Mensaje en ocasión de la visita del Dalai Lama

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

Universidad Pontificia de México, 12 de octubre de 2013

Santidad, amigas y amigos todos, muy buenos días.

Es para mí motivo de alegría saludar en este encuentro, que tiene lugar en la Universidad Pontificia de México, institución educativa de gran tradición vinculada al episcopado mexicano, a un líder espiritual que promueve el afecto y la compasión: Su Santidad, el XIV Dalái Lama, Tenzin Gyatso.

Esta reunión se desarrolla en el contexto de un mundo estupendo y a la vez dramático. Un mundo asombrado por el vertiginoso, y a veces ambivalente, desarrollo científico y tecnológico. Un mundo que da muestras de solidaridad, pero que con frecuencia parece tener por prioridad la productividad, el comercio y la economía, afectando así a muchas personas, pueblos y al medio ambiente. Un mundo cada vez más comunicado, en el que sin embargo no pocos se sienten decepcionados por algunos sistemas y propuestas, incluso religiosas, que, además de no estar respaldadas por una coherencia de vida, no han contribuido eficazmente a la promoción de una vida mejor para todos. Un mundo que mira con estupor, y a veces con indiferencia, el sufrimiento, la injusticia, la miseria y la violencia que aqueja a muchas personas y pueblos.

Ante esta realidad, cabe la pregunta: ¿Es actual hablar de Dios y de las realidades espirituales? ¿Tiene sentido? ¿Puede resultar importante para los hombres y mujeres de hoy? Si vemos con profundidad, nos daremos cuenta que en esta época estupenda y dramática que nos ha tocado vivir, el ser humano, al igual que en el pasado, sigue buscando algo más. Lo demuestran tantas obras buenas, muchas de ellas silenciosas, pero eficaces.

Sí, la gente busca algo grande que responda a sus preguntas; algo grande, capaz de llenar su vida y de darle sentido; algo grande, que pueda ofrecerle una vida plena sin final. Y es aquí donde las religiones y tradiciones espirituales ofrecen un servicio invaluable a la humanidad; una contribución al deseo humano más profundo y universal: la felicidad.

“Todos… quieren vivir felices”[1], afirmaba Séneca. Y algo nos dice que este anhelo no es una quimera inalcanzable, aunque no pueda ser logrado plenamente en este mundo, como lo evidencia la experiencia del sufrimiento y de la muerte.

Así lo expresa Clive S. Lewis: “las criaturas no nacen con deseos a menos que exista la satisfacción de esos deseos… Si encuentro en mí mismo un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fui hecho para otro mundo… debo cuidarme, por un lado, de no despreciar nunca o de desagradecer estas bendiciones terrenales, y por otro… hacer que el principal objetivo de mi vida sea seguir el rumbo que me lleve a ese país y ayudar a los demás a hacer lo mismo”[2].

Erich Fromm, contemplando la grandeza de la vida, decía: “La existencia… no es una respuesta, sino una pregunta. La persona que no se ha asombrado nunca, que nunca ha mirado la vida y su propia existencia como un fenómeno que requiere una respuesta… apenas puede entender qué es la experiencia religiosa”[3].

Santidad, este encuentro tiene lugar en el marco del 50 aniversario del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II, en el que la Iglesia, fiel al Señor Jesús que nos ha mandado: “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12), expresó su respeto y aprecio a las diferentes tradiciones espirituales y religiosas, por más que discrepen de lo que ella profesa, convencida de su misión al servicio de la unidad y la caridad[4].

Este aprecio se ha traducido en un diálogo fecundo en bien de la humanidad, como se ha evidenciado en los encuentros que Su Santidad ha sostenido con los sumos pontífices Paulo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y los gestos de cercanía con el Papa Francisco, que ha definido a la Iglesia católica como “casa de la armonía... una gran orquesta que sabe integrar la diversidad de cada elemento en la armonía de una sinfonía…”[5].

Un momento muy importante en este camino de diálogo y colaboración, tuvo lugar en el año 2002, en el que representantes de muchas religiones y tradiciones espirituales se reunieron en Asís, manifestando “que el impulso sincero de la oración no lleva a la contraposición y menos aún al desprecio del otro, sino más bien a un diálogo constructivo, en el que cada uno, sin condescender con el relativismo ni con el sincretismo, toma mayor conciencia del deber del testimonio y del anuncio”[6].

