2013-10-06 L’Osservatore Romano
Se ha visto muchas veces, sobre todo en los primeros viajes del pontificado, desde el primero, doliente y fuerte, a Lampedusa, y desde Asís ha llegado la enésima confirmación: el Papa Francisco atrae porque se expone en primera persona y sus palabras dejan traslucir una vida enraizada en la contemplación del Señor. Ante muchos miles de jóvenes sentados frente a él, como los primeros frailes en torno a Francisco, concluyó: “Predicad siempre el Evangelio y si fuera necesario también con las palabras. Pero, ¿cómo? ¿Se puede predicar el Evangelio sin las palabras? ¡Sí! ¡Con el testimonio! Primero el testimonio, después las palabras”. Y poco antes había recalcado, en el encuentro con los diversos componentes de la diócesis, que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción.
El 4 de octubre, fiesta de san Francisco, el obispo de Roma, primado de Italia, quiso acercarse con los cardenales consejeros que ha elegido a los lugares de quien imitó a Cristo hasta recibir en su cuerpo las señales de su pasión y que de Italia fue proclamado patrono. Cierto, por un deseo del corazón —ningún Papa había tomado el nombre del santo de Asís, ni siquiera los Pontífices franciscanos—, pero sobre todo para anunciar el Evangelio. Con la presencia y con las palabras, tan sencillas como eficaces, que permanecen impresas en quien las escucha: en los sacerdotes exhortados a predicar brevemente y con pasión, en los padres que para los hijos deben ser los primeros testigos de Cristo, en quien lee las Escrituras pero sin escuchar a Jesús.
En las primeras palabras públicas después de la elección en cónclave, el Papa Francisco subrayó la relación fundamental entre obispo y pueblo. En Asís ha querido hablar otra vez del camino “con nuestro pueblo, a veces delante, a veces en medio y a veces detrás: delante, para guiar a la comunidad; en medio, para alentarla y sostenerla; detrás, para tenerla unida a fin de que ninguno se quede demasiado, demasiado atrás”. Confirmando la confianza en el sensus fidei del pueblo cristiano, pero antes aún poniéndose en juego con palabras que no tienen sabor formal alguno: “Aquí pienso de nuevo en vosotros, sacerdotes, y dejad que me ponga también yo con vosotros”.
Abriéndose con sencillez a quien tiene delante —“alguno de vosotros puede pensar: pero este obispo, ¡qué bueno! Hemos hecho la pregunta y tiene las respuestas todas listas, escritas. Yo he recibido las preguntas hace algunos días. Por esto las conozco”, explicó a los jóvenes—, el Papa Francisco no dispensa ciertamente novedades, pero sabe anunciar la única verdadera, el Evangelio de Cristo. “No os he dado recetas nuevas. No las tengo, y no creáis a quien dice tenerlas: no existen”, dijo en la catedral, casi como para querer disipar dudas que aquí y allá se asoman, recalcando que se puede testimoniar a Jesús a quien está lejos “sólo si se lleva la Palabra de Dios en el corazón y se camina con la Iglesia, como san Francisco”.
En Asís —confió, resumiendo el sentido de la visita— “me parece oír la voz de san Francisco que nos repite: ¡Evangelio, Evangelio! Me lo dice también a mí, es más, primero a mí: ¡Papa Francisco, sé servidor del Evangelio! Si yo no logro ser un servidor del Evangelio, mi vida no vale nada”. Y añadió inmediatamente después que el Evangelio se refiere a todo el hombre.
g.m.v.