2013-10-07 L’Osservatore Romano
Para oír la voz de Dios en la propia vida hay que tener un corazón abierto a las sorpresas. De otro modo el riesgo es ponerse “en fuga de Dios”, alegando tal vez hasta una buena excusa. Y así puede ocurrir que precisamente los cristianos tengan la tentación de huir de Dios y las personas “lejanas” consigan en cambio escucharle. Lo dijo el Papa Francisco, quien, al celebrar la misa el lunes 7 de octubre en Santa Marta, sugirió un camino seguro: dejemos escribir nuestra historia por Dios.
El obispo de Roma, en la homilía, tomó como paradigma la historia de Jonás, comentando la primera lectura (1, 1 - 2, 1.11): él “tenía toda su vida bien organizada: servía al Señor, tal vez oraba mucho. Era un profeta, era bueno, hacía el bien”. Como “no quería que se le molestara, con el método de vida que había elegido, en el momento en que oyó la palabra de Dios empezó a huir. Y huía de Dios”. Así, cuando “el Señor le envía a Nínive, él toma la nave rumbo a España. Huía del Señor”.
A fin de cuentas —explicó el Pontífice—, Jonás se había escrito la propia historia: “Yo quiero ser así, así, así, según los mandamientos”. No quería ser molestado. He aquí la razón de su “fuga de Dios”. Una fuga que, como alertó el Papa, puede vernos como protagonistas también a nosotros hoy. “Se puede huir de Dios —afirmó— siendo cristiano, siendo católico”, incluso “siendo sacerdote, obispo Papa. Todos podemos huir de Dios. Es una tentación cotidiana: no escuchar a Dios, no escuchar su voz, no oír en el corazón su propuesta, su invitación”. Y si “se puede huir directamente” —prosiguió— “hay otras maneras de huir de Dios un poco más educadas, un poco más sofisticadas”. La referencia es al pasaje evangélico de Lucas (10, 25-37) que cuenta de “este hombre, medio muerto, arrojado en el suelo de la vía. Por casualidad un sacerdote bajaba por la misma calle. Un digno sacerdote, con sotana: bien, buenísimo. Vio y miró: Llego tarde a misa, y continuó su camino. No había oído la voz de Dios, ahí”. Se trata —explicó el Papa— de “una manera distinta de huir: no como Jonás, que huía claramente. Después pasó un levita, vio y tal vez pensó: Pero si yo lo tomo o si me acerco, tal vez está muerto, y mañana tendré que ir al juez y dar testimonio. Y pasó más allá. Huía de esta voz de Dios en aquel hombre”.
En cambio es “curioso” que quien tiene “la capacidad de entender la voz de Dios” sea “sólo” un hombre “que habitualmente huía de Dios, un pecador”. En efecto —precisó el Pontífice—, “quien oye la voz de Dios y se acerca” al hombre necesitado de ayuda “es un samaritano, un pecador” lejano de Dios. Un hombre —recalcó— que “no estaba acostumbrado a las prácticas religiosas, a la vida moral”. Estaba teológicamente en el error “porque los samaritanos creían que a Dios se le debía adorar desde otro sitio” y no en Jerusalén. Pero justamente esta persona “entendió que Dios le llamaba; y no huyó”. Se “hizo cercano” al hombre abandonado, vendándole “las heridas y derramándole aceite y vino. Después le cargó en la cabalgadura. Pero cuánto tiempo perdido: le llevó a una posada y se ocupó de él. Perdió toda la tarde”. Entretanto —observó el obispo de Roma— “el sacerdote llegó al templo para la santa misa, y todos los fieles contentos. El levita tuvo el día después una jornada tranquila, según lo que él había pensado hacer”, porque no tuvo que ir al juez.
“¿Y por qué —se preguntó el Papa— Jonás huyó de Dios? ¿Por qué el sacerdote huyó de Dios? ¿Por qué el levita huyó de Dios?”. Porque —respondió— “tenían el corazón cerrado. Cuando tienes el corazón cerrado no puedes oír la voz de Dios. En cambio un samaritano, que estaba de viaje, vio” a aquel hombre herido y “tuvo compasión. Tenía el corazón abierto, era humano”. Y su humanidad le permitió acercarse a él. “Jonás —explicó— tenía un proyecto de su vida: él quería escribir su historia, bien, según Dios. Pero él la escribía, el sacerdote lo mismo, el levita lo mismo. Un proyecto de trabajo. Este otro pecador” en cambio “se dejó escribir la vida por Dios. Cambió todo aquella tarde”, porque el Señor le puso delante “a este pobre hombre, herido, tirado en la calle”.
Yo me pregunto —continuó el Pontífice— “y os pregunto también a vosotros: ¿nos dejamos escribir nuestra vida por Dios o queremos escribirla nosotros? Y esto nos habla de la docilidad: ¿somos dóciles a la Palabra de Dios? Sí, yo quiero ser dócil. ¿Pero tienes tú capacidad de escucharla, de sentirla? ¿Tienes capacidad de hallar la Palabra de Dios en la historia de cada día o tus ideas son las que te rigen y no dejas que la sorpresa del Señor te hable?” . “Estoy seguro —concluyó el Papa Francisco— de que todos nosotros hoy, en este momento, decimos: pero este Jonás se la ha buscado y estos dos, el sacerdote y el levita, son egoístas. Es verdad: el samaritano, el pecador, ¡no ha huido de Dios!”. De aquí el deseo de que “el Señor nos conceda oír su voz que nos dice: Ve y haz tú lo mismo”.