y con el ánimo marcado por la última tragedia desgarradora que ha causado cientos de víctimas en las aguas de Lampedusa. En un día de llanto —así lo definió el Pontífice— cuya tristeza en algún modo expresó también el clima gris y lluvioso de un otoño precoz.
Precisamente Lampedusa fue la meta del primer viaje del pontificado, decidida para encomendar a la misericordia de Dios a los veinticinco mil muertos de estos años en el Mediterráneo —hombres, mujeres, niños en fuga de condiciones de vida desesperadas— y para buscar alejar de los corazones esa dureza que el Papa denunció con fuerza como una globalización de la indiferencia. Así, el homenaje conmovido de flores que depuso en la tumba del santo de Asís recordó la imagen de las que entregó a las olas del mar ante la pequeña isla siciliana. Y si frente a la tragedia la primera palabra que enseguida llegó a los labios del Pontífice fue “vergüenza”, las caricias y los besos que largamente reservó a los jóvenes discapacitados asistidos en el Instituto Seráfico eran también para las víctimas de este drama que tiene proporciones mundiales. Elocuente fue la decisión de iniciar la visita a Asís desde este lugar donde la atención y el cuidado por la carne sufriente de Cristo son ante todo una elección de vida. Elección de atención al otro que —recordó el Papa Francisco— debe distinguir a los cristianos.
Así, su meditación pronunciada espontáneamente acerca de las llagas de Jesús resucitado —era bellísimo, dijo— quiso subrayar que precisamente estas llagas permiten a los discípulos reconocerle. Igual que, de hecho, Jesús está al mismo tiempo escondido y presente en la Eucaristía, está también presente y escondido en su carne que sufre en este mundo. Esa carne que Francisco de Asís reconoció y abrazó en el leproso, al inicio de un camino ejemplar en el que ya los contemporáneos vieron los rasgos extraordinarios de un “segundo Cristo” (alter Christus). Por lo tanto tras las huellas de Francisco se ha desenvuelto el camino hacia Asís del Papa que ha tomado su nombre. Primero en el obispado, allí donde el hijo del mercader Bernardone se despojó de las vestiduras y donde el Papa Francisco de nuevo habló espontáneamente, pronunciando una meditación sobre el despojamiento continuamente necesario por parte de la Iglesia para huir de la mundanidad espiritual. También en San Damián, donde exhortó a los religiosos a permanecer fieles a las bodas celebradas con la Señora Pobreza. Después ante la tumba de Francisco y finalmente en la ermita de las Cárceles —primer Pontífice que la visita—.
Al santo el obispo de Roma se dirigió directamente en la homilía con palabras salidas del corazón: enséñanos —dijo— a permanecer ante el crucifico para dejarnos mirar por él; enséñanos a ser instrumentos de paz, la que viene de Dios y que el Papa Francisco imploró una vez más: por Tierra Santa, Siria, Oriente Medio, el mundo. Un mundo sufriente que, de la paz y de la mirada de Dios, tiene deseo y necesidad.
g.m.v