2013-10-04 Radio Vaticana
(RV).- A las monjas de clausura el Papa Francisco les dirigió unas palabras llenas de afecto, no sin alguna nota de humor. En efecto, el Santo Padre les dijo:
“Yo pensaba que esta reunión habría sido..., como hicimos dos veces en Castel Gandolfo, en la sala capitular, yo solo con las religiosas, pero, les confieso, no tengo el valor de echar a los Cardenales. Hagámosla así…
Bien. Les agradezco mucho la acogida y la oración por la Iglesia. Cuando una religiosa en la clausura, consagra toda su vida al Señor, se produce una transformación que no se termina de comprender. La normalidad de nuestro pensamiento diría que esta religiosa se vuelve aislada, sola con lo Absoluto, sola con Dios… es una vida ascética, penitente… Pero éste no es el camino de una religiosa de clausura católica, y ni siquiera cristiana. El camino pasa por Jesucristo: siempre.
Jesucristo está en el centro de su vida, de su penitencia, de su vida comunitaria, de su oración y también de la universalidad de la oración. Y por este camino sucede lo contrario de lo que se piensa que sea esta religiosa ascética de clausura: cuando va por el camino de la contemplación de Jesucristo, de la oración y de la penitencia con Jesucristo, se vuelve grandemente humana.
Las monjas de clausura están llamadas a tener gran humanidad, una humanidad como la de la Madre Iglesia: humanas, comprender todas las cosas de la vida, ser personas que saben comprender los problemas humanos, que saben perdonar, que saben pedir al Señor por las personas… Su humanidad: y su humanidad viene por este camino, la encarnación del Verbo, el camino de Jesucristo.
¿Y cuál es la característica de una monja tan humana? La alegría. La alegría, cuando hay alegría. A mí me causa tristeza cuando encuentro a religiosas que no son gozosas. Quizá sonrían, pero... con la sonrisa de una asistente de vuelo, ¿no? ¡Hum! Pero no con la sonrisa de la alegría, de esa que viene desde dentro, ¡eh! Siempre con Jesucristo.
Hoy en la Misa, hablando del Crucificado, decía que Francisco lo había contemplado como con los ojos abiertos, con las heridas abiertas, con la sangre que se derramaba: y ésta es su contemplación, la realidad. La realidad de Jesucristo. No ideas abstractas: no ideas abstractas, porque secan la cabeza. Y la contemplación de las llagas de Jesucristo, y las ha llevado al Cielo, ¡y las tiene!, es el camino de la humanidad de Jesucristo: siempre con Jesús, Dios, Hombre. Y por esto es tan bello cuando la gente va al locutorio de los monasterios y piden oraciones y cuentan sus problemas, hablan… Quizá la religiosa no diga nada extraordinario, pero una palabra que les venga precisamente de la contemplación de Jesucristo, porque la religiosa, como la Iglesia, va por el camino de estar abierta a la humanidad. Y éste es su camino: no demasiado espiritual, ¡eh! Cuando son demasiado espirituales, yo pienso en la fundadora de los monasterios de su competencia, Santa Teresa, por ejemplo, ¿no?
Cuando una religiosa iba a verla, oh, con estas cosas… decía a la cocinera: “¡Dale un bife!”. Siempre con Jesucristo, siempre. La humanidad de Jesucristo, porque el Verbo ha venido en la carne, Dios se ha hecho carne por nosotros, y esto les dará a ustedes una santidad humana, grande, bella, madura; una santidad de Madre. Y la Iglesia las quiere así: madres. Madre, madre. Dar la vida, ¿no? Cuando ustedes rezan, por ejemplo, por los sacerdotes, por los seminaristas, ustedes tienen con ellos una relación de maternidad, con la oración los ayudan a llegar a ser buenos pastores del pueblo de Dios. Pero acuérdense del bife de Santa Teresa, ¡eh! Es importante. Y esto es lo primero: siempre con Jesucristo, las llagas de Jesucristo, las llagas del Señor. Porque es una realidad que después de la Resurrección Él las tenía y las ha llevado.
Y la segunda cosa que quería decirles, brevemente, es la vida de la comunidad. Pero… perdonen, sopórtense, porque la vida de la comunidad no es fácil. ¡El diablo aprovecha todo para dividir! Dice: “Pero… yo no quiero hablar mal, pero…”, y se comienza con la división. No, esto no va, porque no lleva a nada: a la división. Cuidar la amistad entre ustedes, la vida de la familia, el amor entre ustedes. Y que el monasterio no sea un Purgatorio, que sea una familia… Porque los problemas están, estarán, pero, como se hace en una familia, con amor, buscar la solución con amor: no destruir esto para resolver aquello; no tener competencias… Cuidar la vida de la comunidad, porque cuando en la vida de la comunidad es así, de familia, es precisamente el Espíritu Santo el que está en medio de la comunidad.
Estas dos cosas quería decirles: la contemplación siempre – ¡siempre! – con Jesús; Jesús, Dios y Hombre. Y la vida de la comunidad, siempre con un corazón grande, ¡eh! Dejando pasar… no vanagloriarse, soportar todo, sonreír desde el corazón… Y el signo de esto es la alegría. Y yo pido para ustedes esta alegría que nace precisamente de la verdadera contemplación y de una bella vida comunitaria.
Gracias. Gracias de la acogida. Les pido que recen por mí, por favor: ¡no lo olviden!
Antes de la bendición, recemos a la Virgen: Ave María…(María Fernanda Bernasconi – RV).