Con esta convicción, se comprometieron a educar a las personas en el respeto y la estima recíprocos; a promover la cultura del diálogo; a defender el derecho de toda persona a una existencia digna según su identidad cultural y a formar libremente su propia familia; a dialogar con sinceridad y paciencia; a perdonar los errores y prejuicios; a estar al lado de quienes sufren miseria y abandono, trabajando para superar esas situaciones; a apoyar cualquier iniciativa que promueva la amistad entre los pueblos; y a solicitar a los responsables de las naciones hacer lo posible para que, en el ámbito nacional e internacional, se construya y consolide un mundo de solidaridad y de paz fundado en la justicia.

Santidad, teniendo presente este compromiso, le recibimos hoy con estima y respeto. Sabemos que usted ha recorrido el mundo enseñando que, cito sus palabras: “El espíritu de compasión tiene como naturaleza el anhelo de que todos los seres sufrientes queden libres del sufrimiento”[7]. Así mismo, usted ha afirmado que “el propósito fundamental de nuestra vida es buscar la felicidad… La paz mental –ha dicho–... tiene sus raíces en el afecto y la compasión”[8].

El cardenal Walter Kasper, recordando que Dios se ha revelado a sí mismo “compasivo y misericordioso” (Ex 34,6), explica que en el término “compasión” resuena la palabra “pasión”. Así, la compasión hace referencia a una reacción apasionada ante las clamorosas injusticias y sufrimientos que hay en el mundo”[9].

Pero esta reacción no se queda sólo en sentimientos, sino que, como hacen notar san Agustín y santo Tomás de Aquino, se traduce en actitudes efectivas que buscan combatir y superar la carencia y el mal”[10]. ¿Cómo? Echando mano del verdadero poder: la omnipotencia del amor. “Que esté en ti la raíz del amor –decía san Agustín–, porque de esta raíz no puede salir nada que no sea el bien”[11].

Esta compasión que se convierte en acción, se manifiesta especialmente nítida en un personaje universal: san Francisco de Asís, quien, experimentando sentimientos de amor a todas las criaturas, pedía: “Señor, hazme un instrumento de tu paz: donde haya odio, ponga yo amor, donde haya ofensa, ponga yo perdón, donde haya discordia, ponga yo armonía, donde haya error, ponga yo verdad, donde haya duda, ponga yo la fe, donde haya desesperación, ponga yo esperanza, donde haya tinieblas, ponga yo la luz, donde haya tristeza, ponga yo alegría”[12].

¡Cómo necesita el mundo compasión! Sólo así seremos capaces de ir alcanzando un desarrollo personal integral y de contribuir a un verdadero progreso social que no excluya a nadie, haciendo realidad nuestro anhelo de paz y felicidad.

Santidad, sea usted bienvenido. La Universidad Pontificia de México, consciente de que, como afirmaba Benedicto XVI: “la Universidad ha sido, y está llamada a ser siempre, la casa donde se busca la verdad propia de la persona humana”[13], le recibe respetuosamente en este ambiente de aprecio y diálogo, teniendo presentes las palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “Hay tanto sufrimiento, tanto odio, tanta miseria, y nosotros con nuestra oración, nuestro sacrificio, podemos hacer algo… empezando en casa”[14].

Muchas gracias.

[1] Sobre la felicidad, Ed. Alianza, S.A., Madrid, 1999, Cap I.1.

[2] Mero Cristianismo, Ed. Rialp, Madrid, 2001, pp. 148 y 149.

[3] Psicoanálisis y religión, Ed. Psique, Buenos Aires, 1971.

[4] Cfr. Nostra Aetate, n. 2.

[5] Audiencia, 9 de octubre 2013.

[6] Discurso del Santo Padre al final del acto de presentación de los testimonios por la paz, Asís, 24 de enero de 2002.

[7] La meditación paso a paso, Ed. Grijalbo, Barcelona, 2001, pp. 59. 69.

[8] El arte de la felicidad, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1998, pp. 23.34-36.

[9] La misericordia, clave del Evangelio y de la vida cristiana, Ed. Sal Terrae, Santander, 2013, p. 26.

[10] Cfr. La Ciudad de Dios, IX, 5; TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, q. 21 a 3.

[11] In epistulam Ioannis ad Parthos 7, 8.

[12] Oración por la paz, www.corazones.org.

[13] Discurso a profesores universitarios, El Escorial, 19 de agosto de 2011.

[14] Mensaje enviado al Congreso "Los jóvenes al servicio de la Vida y de la Paz", 12 de Diciembre de 1988.

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