Santa María Soledad Torres Acosta: "Tengo muy poco. Pero cuento con la ayuda de Dios"

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

“Tengo muy poco. Pero cuento con la ayuda de Dios”

Hoy celebramos la memoria de una mujer que nos demuestra las grandes cosas que Dios puede hacer en nosotros y a través de nosotros, a pesar de nuestras limitaciones y las dificultades de nuestro entorno. Me refiero a santa María Soledad Torres Acosta, nacida en 1826 en un barrio pobre de Madrid, España.

Bajita, gordita, un poco bizca y enfermiza, Madre Soledad fue fundadora de la Congregación de las Siervas de María Ministras de los enfermos, dedicadas a velar y atender gratuitamente a los enfermos en sus propias casas.

Motivada por el testimonio de servicio a los pobres que vio en las hermanas Vicentinas con las que estudió, sintió deseos de ingresar a la vida religiosa. Pero no fue admitida a causa de su débil de salud. Sin embargo, no se desanimó.

Así, cuando a los 25 años de edad supo que el P. Miguel Martínez tenía la intención de establecer un grupo de mujeres dedicadas a cuidar gratuitamente a enfermos pobres en sus domicilios, pidió ser admitida. El 15 de agosto de 1851, tomó el hábito en la nueva congregación: “Siervas de María”.

Pero al poco tiempo algunas religiosas murieron y otras se retiraron al ver la dureza de la tarea y las dificultades para subsistir. Por su parte, el P. Miguel decidió irse de misionero. En medio de esa precaria situación, Madre Soledad, la única que quedaba de las fundadoras, fue nombrada superiora de las pocas que quedaban ¡Ella, que ante los ojos del mundo carecía de dotes y de relaciones influyentes!

Lo exigente de la misión y las dificultades para sostenerla hacían prever el fin de la nueva congregación. Pero Madre Soledad no perdió la esperanza; sabiendo en quién había puesto su fe (cfr. 2 Tm 1,12), invirtió largas horas en oración para implorar la ayuda divina, particularmente en los momentos en que las cosas se pusieron más difíciles cuando el nuevo director la destituyó y el cardenal de Toledo pensaba suprimir la congregación.

“Tengo muy poco –decía– Pero cuento con la ayuda de Dios, y con su gran influencia se realizarán todos los buenos propósitos”[1]. Y así sucedió. Dios escuchó sus plegarias y actuó de forma inesperada. El tercer director, un sacerdote capuchino, restituyó a Madre Soledad como superiora, y la ayudó a redactar los estatutos de la congregación. Además, la reina Isabel II, informada de su gran labor, intervino para evitar la supresión.

Finalmente, en 1876 el Papa León XIII aprobó la congregación, que muy pronto creció por toda España extendiéndose hasta América, donde ha ofrecido un gran aporte a la sociedad a través del servicio a los enfermos más necesitados.

Santa María Soledad fue llamada a la vida eterna el 11 de octubre de 1887. Pero su obra continúa llevando consuelo a muchos enfermos y a sus familias. “Con la atención a los enfermos en su propio domicilio y gratuitamente –decía Juan Pablo II a las Siervas de María Ministras de los enfermos– ustedes proclaman que la enfermedad ni es una carga insoportable… ni priva al paciente de su plena dignidad”[2].

Ojalá que, como santa María Soledad, ante las necesidades de los hermanos y hermanas, respondamos con un amor creativo, concreto y activo, que, fiado en la ayuda de Dios, no se detenga ante las dificultades.

[1] Máximas, n. 58.

[2] Discurso a las Siervas de María Ministras de los Enfermos, 16 de febrero de 2001.

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